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La difícil convivencia entre democracia y desarrollo

Las relaciones entre la democracia y el desarrollo económico constituyen un escenario de múltiples convergencias y divorcios. En el siglo XXI, los datos históricos en América Latina no permiten emitir un juicio definitivo sobre las ventajas que la democracia brinda al desarrollo económico y viceversa. Una de las preguntas centrales plantea ¿cuáles son las consecuencias políticas del bienestar material moderno? Debemos seguir investigando de qué manera las libertades civiles –aquellas necesarias para que la gente elija libremente a sus gobernantes– afectan el bienestar colectivo en otros terrenos.

Diversos estudios del Banco Mundial y la Comisión Económica para América Latina, realizados 2005 y 2015 muestran que la democracia como régimen político no ha contribuido al aumento en los ingresos, ni tampoco ha logrado combatir la desigualdad. De hecho, se registra que, a pesar de la realización de elecciones libres y el fortalecimiento de los derechos de ciudadanía, la desigualdad en la distribución del ingreso y la riqueza concentrada en élites privilegiadas y reacias a compartir los beneficios económicos, aumentaron en América Latina.

 En los debates sobre democracia y desarrollo económico aparecen dos posiciones. Primero, aquellas donde se juzga a la democracia como un lujo que puede ser ofrecido solamente después de haber alcanzado un “alto nivel de desarrollo”. Algunos investigadores como el politólogo estadounidense Seymour Martin Lipset, pensaban que cuanta más democracia existía, había mayores probabilidades para desviar recursos hacia el consumo antes que hacia la inversión, razón por la cual, si los países pobres buscaban un verdadero despegue económico en términos de crecimiento, debían “limitar la participación democrática” en los asuntos políticos. 

Sin embargo, en América Latina aumentaron las presiones para la participación y la toma de decisiones en los sistemas democráticos, al mismo tiempo que la insatisfacción de la gente respecto a sus condiciones económicas que son de pobreza y falta de oportunidades.

La segunda perspectiva mostraba que el advenimiento de la democracia era una etapa inexorable como consecuencia del desarrollo; por lo menos así lo juzgaba el teórico de la modernización, David Apter. Muchas veces se afirmó que la incidencia de la democracia estaba indudablemente relacionada con el nivel de desarrollo económico (medido como ingreso per cápita). 

No es lo mismo utilizar el concepto de democracia para estudiar sus influencias en el desarrollo económico, y ofrecer una perspectiva más operativa para los fines de medición sobre la consolidación democrática, según el escenario histórico de diferentes países. Las relaciones entre la democracia y el desarrollo económico pueden ser, no solamente contradictorias, sino de abierto conflicto y rupturas.

La democracia es un fenómeno exógeno (no siempre endógeno generado por el crecimiento económico per se), es decir, un Deus ex machina, tendiendo a sobrevivir si el país es moderno en términos capitalistas occidentales. Sin embargo, la democracia no es exclusivamente un producto directo de la modernización.

El poder causal del desarrollo económico para derrumbar las dictaduras y hacer florecer la democracia es muy pequeño. El nivel de desarrollo, medido en términos de ingreso per cápita, arroja pocas luces sobre las oportunidades de transición hacia la democracia; al mismo tiempo, el ingreso per cápita tiene un fuerte impacto en la supervivencia del régimen democrático. Ahora bien, el ingreso per cápita tampoco se convierte en una evidencia suficiente en torno a la consolidación de la democracia, entendida como un régimen deseable con la capacidad de durar en el tiempo.

No existe una relación lineal entre el desarrollo económico que termina con las dictaduras y da paso –infaliblemente– a la emergencia de una democracia. Una vez que ésta se establece, tiene mayores probabilidades de perdurar en los países altamente desarrollados con buenos ingresos, pero no es la situación por excelencia, pues en otros países de ingresos medios, pobres y de raíz cultural totalmente diferente a la racionalidad occidental, la democracia hace los esfuerzos para convertirse en un régimen de gobierno pacífico y útil en la determinación de una nueva lógica equilibrada para resolver los problemas de la titularidad del poder.

Las crisis económicas en América Latina, Asia y África representan una amenaza para la estabilidad democrática, aunque no existe una evidencia fuerte sobre si las presiones por una distribución igualitaria se convierten en factores que definitivamente menoscaban la democracia; extraer conclusiones determinantes en torno a un modelo “único” de democracia universal que conviva con el desarrollo económico es, en los hechos, prácticamente imposible.

Franco Gamboa Rocabado es sociólogo

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