Con el permiso de todos, nos damos el crédito. Detectamos que José Antonio Kast algo se traía entre manos cuando apenas se le consideraba un candidato testimonial de la extrema derecha. En la primera vuelta, obtuvo el cuarto lugar, con casi el 8% de las preferencias, por debajo de las dos primeras mayorías, Sebastián Piñera (Presidente electo) y Alejandro Guillier, y del tercer lugar de Beatriz Sánchez. Y aún así, después de Piñera, ha sido el aspirante a La Moneda que ha logrado más atención mediática tras la segunda vuelta presidencial, pese a no haber competido en esta instancia, sino siendo generalísimo del ala conservadora del pacto Chile Vamos.
Para lograrlo, el interés ha sido de ambos lados. Los medios de comunicación, siempre buscando la declaración fuera de foco, incendiaria o excéntrica y con posibilidad de réplica, encuentran en Kast el ideal de sus propósitos. Pero también está el mérito del propio diputado, quien aprovecha la atención mediática para persistir en sus particulares ideas, coincidente, por lo demás, con sus propuestas de campaña. Hay que reconocerlo: Kast, como político, ha derrochado consecuencia.
Sea defendiendo a los reos condenados por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, buscando operadores políticos debajo de las piedras (entiéndase todo lo que huela a bacheletismo), oponiéndose a más estado –salvo cuando se trate de represión policial y militar, especialmente en La Araucanía-, frenando cualquier legislación sobre igualdad de derechos sociales -aborto, identidad sexual y ley de unión civil, entre otros-, proponiendo más clases de religión católica en las escuelas y hasta alabando la gestión de la Presidenta Bachelet el “Día de los Inocentes” por Twitter (supuestamente era una broma que pocos entendieron), Kast jamás de despeina ni pierde la cortesía de su buena cuna.
Con el triunfo de su sector, pareciera que el extremismo de Kast no cuenta con contrapeso. Ataques provenientes de la fenecida Nueva Mayoría, del derrotado oficialismo o del balbuceante Frente Amplio, no le provocan ni cosquillas. Aún, él mismo los incentiva, risueño y hasta levemente burlesco, exhibiendo orgulloso sus arcaicos principios ante una centroizquierda agónica.
Insistimos en el detalle. Con casi el 8% de los votos, y sin considerar a Piñera, Kast se yergue como el gran ganador de esta campaña. No cuenta con el apoyo para ser Presidente ni tiene ideas que sean apoyadas por la mayoría del país. Y aún así, sin un partido estructurado que lo apoye (recordemos que abandonó la Unión Demócrata Independiente, UDI para llevar adelante su campaña presidencial), se dispone a influir, desde el próximo gobierno, en la vida de miles de chilenos.
El triunfo electoral de la derecha provoca que los contrapesos a las arremetidas de Kast se encuentren dentro de su propia coalición, con el senador y ex precandidato presidencial Manuel José Ossandón, líder de un sector que él mismo ha llamado “la derecha social” –algo así como un dueño de fundo generoso con la peonada-, y de su propio sobrino Felipe Kast, de una línea más liberal (Evolución Política, EVÓPOLI), pero con el contrapeso religioso que le pone freno de mano a cualquier desbande, claro que sin los excesos de su tío.
Mientras tanto, José Antonio Kast sonríe tranquilo. Está seguro de poder derrotar a quien se le ponga por delante con el poder de la espada, la biblia y una herencia de incluye genes germánicos y a terratenientes del valle central.