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La debilidad europea exige un replanteamiento

Carlos Decker-Molina

Un amigo matemático, con su mordaz ironía, me lanzó una ecuación que aún resuena: “5% para la OTAN, más 15% en aranceles de Trump, multiplicado por el hambre en Gaza, es igual a la debilidad de la Unión Europea”.

Esa frase, tan provocadora como certera, me inspiró esta crónica que bien podría iniciar con las palabras del investigador Ignacio Molina, del Real Instituto Elcano: “Somos un poco vasallos, es así desde 1945. Pero no era tan obvio”.

I. Gaza: el silencio europeo

La guerra en Gaza ha dejado al descubierto la fragilidad estructural y moral de la UE. No es —y tal vez nunca fue— un verdadero Estado federado, sino una unión de intereses divergentes donde persisten hegemonías soterradas: la alemana, dominante pero cautelosa, y la francesa, que a veces actúa como contrapeso sin dejar de ser ambigua.

La reacción ante la masacre en Gaza fue tibia, incluso vergonzosa. La UE no alzó la voz, no lideró ninguna propuesta humanitaria significativa. No califico aquí los hechos como genocidio o crímenes de guerra; eso corresponde a la justicia internacional. Pero impedir el acceso a alimentos y medicinas, incluso a un enemigo, es una violación elemental del derecho humanitario.

La crítica no vino solo desde fuera. Avraham Burg, expresidente del Parlamento israelí y exdirigente de la Organización Sionista Mundial, afirmó: “Me pregunto si Israel sigue mereciendo su existencia”. No es un activista radical, sino un sionista desencantado. Ya durante la Segunda Intifada advirtió que, si a Israel dejaba de importarle el futuro de los niños palestinos, no debía sorprenderse si crecían llenos de odio y dispuestos a inmolarse.

Sus palabras son un golpe directo al rostro ideológico de Netanyahu, y por extensión, a quienes —como Trump— intentan acallar cualquier crítica escudándose en el antisemitismo.

Alemania, atrapada aún por el trauma del Holocausto, guardó silencio. Y con ella, la UE entera. Pero ese silencio no es neutralidad: es complicidad moral. ¿Con qué autoridad hablará ahora Europa de derechos humanos tras haber cerrado los ojos en Gaza?

II. La subordinación militar

Mark Rutte, nuevo secretario general de la OTAN, celebró en un mensaje a Trump: “Europa va a pagar A LO GRANDE (sic), como debería. Y será tu victoria”. Así terminó la cumbre de La Haya: con la promesa europea de destinar el 5% de su PIB a defensa.

La razón de fondo fue el temor a quedarse sola frente a Rusia si Trump se desentiende de Ucrania. Europa, acorralada, cede soberanía por miedo. Y cuando el miedo guía la política exterior, la dignidad se vuelve prescindible.

III. El águila sobre el green

En 1782, Estados Unidos adoptó como emblema nacional al águila calva: un depredador preciso, veloz, implacable. Ese símbolo cobra nuevo sentido cuando recordamos que el último pacto comercial entre EE. UU. y la UE se firmó en un campo de golf propiedad de Donald Trump. Ni el escenario fue inocente: fue una coreografía humillante para la Europa de la Ilustración, la diplomacia y la razón.

El contenido del acuerdo también lo fue. Europa aceptó un arancel del 15% a cambio de nada sustancial. Algunos analistas lo han descrito como una “claudicación política ante la coerción”. La UE tiene instrumentos para resistir la presión comercial estadounidense, pero el temor a que Ucrania quede expuesta al oso ruso volvió a paralizarla.

Una conclusión necesaria

La debilidad de la Unión Europea no es solo geopolítica; es, sobre todo, existencial. Europa carece hoy de confianza en sí misma. Por eso necesita, con urgencia, reconstruir una soberanía común que le permita actuar con independencia de los imperios, dotarse de capacidades militares, tecnológicas, económicas y digitales suficientes para no ser arrollada por águilas ni osos.

No se trata de abandonar la OTAN, sino de ser un actor con voz propia, capaz de decidir y de defenderse. El liderazgo europeo debe superar la etapa de la timidez y el cálculo mezquino. Tiene que recuperar su vocación histórica: la de ser un proyecto democrático, de bienestar, libertad y dignidad para sus pueblos.

Incluso el ahorro de los ciudadanos europeos, que hoy reposa en gran parte en bancos estadounidenses, debe volver a Europa. Es momento de consolidar un mercado único real, producir bienes públicos europeos, incentivar la innovación y fortalecer las defensas comunes.

La Unión Europea nació para evitar nuevas guerras internas. Hoy debe protegerse de las amenazas externas… y también de las internas. Este es el momento más crítico desde su fundación. Si los ciudadanos perciben que Bruselas ha dejado de creer en sí misma, votarán por aquellos que prometen deshacerla.

Y entonces, la historia, como el águila, caerá en picada para devorar a su presa.

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