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Julio de la Vega / Poemas

“The Strongest”

“Era una multitud sin alegría
y el alumbre del Sol en vano era;
cuando la noche oscura con el día
se dieron a volar con su bandera“Se dieron a volar porque nacía,
una coral de tarde dominguera,
sentada multitud de idolatría
al puntapié inicial sobre la esfera;“Y el tigre estaba ahí, desde ese entonces,
los fantasmas del tedio exorcisando
en una voluntad que fueron once
y fueron mil y miles más y son ahora
desde Zelada hasta Alarcón volando
una sola emoción que enluta y dora …”.

Rapsodia y mordedura del maldito

Pudimos ser una misma soga,

una misma corbata de emoción pudimos ser.

Pudimos ser:

porque cuando aparecieron tus ojos

como flechas señalaban mi camino

y tu cabello flotaba llamándome

con su alfabeto de banderas…

Pudimos ser:

porque en tu piel yo vi mi nombre

y la estatua de mi destino tatuada allí;

y vi cómo tu boca hablaba para mí

y vi cómo tus dientes

eran blancas teclas para mi música.

Pudimos ser un mismo horizonte

porque en los anchos paisajes de tu frente,

yo miré adentro de ti y vi mi urgencia

y tus nervios como cables rotos…

Pudimos ser una misma ternura

porque tus manos eran pétalos

y era rocío tu cintura…

Pudimos ser un mismo manantial

porque en las playas de tus muslos

me llamaba la arena

y mis desesperados barcos

echaban anclas a lo largo de tu cuerpo…

Pudimos ser un único jardín,

porque en tus ojos habían flores de llanto

y era tu pupila un pálido clavel…

Pudimos ser:

porque abrazados en la noche

nos unía una misma y apasionante lágrima,

y la cruz la arrastrábamos nosotros

ayudándonos a la manera de empujar montañas…

Pudimos ser una misma cadena

porque en las muñecas abrasadas

teníamos la misma marca

y éramos un mutuo carbón para la misma hoguera

y éramos una misma sal para la lágrima gigante

que nos rodeaba como un océano inmenso

y tu latido tenía que ser yo

y mi latido tenía que ser tú

como una orquesta en un aire para violines gemelos

como si fuéramos un mismo patético compás…

Pudimos ser:

pero a veces lleva el hombre tigres dentro,

lleva cuchillos para matar

y con espinas rasga rosas

y por las venas corren barcas con guerreros primitivos

y el ancestro de bestias olvidadas despierta como un clarín

y se yergue multiplicándose;

y la poesía entonces ya no es canto,

ya no es clavel ni lluvia en los tejados;

la poesía se hace entonces un ronco mar embistiendo,

llama como un tambor de antigua tribu para raptar mujeres;

entonces el violín sólo es serpiente

y en el hombre florecen fauces

y le nacen filos por todos los costados

y el fango lo maquilla

y lo viste con un smoking para morder…

Pudimos ser:

pero el hombre en un instante borra días

y se parece a Dios en destrozar el tiempo

y el futuro con puertas se vuelve reja para siempre

con pesados cerrojos sin escapatoria.

Pudimos ser:

pero a veces la seda para el hombre no es suave

y la destroza con puñales

y el alcohol le ayuda desde un vaso

que proporciona infames batallones;

y entonces el hombre no puede llamarse Beethoven

y se vuelve un cordel desesperado…

Pudimos ser:

y ahora existe sólo una noche en mí,

un instante muerto y apagado,

y cabellos como trigo ante el granizo

y una boca implorando y reprochando

y delicadas manos que golpean

y aparece un telón fin de función de cine proletario

y una noche final en la que grita

un remordimiento como eterno ladrido.

Impromtus de mi infancia en Santa Cruz

¿Por qué me enciende el corazón

el sólo imaginar

un viento huracanado doblegando palmeras;

por qué me sale un canto por la boca

como erosión de manantiales

al decir Santa Cruz?

Será porque mi grito,

el primero de todos,

bocanada inicial del aire de la vida

o caída de bruces en zambullidas a la luz

lo di entre manotadas por atrapar el aire

que un beso me brindabas inaugurando el beso de mi madre

y el paso debutante en mis auroras

ya supo de caricias

porque al dejar huellas pequeñas en la arena

una temperatura de jaguares,

un vaho cálido de impulsos sobre el hombro,

una urgencia vital hecha de raíces,

de hálitos vegetales,

de alfombras verdes

y ardientes soplos

diseminando el polen oloroso

me trepó todo el cuerpo…

Supe que me nacía el olfato

y el polen eras tú, mi Santa Cruz,

ciudad nativa de mi infancia,

tú, mi primer zapato de dedos imprimiéndose en la tierra;

tú, estrenando en mi oído

un sonido de grillos,

la guitarra minúscula del grito…

Tú, iniciando mi tacto

sobre la piel de víboras,

ondulantes alambres que colgaron mis sueños

cuando aprendí a cerrar los ojos…

Y me enseñaste a ver

levantando telones de platanales intrincados,

principiando un crepúsculo de hachazos

al pecho de la tarde,

dilapidando rojos horizontes

para que aprenda lo útil de los ojos,

rasgando un toldo de colores

que ocultaba florestas,

escuadras de tucanes aterrizando auroras…

Y comenzaste el gusto de mi lengua

abriéndome naranjas,

precipitando lluvias en mi rostro

cuando de cara al cielo te esperaba

metiéndose las gotas en los labios,

amarrando enramadas en mis dientes,

dándome a paladear frutas silvestres…

Pero no es porque yo haya visto la estrella

que me abrió las pestañas

llegándome en oblicua línea de tu cielo

ni porque el trueno primordial

y el chaparrón del trópico

se hicieron eco de mi llanto

cuando estrenaba lágrimas,

ni porque la tormenta

fue mi canción de cuna

resonando en los techos de lianas,

depositándose en lo hondo del aljibe,

ni porque te miraba sin saberlo yo te quiero,

ni es porque soy tu hijo que te quiero,

ni porque te he hecho mía

desgarrando tus sábanas de hierba

es que te quiero.

Es porque tú eres cálida,

porque eres amplia en ramazón de eternidades,

por lo que eres y no por lo soñado,

por tu savia perenne alimentando hormigas,

irguiendo postes del futuro,

cimentando horizontes

para que crezca recta la esperanza,

desgarrando la noche y apadrinando el día,

bañando tu cadera en los arroyos

para que sepa el hombre que está cerca

el día de tocarte,

de germinar en un telón de cañas,

de cruzarte caminos en el cuerpo,

de ver crecer desde tus senos

un ancho río que arrastre troncos

para salvar naufragios…

Es por tu ancha falda,

por tus sandalias dibujando sus pasos en la arena caliente

señalada de rumbos

y porque tú tendrás que ser de todos,

como el telón que brinda Dios cuando ordena la noche,

como tu misma noche que acaricia recuerdos

y dispone mañanas sin limitarse en ámbitos,

abriéndose al futuro

¡Es por lo que tú eres que te quiero, te quiero!

Descubrimiento del Grillo

Abrió ante los soldados portones la leyenda
y entraron en la gloria pisando la maleza…
Vino a platear la luna adargas y armaduras
cuando moría la tarde asida en los celajes…
El oído de la tropa sintió vibrar los élitros,
sintió la nueva música en instrumento nuevo
y el grillo serruchando y cantando sus saltos
colgó canción de alambre donde estallaban trinos…
Y entre las barbas negras que aclaraban sonrisas
se inventó la guitarra minúscula del grillo…

Biografía

Julio De la Vega Rodríguez, nació en Santa Cruz, poeta, escritor, periodista y crítico de cine. Nació el 4 de marzo de 1924 en Puerto Suárez. Estudió en la Universidad Mayor de San Andrés (La Paz) hasta recibirse de abogado.

Escribió las novelas: “Matías el apóstol suplente” en 1971; “Cantango por dentro” en 1986.  En poesía: Amplificación temática (1957); Temporada de líquenes (1960); Twist en las alturas (1963); Poemario de exaltaciones (1967); Vuelos (1993).  En el género teatro: Se acabó la diversión en 1975 y La Presa en 1982.

El 2004, el gobierno de Chile le premió con la Medalla “Pablo Neruda” y el 2005 el estado boliviano le otorgó el Premio Nacional de Cultura.

Murió en La Paz, en noviembre del 2010.

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