Miguel Sánchez-Ostiz
Me gusta mucho el capítulo 16 de Ulises, de Joyce, ese en el que Stephen Dedalus y Leopold Bloom recalan en un refugio (abstemio) para noctámbulos en derrota en el que perora un charlatán, fogoso narrador, que se dice marino y tiene el moreno de los patios de las prisones. El marinero ful saca de su «cámara de los horrores, por otro nombre bolsillo» una tarjeta postal para ilustrar su cuento de haber visto caníbales en el Perú que se comen los cadáveres y los hígados de los caballos.
Una postal que decía: «Choza de Indios. Beni. Bolivia». La tarjeta está dirigida a un comerciante de las galerías Beeche de Santiago de Chile (Beeche, no Becche). [Escolio: Beeche será el apellido de penúltimo marido de Blanca Luz Brum Elizalde, la robinsona de Juan Fernández, padre de María Eugenia, robinsona].
Me gusta ese capítulo porque más que deliberadamente aburrido , como dice Valverde, tiene el tono justo de las derivas alumbradas y resacosas en las que los disparates fluyen imaginativos, confusos, como ahí sucede entre beodos más o menos en tregua que se asombran de lo que el dudoso marino cuenta.
«Mascan coca todo el santo día –añadió el comunicativo lobo de mar– Tienen los estómagos como ralladores de pan». No, la hoja coca, en infusión o en jugo bucal es extraordinariamente digestiva.
Los concurrentes, todos a uvas sordas, se quedan asombrados ante los originarios en pelotas
«¿Saben cómo se les tiene a distancia?», pregunta el embustero (siempre hay uno suelto en esas reuniones). Silencio.
«Con vidrio. Eso les atonta, Vidrio».
[Escolio: ay, los ojos de vidrio, como brillan en la noche]
Pero para mí lo verdaderamente interesante es que mientras que a los borrachones en dique seco la tarjeta les deja perplejos y vagamente soñadores a Bloom le entran unas irrefrenables ganas o fantasías de viajar, a Londres primero, y si no se puede, a los alrededor de Dublin, qué más da, el asunto es moverse, con o sin numerario, y ahuyentar el muermo: somos muchos los que en nuestro corazón tenemos «un aventurero de nacimiento aunque por crueldad del destino» no hayamos nunca dejado de ser «lobos de tierra» y vayamos donde vayamos nada nos basta, errantes, con la lengua fuera.