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La memoria de las palabras, el castellano boliviano

Homero Carvalho Oliva

“Las lenguas, como las religiones, viven de las herejías.”
Miguel de Unamuno

“No puede decirse en qué lugar se habla un mejor español, porque no hay un castellano, sino muchos”.
Gabriel García Márquez

El idioma es un organismo vivo: nace, crece, se reproduce y muere, a lo largo de los siglos se ha ido transformando, esta transmutación sucede, a veces, de forma lenta, pero inexorable; el mundo cambia, las sociedades evolucionan, se inventan nuevas cosas, otras quedan en desuso, la tecnología va arrasando con lo antiguo y el lenguaje siempre está a la altura de las innovaciones; la lengua ha ido incorporando palabras nuevas demandadas por la dinámica sociocultural, ya sean neologismos, extranjerismos o tecnicismos; sin embargo hay palabras que permanecen en el tiempo, palabras de idiomas antiguos que siguen nominando las cosas, sean estas del espíritu o de la naturaleza.

Quinto Horacio Flaco (65 a.C-8 d. C), poeta, en su Epístola a los Pisones o Arte poética, contempla la pérdida y el nacimiento de nuevas palabras como hechos naturales, inherentes a la dinámica de la vida: «Como caen primero las hojas viejas cuando los bosques cambian al fin de cada año, así las palabras caducas fenecen y las recién nacidas prosperan lozanas». El idioma es más que sus palabras, expresa una cosmovisión del mundo que sirve para entendernos, por eso va mutando.

¿Español o castellano? Luis García Montero, poeta y director del Instituto Cervantes, de España, señala: “En España se utilizan los dos conceptos como sinónimos. Yo los utilizo de una manera o de otra, pues respeto la dinámica de cada país en el que estoy, o en cada región o nacionalidad de España en la que estoy. Como filólogo yo estudié que el español no nació en Castilla, nació en el Norte, en lo que hoy es La Rioja. Los primeros documentos se conservan en San Millán de la Cogolla, un monasterio, porque era una zona euskera, y se hablaba euskera, entonces se intentó buscar una lengua común que les permitiera a los que hablaban en euskera entenderse, en un derivado del latín, con los catalanes. La evolución del español es, en realidad, la fusión del latín y el euskera”[1]. Recordemos, de paso, que los españoles que llegaron a América tenían sus propias variedades lingüísticas: andaluces, extremeños y castellanos, entre otras.

El español de América

El español americano existe, por supuesto que sí, al igual que el inglés y el francés que se habla en América. El escritor argentino Mempo Giardinelli aseguró, en el Congreso de la lengua española (2019), que el español no existe que “existe el castellano de América[2] y la escritora Claudia Piñeiro propuso que el próximo encuentro se denomine Congreso Internacional de la Lengua Hispanoamericana, lengua muy compleja por la cantidad de idiomas americanos que la componen.

Desde que los españoles llegaron a nuestro continente, las relaciones entre la lengua española y las lenguas nativas americanas fue una obligación de ambas partes, por un lado, los españoles se apropiaron de palabras nuestras y los pueblos indígenas lo hicieron con muchas del español. Esto hizo que el español que se habla en cada uno de los países tenga sus propias influencias, así tenemos que el español que se habla en México esté mezclado con las lenguas de ese país y así sucede con Bolivia. A estos intercambios lingüísticos se los llama americanismos, que se refiere a palabras que se modificaron para el uso entre los indígenas americanos o los vocablos amerindios que son adoptados literal o modificados por los españoles o viceversa. Entre los americanismos se diferencian por el país de origen, argentinismos, peruanismos, bolivianismos, etcétera; esta acepción también se refiere a términos que no necesariamente nacieron en los países, sin embargo, se usan frecuentemente en ellos.

La apropiación se inició con palabras de uso frecuente entre nuestros nativos que nominaban animales, objetos, plantas o fenómenos naturales que no existían en España ni siquiera en Europa. Cuando los españoles llegaron a este continente (1492), junto con su insaciable afán de riquezas, trajeron su cultura, costumbres, tradiciones, religión y un idioma ya maduro capaz de explicar el mundo, de filosofar, de enamorar con las palabras y de comunicar con solvencia sus pensamientos; tanto así que pronto habría de dar grandes escritores y poetas, como Góngora, Quevedo, Lope de Vega y Cervantes; así mismo nos trajeron su cosmovisión que ya venía permeada por la influencia de la filosofía griega y el derecho romano, como también elementos árabe moriscos producto de la conquista de cerca de ocho siglos de la península ibérica. Sin embargo, al llegar y recorrer nuestro continente fue tanto y tan maravilloso lo que veían y encontraron que se quedaron casi mudos, porque los miles de palabras del idioma castellano no les alcanzaron para nombrar todo lo que sus asombrados ojos vieron y tuvieron que recurrir a nuestras propias lenguas para pronunciar lo ya nominado, porque el mundo desconocido por ellos ya estaba bautizado. Por eso fue que el cronista Inca Garcilaso de la Vega afirma: “Es posible que en una lengua tan bárbara se puedan declarar y hablar las palabras divinas tan dulces y misteriosas”. Los españoles lo hacían por escrito y los nuestros lo trasmitían oralmente o, a través de tejidos o pinturas en cerámica; los que llegaron escribían en cuadernos y los que ya estaban aquí poseían “habladores”, que eran hombres entrenados para contar las cosas de la comunidad que iban viajando por sus territorios llevando noticias, así como los incas tenían quipucamayos que contaban o referían en nudos, quipus, la historia de su gente.

En 1493, Antonio de Nebrija incluye la palabra canoa en su Vocabulario de romance en latín. En el anno domini de 1535, el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo incluyó en su Historia General y Natural de las Indias varias palabras de los idiomas nativos porque no encontró equivalentes en el idioma español[3]. El chocolate fue conocido en el cuarto viaje de Cristóbal Colón, en 1502; así también palabras como colibrí y huracán. En el segundo tomo del diccionario español de 1729 se incluyen palabras como caimán, patata y luego se incorporaron otras como aguacate.

Sobre la palabra tomate “el tomo VI del Diccionario de autoridades cita este verso de Pantaleón de Ribera (1600-1629) que menciona la voz: “Salió la sangre inocente, / bermeja como un tomate,/ carmesí como un pimiento,/ colorada como un lacre”[4].

Toda lengua fuerte se globaliza y sufre mestizaje, el tomate es un buen ejemplo de esto: Marco Polo llevó el fideo de la china a Italia, los americanos aportamos el tomate y los italianos lo mezclaron y crearon la pasta, los bolivianos el ají de fideos.

La génesis del español americano fue el choque lingüístico de palabras suyas y nuestras, en ese enfrentamiento se fue escribiendo una poética de los seres humanos, la selva, el agua, las montañas, los animales, las aves, los insectos, lo oculto y lo evidente y, por supuesto, los sueños y pesadillas: la poética se funda en lo maravilloso que veían y en lo mágico de las leyendas nativas, bastaba con describir y narrar, para escribir poesía. Las crónicas del nuevo mundo que se irán escribiendo en los textos de los cronistas de Indias, entre los que hubo uno que nació en Potosí, Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela, sin duda alguna de los padres fundadores, de lo que con Alejo Carpentier se llamaría lo “Real maravilloso” y con Gabriel García Márquez “Realismo mágico”. De hecho, los escritores del Boom latinoamericano (1960-1970)renovaron y enriquecieron la anquilosada lengua española, incorporando en sus narrativas y poéticas palabras de nuestros idiomas originarios, así como las que trajeron los africanos (ejemplo la palabra quilombo que cambia de significado en cada país), son muchas las palabras de origen latinoamericano que ahora son de uso general en el español ibérico, recordemos que en Latinoamérica somos más de trescientos millones de hispanohablantes.

Gabriel García Márquez lo señaló en una entrevista en 1972: “El castellano hablado anda por la calle, en cambio al castellano escrito lo tienen preso desde hace varios siglos en ese cuartel de policía del idioma que es la Academia de la Lengua. Tratar de liberarlo, reduciendo cada vez más la distancia entre el castellano escrito y el castellano hablado, es una tarea en que debemos empeñarnos los escritores de lengua castellana, y en la que de hecho estamos empeñados los novelistas latinoamericanos”.

En el año del Señor de 1987, el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, escribió un artículo titulado El español no es una lengua muerta, en el que afirma: “Somerset Maughan tal vez tenía razón. Dijo, reuniendo facta y verba, lo contrario de Voltaire: «El español es la mayor creación literaria de los españoles». Reducía a todos los escritores españoles a un solo libro, el diccionario, pero suena cierto. Una vez escribí en un libro que nadie recuerda una frase provocativa. Nadie hizo el menor caso, pero la declaración se volvió escandalosa al repetirla por televisión años más tarde: «El español es demasiado importante para dejarlo en manos de los españoles». (…) En España hay gente que se asombra (me ha pasado no sólo en la imperial Madrid, sino en la mozárabe Sevilla y en la celta Santiago, pero no me ha pasado nunca en Barcelona) de que yo hable español más o menos inteligible. Sé que hay gente que todavía se admira de que lo escriba. Pero hay en todo caso algo en el idioma de los cubanos que no es exactamente español. Lo mismo ocurre en México, en Colombia, en Perú. La lengua es blanca, pero con rayas negras. ¿O es al revés, como ocurre en Bolivia y en Paraguay, indígenas bilingües? En el único país donde no hay mestizaje idiomático en América es, ¿quién lo diría?, Argentina. Allí el dialecto es esa jerga atroz, el lunfardo, mezclado con el vesre, que Borges califica de colegial, y letras de tangos literarios y cursis.”[5]. Y es que todos los idiomas, justamente porque son organismos vivos tienden a dialectalizarse y al español le pasa en la misma España.

En la actualidad el español es hablado por más de 500 millones de personas y, en América, ha ido obteniendo, tanto en lo fonológico, lo fonético, lo gramatical, la sintaxis y el léxico sus propias características. El Diccionario de americanismos constituye un repertorio léxico que pretende recoger todas las palabras propias del español de América. Contiene 70 000 voces, lexemas complejos, frases y locuciones y un total de 120 000 acepciones, entre las que existen muchas, originadas en este territorio llamado Bolivia.

Los brasileños fueron más allá y crearon la Academia Brasileña de Letras (ABL) (Academia Brasileira de Letras en portugués), fundada en Río de Janeiro, a finales del siglo XIX por un grupo de 40 escritores y poetas inspirados por la Academia Francesa. La Academia Brasileña de Letras es el máximo órgano lingüístico y literario de Brasil que no responde a los cánones de la Academia de la lengua portuguesa de Portugal.

Los bolivianismos

En Bolivia, al igual que otros países americanos, la resistencia cultural de algunos pueblos indígenas evitó la desaparición de sus lenguas, como sucedió con decenas de ellas. Francisco Antonio de Lorenzana (1722-1804) arzobispo de México, en una carta pastoral advirtió “que era falta de respeto dirigirse a Dios en las lenguas de los indios”, política de erradicación y eliminación de nuestras lenguas que, incluso, no cambió en la república. Gracias a Dios (nunca mejor dicho) hubo el Concilio de Trento (1563) que ya había establecido que se debería enseñar los evangelios en las lenguas originarias. Aún hoy, no nos damos cuenta que, con la desaparición de las lenguas indígenas, bastante de nuestra humanidad se habrá ido con ellas, pues se perderá una manera de decir amor, madre, padre, sol, viento, lluvia… en las maneras tan hermosas como lo pronuncian los hablantes de estas lenguas.

La Academia Boliviana de la Lengua se constituyó el 25 de agosto de 1927, desde entonces esta institución, como algunas universidades, realiza estudios tanto de la lengua española, sus intercambios con nuestros idiomas nativos y/o los neologismos que se fueron y se están creando. Estudios de gramática comparada que se encarga de las relaciones entre dos o más lenguas. Según la RAE, bolivianismo: “Palabra o uso propios del español hablado en Bolivia” y distinguen el castellano camba y el castellano andino.

En un ensayo titulado El castellano de Bolivia, José G. Mendoza, señala: “En el ámbito de la diatopía se han publicado en Bolivia algunos estudios aislados. Nos referimos en principio a cuatro trabajos de carácter diatópico: El castellano popular en Tarija, trabajo publicado por Víctor Varas en 1960, que contiene básicamente un listado de ejemplos, refranes locales y coplas de la región sur de Bolivia; luego tenemos los trabajos de Hernando Sanabria, El habla popular de la provincia de Vallegrande y El habla popular de Santa Cruz, publicados en l965 y l975, respectivamente. Ambos estudios contienen un glosario de vocablos por orden alfabético y un listado de dichos y modismos verbales; Asimismo se puede tomar en cuenta el estudio El castellano de La Paz, sintaxis divergente publicado por José G. Mendoza en 1991 que, a diferencia de los demás estudios, se concentra explicitar rasgos morfosintácticos divergentes; también podemos mencionar El castellano de Santa Cruz publicado por Germán Coímbra Sanz en 1992 que se refiere fundamentalmente a ciertos aspectos léxicos del castellano hablado en esa región del oriente boliviano con un glosario de vocablos que demuestra el influjo del sustrato de las lenguas indígenas de esa región de Bolivia. Finalmente mencionamos el estudio de Ofelia Moya sobre Los pronombres átonos en el castellano andino aparecido en 2006 y el trabajo de Luis Alberto Roca Breve historia del habla cruceña y su mestizaje publicado en 2007. (…) En el plano lexicográfico y léxico contamos con dos diccionarios de bolivianismos: el de los esposos Fernández Naranjo, publicado en l950 y el de Jorge Muñoz e Isabel Muñoz Reyes aparecido en l982. Debemos, asimismo, mencionar otros dos estudios que se encuentran en su etapa de conclusiones el nuevo diccionario de bolivianismos, proyecto dirigido por Carlos Coello, como parte de un proyecto lexicográfico: el proyecto del Nuevo diccionario de Americanismos y El léxico del habla culta de La Paz, que publicamos en 1996 como un primer resultado del proyecto internacional sobre el estudio del habla culta en las principales ciudades del mundo hispano hablante. (…) La variación dialectal descrita en la zona andina resulta la más amplia, particularmente debido al contacto con las lenguas aimara y quechua que son lenguas de grupos mayoritarios en Bolivia. Este influjo es notorio especialmente en el ámbito morfosintáctico, donde se usan muchos rasgos divergentes, varios de ellos pertenecientes al castellano andino, que no solamente son parte del habla de bilingües, sino que también son empleados por castellanohablantes monolingües de la zona andina. Asimismo, se ha podido evidenciar que algunos de estos rasgos están siendo empleados por hablantes monolingües del castellano en la región oriental del país donde no hay evidencia histórica de la presencia del quechua o aimara. La explicación de este fenómeno reside en las migraciones de gente andina quechua y aimara que se han dado en Bolivia, especialmente en las capitales de Departamento: Santa Cruz, Trinidad y Cobija durante los últimos cincuenta años. Esto explica el hecho de que muchos de los rasgos del castellano andino hayan trascendido el bilingüismo y hayan adquirido un carácter panstrático; es decir hayan adquirido plena vigencia entre bilingües y monolingües, tanto en la variedad popular como en la variedad culta. Pensamos, por ejemplo, en la duplicación del posesivo con sintaxis castellana que es usada con mucha frecuencia por ambos sociolectos en toda Bolivia”.

En Bolivia, cotidianamente recurrimos a palabras de las distintas lenguas de nuestra diversidad cultural, por eso somos un país multilingüe, lo hacemos al nombrar frutas, animales, cosas, plantas y hierbas, así como nuestra geografía: ríos, lagunas, desiertos, quebradas…estados de ánimo, sentimientos, emociones y temores; incluso usamos palabras que creemos vienen de lenguas amerindias, pero, en realidad provienen del español antiguo, como la palabra “majau” en el oriente, que viene de majado, carne machacada y muchas otras.

Veamos algunos ejemplos de palabras o términos de lenguas indígenas de uso frecuente en nuestro país, para ello invité a escritores, poetas y artistas, bolivianos y bolivianas, quienes nos confesarán sus preferidas:

– Víctor Hugo Quintanilla Coro, “Yapa: es una palabra de origen quechua que usamos frecuentemente cuando vamos a hacer compras al mercado. Decimos yapa y la señora que nos vende algún producto a granel comprende que pedimos aumento. En general, la solicitud de la yapa se cumple. También hay casos cuando las mismas vendedoras dicen «ahí está, con yapa más te estoy dando».

– Isabel Mesa, “Quepi (En aymara se escribe Q’ipi): significa bulto, atado, equipaje. Cuando alguien se va de la casa con unas cuantas cosas o trae algo envuelto es usual la palabra quepi”. 

– Giovanna Rivero, “Serebó: sé que ese es el nombre de un árbol alto, de tallo pegajoso, propio de nuestra Amazonia; sin embargo, yo uso la palabra como la aprendí del vocabulario local y familiar, es decir, como un adjetivo para referirme a lo que está pringoso, a los residuos dulzones o resbaladizos que deja un caramelo, una comida, el cuerpo, el sudor, la grasa, incluso el lenguaje mismo”.

– Claudio Ferrufino-Coqueugniot,Sikimira: mi padre llamaba sikimira a mi hija menor, Aly. No siempre, pero continúo llamándola así. Podría llamarla hormiga, pero esta palabra castellana carece de la armonía del vocablo quechua, lengua esta muy inmersa en nuestro lenguaje coloquial, sobre todo en Cochabamba, con infinidad de palabras inmersas que a menudo son más entendidas por la gente que su par española. Una riqueza que se debe conservar”.

– Rosalba Guzmán, “P’awarida o phahuarida: no sé cuál es la escritura correcta.   Sé refiere a las personas voladas, distraídas, desmemoriadas, que no recuerdan cosas elementales o actúan sin atender lo que hacen. Por ejemplo. olvidar los lentes que llevan en los ojos, o salir y no recordar lo que tienen que hacer, o subirse a una movilidad igual a la suya por equivocación, sus actos resultan ser muy divertidos, la mayor parte de las veces, y dan lugar a la burla y el festejo de los otros”.

– Eliana Soza, “Wawa: es la palabra quechua que uso en mi cotidiano. Significa niño o niña pequeño. Seguro se quedó en mí porque en mi casa materna yo era la Wawa al ser la más pequeña. Todavía, ahora, mi hermano me dice así. Me parece una de las formas más tiernas de nombrar a los más chiquititos. Digo en conversaciones, mis wawas o mi wawita, es la misma forma que en otros países dicen cariño o dulzura”.

– Mauro Alwa, “Yapame: cada vez que voy al mercado de compras, mi casera de verduras, de condimentos, de papa, de frutas y de otros productos, entienden perfectamente a lo que me refiero. Pensé que en Santa Cruz no me entenderían, pero estaba equivocado.  Yapa, a esta palabra se le añadió el sufijo castellano “me”. Lo correcto en aymara es yapt’ita, que su traducción literal es auméntame, pero en la comunicación cotidiana tanto en La Paz como en Santa Cruz he podido constatar que se emplea con el sufijo “me”. Entonces, para terminar la palabra yapa, su traducción literal es aumento. Me despido con esta frase con que me dirijo en el mercado, caserita yapt’ita”.

– José Enrique Villar Suárez, “Tajibo: majestuoso árbol amazónico que florece engalanando las pampas del Beni y que produce una llama de intenso calor cuando arde. Así lo expreso en el Haikú que te envió a continuación: En la hoguera/ de tu olvido ardo/ como tajibo”.

– Mauricio Ochoa Urioste, “Sarandí: de origen guaraní. Nombre genérico de planta arbustiva que crece cerca de arroyos y ríos. Batalla de Sarandí: Enfrentamiento militar entre las milicias independentistas orientales y el ejército del Imperio del Brasil, desarrollado en 1825”.

– Paloma Delaine, “Macurca: dolor muscular debido a un esfuerzo o ejercicio repetido. La palabra es de origen quechua pero gran parte de mi vida pensé que era castellano”.

– Jackeline Rojas Heredia, “Wawita: así les digo a mis tres hijas cuando les envío un audio o escribo la palabra en algún chat con ellas. Sé que Wawita, diminutivo de Wawa, es una palabra quechua que se utiliza para nombrar a los bebés, los niños pequeños, de brazos o los que están lactando. En alguna ocasión escuche que también se usa la palabra para nombrar cariñosamente a las mujeres más jóvenes, casi adolescentes”.

– Angélica Guzmán Reque, “Wayra, del quechua, Viento: este fenómeno natural es particular en cada una de las regiones del país. En el altiplano el viento silva, de ahí deriva el instrumento de viento, la quena, el campesino lo toca en sus faenas diarias y a lo largo de su camino largo y ventoso, como imitando el ulular del mismo. En las pampas de Oruro, el viento arremolina la tierra y la amontona, de ahí de cuando en cuando, ese montón de tierra parece que caminara y se desplazara de un lugar a otro. En Santa Cruz, cuando se aproxima el sur, el viento se desplaza por el suelo y eleva lo que encuentra a su paso; luego el viento de sur, capaz de enfriar el alma misma. Me acuerdo y me gusta repetirla, una frase que, un tío muy querido repetía, suena diferente en quechua, tiene mayor sentido: espiritunpichu waya jaithan que traducido: es que el viento le golpeó demasiado fuerte en el espíritu, es cuando no se sabe qué piensa una persona o porque actúa de una manera”.

– Lenny Sempertegui, “Llujkito: lo escuché muchas veces en la zona de San Juan, y pregunté a varias personas que lo usaban para referirse a la harina bien molida y la masa suave, otras personas se referían a la piel de los niños pequeños, que es suave y tierna”.

–Ricardo Ballón, «k´encha: palabra de origen quechua, salvo que estemos k´enchachados y no estemos acertando con el vocablo, se utiliza para las personas a quienes les persigue la mala suerte, o mala yeta; utilizado como sinónimo de mal agüero, para quienes les suceden fatalmente cosas funestas, que los hacen desgraciados, que terminan siendo infelices, invadidos como por una plaga que evita la alegría, que nada les sale bien, que siempre se encuentran en el lugar equivocado y en el momento menos indicado, y todo lo que hacen sale mal o se echa a perder”.

– Martha Gantier, “Q´aramayu: palabra de origen quechua compuesta por dos vocablos, q´ara: pelado y mayu: río; textualmente se interpretaría como el «pelado del río» que, a su vez, se poetiza para designar a las almas penantes de los que murieron ahogados”.

– Juliana Cingolani, “Coca: la hoja verde, mamita santa que todo lo cura. Controversial, política, libre y soberana. Qué gusta, qué nos protege y nos ilumina. A los que nos vamos y volvemos, nos espera, bien rica, sabrosa, aunque la pises y la subestimes. Sagrada, mamita de todas las verdes de unión y empoderamiento, muestra de complementariedad. Para el tecito y un pijcheo. La compañera de los desprotegidos. Desde las alturas andinas una visión universal”.

–Melita del Carpio, “Ama usuchunchu: la expresión quechua que usamos en casa frecuentemente, es ama usuchunchu, con este sentido: «que no se eche a perder». Entonces digo: He comido sin ganas, pero ama usuchunchu, antes que se venzan las vacunas están vacunando ama usuchunchu”.

–Sisinia Anze, “Miski: en quechua quiere decir dulce. Miski simi, boca dulce, se les dice a las personas que hablan bonito. Para mí podría tener otro significado más: poeta”.

–Mauricio Rodríguez, “Kencha: me contaron que llegó en los barcos de los españoles. Como la viruela. Como Cristo Rey. Fue el culpable de nuestras derrotas en la Guerra del Pacífico. En la Guerra del Chaco. En la derrota frente Alemania del Mundial del 94, cuando Carlos Leonel Trucco resbaló en el césped, antes de que Jürgen Klinsmann metiera el único gol del partido. Los aymaras denominaron kencha al portador de esa especie de mala suerte. Que es nuestra maldición. Que es nuestro carnet de identidad”.   

–Biyu Suárez, «Jane: me refiero a no solo la parte comestible de una fruta, como: aunque ese es un achachairú chiquitingo, ¡tiene mucho ‘jane’, también a que una charla puede o no, tener ‘jane’ o a la acepción: este hombre no tiene ‘jane’ (¡en el tari!)”

– Elizabeth Johannessen, “Chawchitar: palabra de origen aymara, que en su uso ha sido modificada con el sufijo verbal «ar» del español. Su sentido hace referencia al acto de arrojar monedas o algo gratificante al aire como obsequio, que al caer «llueva» para todos, y se pueda recoger libremente.

–Magela Baudoin, “van algunas: macurca (agujetas), chaqui (resaca), chuto/a (desnudo), tari (cerebro), choco (rubio). Si me preguntas cual uso más, se me sale de la boca: macurca. pero en casa usamos estos y seguro otras más. Lo más chistoso es escuchar a mis amigos españoles o mexicanos o italianos decir: ¡Tengo una macurca! O también, ¡un chaqui!”

Amar las palabras

Para cerrar esta provocación, cito a José Luis Pardo: «Así como amar a alguien no consiste en firmarle papeles ni en comprarle regalos, sino en quererle, así el amor a la lengua no se prueba promulgando leyes que la protejan o subvencionando obras sólo nominalmente escritas en ella. Así se embalsama un cadáver o se saca brillo a un arma de fuego. Amar la lengua es usarla».

Ahora, usted, amigo lector, agregue las suyas y así aseguramos que, en el devenir de nuestra lengua, no se pierdan esas palabras tan hermosas que integran nuestra fabulosa herencia y patrimonio cultural lingüístico.


[1] https://www.infobae.com/leamos/2022/05/13/luis-garcia-montero-cuando-se-pierde-un-idioma-tambien-se-pierden-cultura-y-tradicion/?fbclid=IwAR23WX-5ki0PV9WwLopROZp7Tp8xozzmyEjG_PD16cCQerOKff4Rzirmjgw

[2] https://elpais.com/cultura/2019/03/31/actualidad/1554008321_037628.html

[3] La lengua española en américa: normas y usos actuales Milagros Aleza Izquierdo y José María Enguita Utrilla (coords.) Universitat de València 2010

[4] https://www.bbc.com/mundo/noticias-36847933

[5] https://elpais.com/diario/1987/01/23/opinion/538354811_850215.html

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