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La guerra de Putín

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Nunca mejor puesto un apellido, el de este hijo de la gran putina. Pensé que su invasión era vanidad en exclusiva, demencia. Ambición, casi muerto, el hideputa quiere preservar y aumentar su dinero, sustentado por un país esclavizado, pobre, callado. En Ucrania vi, y no me gustó para ser sincero, que se festejaba Halloween; lo entendí como deseo juvenil de sacarse de encima el letargo, el aburrimiento sin fin de la sociedad comunista, el construir narrativas falsas para impresionar a quien se quiera, el levantar pueblos impecables de utilería y ponerlos al lado del camino por donde pasaría Ekaterina emperatriz, según cuenta Herzen. Salirse del engaño perpetuo, mentira generalizada, aceptada y hasta creída por la población, como en cierta película rumana que vi hace años: una villa preparando la bienvenida a algún jerarca; vale entonces, obligatorio, armar estrados que muestren un mundo paralelo, una realidad que no es. Putín, el incansable hijo de, es maestro en ese aspecto, así como en el envenenatorio, producto de su formación de mediocre agente de la KGB, porque nunca fue notable.

El detestable Dmitry Peskov, vocero del Kremlin, en entrevista de la televisión australiana tiene el descaro de insistir en la falsedad de lo real, toda muerte en Ucrania es para él actuada, y la destruida Mariupol, que quizá nunca sea reconstruida, está siendo “liberada”. Cuando el periodista le pregunta que cómo puede dormir con semejantes crímenes encima, Peskov se va por las ramas. Sabemos que si dijera algo inconveniente para el amo de pronto se accidentaría y desaparecería de los retratos familiares de la casta, como Yezhov al lado de Stalin. Un día potentado, al día siguiente aire.

Me gustaba caminar por entre los edificios soviéticos de apartamentos, sobre todo en Kharkiv, esa desidia de sus sendas con bancos metálicos herrumbrados. Sentarse allí era entrar en convivencia con una historia triste, la masificación de la pobreza en aras de igualar a todos en tabla rasa; a todos no, a los mandamases no. Hoy en Kharkiv los viejos, hoy propietarios de esos modestos hogares, están siendo asesinados por el nuevo zar y sus tropas dispuestas al estupro y la tortura para mantener el estatus quo de los ricos mientras se extingue a los míseros de otro país. Los oligarcas se frotan las manos pensando en cuánto terreno tendrán para vender cuando desaparezca Ucrania. Vladimir Putín levantará complejos de departamentos, tantos que hasta en precio módico le darán gran fortuna, a él y a sus hijas, mal rayo las parió y mal rayo las acabe. Imagínense Mariupol, la de hermosos cafés mirando el mar de Azov. Ideal que no haya nada ya para que Vladimiro zar construya balnearios turísticos. Ni qué decir de Kharkiv, extendida y bella, en donde se llenarán de oro color de sangre. Poco importa eso a la perversa bola de botox, como si al infierno que se le aproxima raudo, fuera a llevarse algo.

Conocen muy bien la realidad pero sostienen otra para consumo de asnos, para fascistas de izquierda y los de Le Pen también, similar recua. Mientras tanto, sus contadores barajan números del beneficio personal que les va en el genocidio de Ucrania. Y el próximo, dada la cobardía del Oeste para enfrentarse al maldito con sus propias armas. ¿Que guerra nuclear? Venga, la primera va para ti y tus hijas, en retrato de familia de hijos de la gran puta. Venga, vamos, a ver si lo haces y pierdes tus manos de usurero en la debacle. Venga. Retórica de banquero, de impune mafioso que solo se achica ante el chicote.

Hay desesperación en el gobierno de Ucrania porque lo que se asoma, en términos geográficos, es otra guerra, la de estepa abierta donde ya no sirven, o poco, armas defensivas. Batallas de artillería, de aviones y tanques. Si perece Ucrania perece Europa occidental. No se dan cuenta los alemanes, que no quieren que su población se resfríe y no vote más por ellos, que cuando el rodillo ruso esté de nuevo a puertas de Berlín solo les quedará el llanto. Que Rusia es indisciplinada, miserable, sin recursos para continuar esto, vale a medias. La historia cuenta de su inagotable muchedumbre, de la carnicería, de los oponentes cansados de matar rusos y abrumados. Recuérdese la “picadora de carne” de Rzhev, con alrededor de cien mil soldados soviéticos muertos en una operación infructuosa, el 42.

Guerra de lucro, como todas ellas, guerra de ostentosos con ansias de mayor provecho. Con Ucrania muerta, Putín podrá ofrecer a su público un hato de posibilidades de supuesta mejor vida. Que se produzca en un suelo manchado de sangre, no interesa. Los norteamericanos lo hicieron con las tierras indias. Hoy los otrora gloriosos chiricahuas piden limosna en las esquinas, mientras que los descendientes de los ladrones gozan de inmensas propiedades rurales y manejan camionetas de grandes ruedas y gran ruido para manifestar su masculinidad y su poder. Ahí está la nueva “guerra patria”, para sencillo progreso de muchos, quizá, y para lujos orientales de los cabecillas disfrazados de guerreros. Así los cuelguen uno a uno, como espantajos, en los Campos Salvajes al norte de Crimea. Guerra ya sin cuartel, sin prisioneros, a muerte. La crueldad ha sido destapada. En ese caldo no se tejen discursos, vencerá el más despiadado. Muy triste, por cierto, pero no queda otra. Ya llegará el tiempo del sosiego y con la muerte vendrá el olvido. Hoy lo que cuenta está en el desenfreno, en la metódica aplicación del horror. Las cartas se han jugado y la que se muestra contiene una calavera. Ojalá que los civiles huyan; los que se queden que afilen las azadas que ya no siembran pero pueden cortar cabezas.

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