Maria Cristina Botelho
-Del capítulo décimo segundo-
“La única anormalidad es la incapacidad de amar. El erotismo es una de las bases del conocimiento de uno mismo, tan indispensable como la poesía. Solo el latido al unísono del sexo y del corazón puede crear énfasis”
Anais Nin
La siguiente cita fue con Bill, un médico retirado de setenta y tres años, Refugio Arroba Puntocom quería hacer un último intento para saber por ella misma el resultado de “aquella pesquisa”; por cierto, poco usual para una dama de la tercera edad. Bill era quizá el más decidido de los galanes, la invitó a cenar, le dijo que acudiría a buscarla en un Mercedes de color negro. Refugio no estaba ansiosa, mucho menos nerviosa, tampoco esperaba demasiado de aquella cita, se arregló con algo de entusiasmo, mujer optimista que jamás retrocede en su intento, algunas veces placentero y otras con un sabor a tristeza. Guy y Pacer quedaron como una anécdota en su haber.
Bill llegó muy puntual, impecablemente vestido, sobrio y elegante, un hombre de “la tercera adolescencia”, fino y educado. Subió a buscarla hasta el tercer piso. Refugio salió con la sonrisa iluminada, como siempre, su atuendo discreto, pantalón y chaqueta de color azul, con un collar de perlas y aretes que le daban un toque de seriedad a su porte. Se miraron y al parecer se gustaron, intercambiaron unas cuantas palabras, ella estaba lista para acompañarlo. Él no dejaba de mirarla y sonreía de rato en rato, el inglés de ella no incomodaba a Bill, al contrario, de rato en rato decía alguna palabra en español. A Refugio le gustó la personalidad de Bill, hablaron de sus respectivas vidas, él le contó que no era absolutamente libre, tenía la esposa en un Sanatorio para enfermos de Alzheimer, era un hombre casado hace más de cuarenta años, no era el momento de iniciar un divorcio. Las cosas tenían que ser como estaban. Él se sentía libre para elegir una “amiga especial”. A Refugio al principio no le pareció mal aquello y la cena fue perfecta, con los modales de un gentleman, con la actitud de ambos, la cosa iba bien. Concluida la cena, Bill llevó a Refugio a su casa, la abrazó y le dijo que le gustaba más de lo que pudo imaginar. Ella correspondió con un beso, dos y luego muchos más. Bill no se fue hasta que ella entrara a su departamento. Quedó en llamarla pronto.
Transcurrieron escasamente dos días de la magnífica salida y Bill ya intentaba invitarla nuevamente a cenar, esta vez a su casa. “Te espero el día sábado en mi casa, a las seis de la tarde, te prepararé un asado”. Refugio aceptó encantada, la compañía de Bill le imponía respeto y le agradaba mucho conversar con él. Refugio se abstuvo de comentarle que nunca tuvo un gran romance o una pareja estable. Dio por entendido que él se lo imaginaría, solamente le dijo que no había formado una familia porque su trabajo le absorbía todo el tiempo. Tampoco tocó el tema del nombre de su verdadero padre, que ni siquiera ella lo supo. Los únicos padres que conoció fueron sus abuelos maternos.
A pesar que no se sabían las reales intenciones de Bill, Refugio no quiso pensar en lo negativo, se preparó muy bien para acudir a aquella cita que probablemente definiría la situación entre ambos. Era muy pronto, había que conocerse, había que saber más el uno del otro; en la tercera edad, el sexo no es lo que prima, es la aceptación y la tolerancia de ambas partes, además de definir qué es lo que se está buscando. Refugio se preguntaba si Bill sería un “picaflor” de aquellos que dejan buen sabor pero se esfuman como el aire: era un hombre muy acomodado, vivía bien, un brillante profesional, aunque jubilado, pero su prestigio lo tenía muy bien ganado. No se escondía tampoco.
Cuando salieron, él la llevó a un famoso restaurante, alguna gente lo conocía y le saludó. Aquello dio mucha serenidad a Refugio.
Llegó el día sábado, Refugio había dejado de lado sus amistades, las matemáticas estuvieron ausentes de su cabeza, ahora veía la vida con alguna luminosidad interior: no estaba desesperada por conseguir a un hombre que fuese para ella solita. Sabía de la vida, tuvo experiencias sexuales sin ninguna consecuencia, tal vez le dejaron aquel gusanito de placer, el gusto por sentirse amada, lamentablemente nunca pudo disfrutarlo porque era vista “como una buena amiga”. Probablemente, ella entregaba absolutamente todo, no había sorpresa, no había misterio y, luego, se producía el desinterés de sus “amigos ocasionales”; esos encuentros fugaces, esas relaciones sin ningún compromiso, eran el problema; el tiempo le había demostrado que ella tenía que ser más egoísta al ofrecer sus besos, estar segura antes de entregar el néctar de sus dones.
Refugio Arroba Puntocom se preparó para un desafío, si las cosas salían mal, pues no sería ninguna novedad para ella. Hay personas que nacieron para vivir solas, amarse a sí mismas y superar las tentaciones y miedos en solitario. La sombra de su madre abandonada, la siguió toda la vida.
No era el momento de retroceder ni de sentirse una víctima, la vida es un juego, es una ilusión y hay que hacerle frente. “Lo que tiene que ser, será”, se decía mientras se acicalaba para la cita con Bill. Llegó la hora, puso en marcha su Nissan. Esta vez vestía un pantalón imitación cuero, una camisa suelta y botas, el clima no permitía que llevase ropa ligera, los primeros achaques no estaban ausentes y se lo recordaban, había tomado sus pastillas para la presión arterial. Solamente debía conducir veinte minutos, a pesar de ser una gran conductora, con esto del tráfico no era muy experta y muchas veces se perdía, conectó su GPS para llegar a tiempo. Ese aparatito falla también, espero que hoy se porte bien. Siguió los datos que le daban y de pronto se vio delante de una gran mansión, en la puerta esperaba Bill, ropa deportiva también, un pañuelo al cuello y en la cabeza una gorra de golf. Adelantó sus pasos para ayudarla a bajar del automóvil; “Es tan detallista, es tan galante, me fascina”, pensó mientras salía y le extendía la mano; él le dio un abrazo y la condujo a la casa.
Refugio no frecuentaba con gente millonaria, sus amistades eran gente sencilla, en su mayoría latinos, cuando egresó de la Universidad, su inglés era más fluido, se relacionó con personas que no lo hablaban y fue olvidándolo. A pesar de vivir en Indiana, se encerró con su cultura, sus tradiciones, solamente en su trabajo y lo necesario con estadounidenses. Esta experiencia le parecía sacada de una película, ¡Qué hombre! ¡Qué casa! ¡Qué atenciones! ¡No lo podía creer! ¿Estaría soñando? Bill notó que algo la ruborizaba y le guiñó un ojo. Toda su vida se la había pasado en espera de su hombre; ahora, en la tercera edad, no podía ser cierto. “Seguro que sucede algo imprevisto y me doy un planchazo, segurito”.
Entraron por la puerta trasera, la cocina y una salita de estar con un cómodo sofá y, al frente, un televisor de pantalla gigante, se podía observar que transmitían un partido de fútbol americano entre Colts y Bears, equipos de Indiana y de Chicago. Sentada en el sofá, estaba “Bella”, una perra de color negro, de raza gran danés, hermoso animal y además muy afectuoso; eso complació a Refugio, ella amaba a los animales y vivía hacía diez años con dos perros y dos gatos, criollos y hermosos. Suspiraba profundo al pensar que ellos se alejarían de su lado, también pasaban por la tercera edad. Bella era más joven, tenía cinco años y era muy alegre, si hubiera podido lanzar una carcajada lo hubiese hecho, risueña como Refugio, congeniaron y ambas ocuparon el sofá. Bill, muy complacido, empezó a preparar el asado prometido.
Todo estaba casi listo, le ofreció a beber cerveza o vino, ella no tomaba bebidas alcohólicas, le afectaban a la presión arterial, era una mujer saludable porque se cuidaba mucho, así que prefirió tomar una gaseosa. Bill se esmeraba para que la comida quedara exquisita, olía a carne asada en parrilla, Refugio le ayudó a picar lechugas para la ensalada. De pronto se imaginó en un mundo irreal, con un hombre cocinándole y dedicando tiempo valioso para ella, él le dijo que estaba muy contento de haberla conocido, que era hermosa y que su esposa también lo fue pero ahora, por la enfermedad, no era ni la sombra de cuando la conoció; habían tenido tres hijos y todos vivían en Denver, Colorado, y de vez en cuando ellos venían o él pasaba temporadas con ellos. Refugio no se atrevió a preguntarle en qué Sanatorio estaba internada su esposa y cuántas veces iba a visitarla, le parecía que con esa pregunta se rompería la magia que se había creado entre ellos, algo de misterio, interés y el romanticismo flotando por ahí. Refugio no era muy romántica pero había aprendido a apreciar los detalles, quería ser complaciente, no hablar demasiado como en la cita con Pacer que lo espantó y desapareció como un pájaro asustado.
Ahora, con aquella experiencia debía tener más cuidado, ni ilusionarse, ni tampoco actuar atropelladamente como una mujer sin mucho conocimiento acerca del amor, a pesar de haber tenido contactos íntimos alguna vez, muy al paso o en el trabajo, o en un viaje que hizo a California…
Recordaba aquello: había encontrado a un hombre nacido en Italia, que si ella se decidía, se casaría, solamente que él era diez años menor y le pareció que aquella distancia se notaría después y hubiese sido un desastre, aquello sucedió hace mucho tiempo pero le dejó una huella imborrable.
Así pasó su vida, no estaba segura si ese era el amor, el recuerdo y la nostalgia la acompañaron y le pareció suficiente, nunca más supo de aquel hombre que la acariciaba con solo mirarla, aquel hombre que la hizo sentir mujer, aquel hombre que no la dejaba dormir durante la noche porque se la pasaba besándola, haciéndole el amor de todas las maneras posibles y en los lugares más insólitos, debajo de la alfombra, en el closet, en la bañera, debajo del limonero, dentro el automóvil, sobre el mesón de la cocina, y ella sonreía, le lamía la oreja y ella le correspondía con un suspiro; él un fanático romántico, ella metida en sus números, no se dio cuenta que aquel encuentro había sido perfecto, que probablemente él fuera el amor de su vida, y que por eso nunca encontró a nadie, o que, sin darse cuenta, se había puesto una coraza y que no dejaba que nadie más penetrara en la intimidad de sus sentimientos.
El galán había terminado de preparar la cena, dos velas encendidas sobre una mesita pequeña, al estilo americano, sin mucho protocolo pero con aprecio, con pequeños detalles, unas rosas rojas en una copa de cristal, el pan de ajo sacado del horno, una salsa picante al estilo mexicano; a ella le gustaba aquel sabor que le recordaba a la comida boliviana. Comieron breve y delicioso, siguieron conversando y Refugio empezó a sentir más cercanía de parte de Bill. Se estremeció, aunque estaba dispuesta a cualquier cosa, aquella búsqueda tenía que terminar: “Soy una mujer que ha esperado, soy una mujer como cualquier otra, a pesar de mi edad, de mi independencia de toda la vida, necesito un hombre, no para lo físico solamente, un hombre que respire conmigo y que despierte conmigo es una utopía, no puedo ser posesiva, pero no quisiera que me tomara como un juego, ya sucedió”, meditaba interiormente. No salieron de aquel ambiente, ambos se sentaron en el sofá, seguía el partido de fútbol, ello no distrajo a Bill, empezó a besarla, la abrazaba y apretaba muy fuerte, le empezó a acariciar las piernas por encima del pantalón imitación cuero, sus manos resbalaban, ella le tomaba los cabellos canos, delgados y suaves, él olía a colonia, era un hombre pulcro, eso a ella le gustaba y cada vez estaban más cerca de pertenecerse, los besos llegaban como cascada, intensos, apasionados y largos, ella sentíase relajada, confusa pero plena, pensaba que con aquello estaría satisfecha, en eso Bill le dijo al oído: “Quiero que sepas que algunas veces puedo y en otras no”, se rompió el romance, ella le contestó que no importaba, que estaba bien así, el comentario de Bill no le agradó porque seguramente lo que él buscaba era eso, pensó Refugio. De todos modos, aún existía algo muy agradable, inexplicable para ella y él parecía complacido y tranquilo.
Ella le pidió ir un momento al baño, después de ello se disponía a regresar a su casa para meditar sobre el futuro de algo impreciso. Caminó por un largo pasillo, hasta unas escaleras; era una espaciosa casa, así que se vio tentada de subir los escalones, vio una habitación abierta a medias, un espejo frente a la puerta mostraba una mujer de cabellos largos y canos, sentada en una silla de ruedas, al parecer se trataba de la mujer de la fotografía que vio al entrar, no le vio el rostro completo, la inquietó y bajó rápidamente. Él le había dicho que vivía solo, que su esposa estaba en un Sanatorio para enfermos con Alzheimer, una mentira al descubierto, otro picaflor seguramente, pensó, y salió rápidamente hacia la cocina, no le dijo nada a Bill, él siempre gentil, cariñoso, la volvió a besar y le dijo que la llamaría muy pronto. Ella, un poco distante, disimuló, agradeció la cena y salió sin mirar atrás.
No volvió a ver a Bill, se puede tolerar cualquier falla, pero una mentira jamás, no estaba triste, había aprendido la lección.
Aunque, se preguntaba: ¿Por qué ocultaba a su esposa? ¿Realmente estaría enferma de Alzheimer?
Decidió alejarse de Indiana por un tiempo.
Iría a Coroico, a reencontrarse con el paraíso de su juventud, tal vez allí pudiera hallar la compañía que toda su vida estuvo buscando. “Soy la novia eterna, voy en busca de mi propio velo”.