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La felicidad de un hijo

Jorge y Demián Bucay son, además de psicoterapeutas, padre e hijo. Ellos tuvieron un encuentro mágico, imperdible, en uno de mis programas favoritos, “Aprendemos Juntos”, donde normalmente hay dos personas y una entrevista a la otra delante de público.

No es el caso. Están solos y, si bien todo parece un pretexto para que Demián entrevistase a su papá, el más famoso de los dos pues, entre otras cosas, ha publicado treinta y dos libros y ha sido traducido en más de sesenta países, Jorge, fiel a sí mismo, aprovecha para sacar lo mejor de su hijo, que es un referente de la psicoterapia online.

Entre el “castellano castizo” —que se adjudica Jorge, 1949— y el “argentino” —de Demián, 1976—, entre el “tú” y el “vos” va despuntando el rasgo docente de estos talentos nacidos en Buenos Aires. (Talento: “Lo que uno ha hecho con las virtudes que ha ligado en el reparto azaroso de habilidades”, define Jorge, “no creo que se nazca con talento: se nace con una habilidad y si uno trabaja esa habilidad, se puede volver un talento”).

Abordan diferentes temas, algunos realmente apasionantes como la “imposible” tarea de los padres de educar a sus hijos para que puedan valerse por sí mismos, sin ellos. “A veces, como padres y madres, creemos que lo que tenemos que conseguir es que nuestros hijos nos hagan caso. Si tu hijo/a te hace caso, eres un buen padre, una buena madre, te quedas tranquilo. Si no te hace caso, entonces ya has fracasado como padre o como madre” (Demián). Dice que el corolario de esto pueden ser los gritos, los castigos absurdos, las penitencias y, a veces, incluso, la violencia. Así, surge una pregunta clave: ¿Cómo ganarse el respeto de un hijo sin recurrir al miedo?

“Adiestrar no es educar”, concluye Jorge tras recordar la frase de una pared en Barcelona. “Obligar a nuestros hijos a que se conduzcan ‘bien’, según nuestro propio criterio; a que hagan caso, según lo que nosotros decimos; a que entren dentro del marco de lo que es política y socialmente correcto, eso, no es educar. Eso es adiestrar, amaestrar”.

Pero luego, coinciden en que si se les preguntara a todos los padres qué quisieran para sus hijos, contestarían siempre lo mismo. “Y lo mismo contestarías tú”, asegura Jorge a Demián, que tiene sus propios hijos. “Sí”, le responde, “queremos que sean felices”.

“Para eso han sido concebidos, para amarlos como hijos, que quiere decir: para ayudarlos a que sean felices. ¿Cuán felices se sentirán haciendo lo que no quieren hacer para complacer a sus padres? (…) No existe la posibilidad de hacer feliz a alguien. Ni padres que te hagan felices, ni amigos que te hagan felices, ni la persona que amas te haga feliz. Tú eres o no eres feliz, tú eres capaz de entrar en esa situación y vivirla felizmente. Pero nadie tiene ese poder” (Jorge).

¿Qué es ser feliz? “La felicidad tiene que ver con la paz, con la serenidad interior, con la conciencia clara (…), la tranquilidad y la seguridad que se siente cuando uno sabe —no piensa, no cree—, SABE que está en el camino correcto. Y por eso lo que se conquista no es alegría, sino serenidad” (Jorge). “La felicidad es dejar de temblar, dejar de estar temeroso de lo que el futuro puede deparar”. Eso significa “que voy a poder enfrentar lo que venga” (Demián).

Jorge, para cerrar, describe “el momento que yo estaba agarrado de la mano de mi hermano despidiendo para siempre el cuerpo de mi mamá; yo estaba infinitamente triste, más triste que nunca estuve y supongo que más triste de lo que nunca estaré. Y sin embargo, a pesar de que me invadía esa tristeza, miraba el lugar y pensaba: ‘Este es el lugar donde mi madre hubiera querido ser enterrada, entre este ciprés y este duraznero, en un parque enorme como este, sin monumentos, con muchos pájaros, con muchos colores, con muchos olores’. Y pensaba que mi mamá había vivido una vida muy feliz, y se había ido de una manera que ella hubiera elegido irse. Y no dejé de sentirme triste con ese pensamiento, pero recuperé mi felicidad. En ese momento y con infinita tristeza, yo seguía siendo feliz”.

—Se puede estar triste y feliz al mismo tiempo —Demián casi preguntando, como esperando eso que todo hijo necesita en la vida: una respuesta de su madre, de su padre.

—Se puede.

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