Christian Jiménez Kanahuaty
Cuando uno se entera de la muerte de alguien que no conoció pero que leyó con detenimiento y amistad tiene una sensación extraña en el cuerpo. Algo traza en la mente la línea de lo que se debe escribir en su honor. No se trata solamente de palabras que tendrán o no un sentido para la familia del que se fue. Es más bien, un testimonio, un agradecimiento. No todas las personas dejan un legado y que ese legado se vuelva en oportunidad depende de nosotros. No hablo ni escribo del político. Hablo del politólogo. De aquel que desde sus libros hizo de la ciencia política una disciplina estable en Bolivia. Analizar la realidad y los ciclos históricos no es tarea fácil. Tampoco escribir la historia del movimiento obrero boliviano lo fue, pero lo hizo y ese libro aun significa mucho para la propia organización y para los que hacemos siempre de estudiantes de ciencias sociales. En aquel libro se despliega lo mejor de la etnografía política y de la historia de las ideas. Se establecen conexiones entre lo estructural y lo coyuntural. Se tejen sentidos e interpretaciones, pero ninguna de ellas alejadas de la realidad que se presenció o fue recibida por viva voz de los actores de los acontecimientos. Es un libro que también logró nutrirse de referencias hemerográficas oportunas y certeras. Gracias a ese libro muchos decidimos nuestro destino, mucho supimos cómo escribir y sobre qué condiciones materiales ideológicas e históricas hacerlo.
Y aunque el tiempo político transformó a la central obrera, también lo hizo al intelectual. Lazarte pasó a pensar desde los marcos del neoliberalismo y luego de la democracia restringida en apego del Estado de derecho. Seguir su bibliografía es seguir el siglo xx, pero también seguir de cerca el modo en que se comportan nuestros intelectuales que transitan quizá no todo el tiempo entre el intelectual orgánico y el intelectual tradicional; ambas facetas quizá, lejos de lo que se piense pueden convivir en un solo individuo. Quizás la lógica del campo intelectual tenga que verse con mayor detenimiento para entender cómo funciona el intelectual en sociedades como la boliviana que al mismo tiempo, son atravesadas por la modernidad y la tradición.
Hablar de un intelectual en este contexto, en el que en Bolivia se discute lo particular de una transición política mediada por una nueva contienda electoral tiene sentido, un sentido único de reciprocidad para con la construcción de horizontes que desde el campo intelectual se dejen sobre la interpretación de la historia larga de Bolivia, pero también sobre sus particularismos. Muchos de los textos (ponencias, consultorias, investigaciones, resúmenes de informes, análisis de coyuntura, programas políticos, ensayos y artículos) que dejó Lazarte pueden servirnos hoy de radiografía del estado del Estado del siglo xx en Bolivia. Pero también si prestamos atención nos podemos dar cuenta de cómo se pensó Bolivia y cómo se la sigue pensando. Es decir, desde qué marcos teóricos, históricos e ideológicos lanzamos la interpretación sobre la realidad que vemos y analizamos pero que no es la que nos rodea por completo.
La muerte de un intelectual significa, la muerte de uno de los sentidos con los cuales interpretábamos nuestras sociedad dinámicas y multiformes; aquellas que componen el mosaico de lo plurinacional y aquellas que a tientas construyeron democracia desde los esfuerzos de la participación popular o desde la reivindicación rebelde de las calles.
Lazarte pensó los momentos dentro o fuera de la academia. Se involucró. Prestó atención a los discursos, pero también al accionar. Los líderes políticos le llamaron la atención y lo sedujeron, porque el poder siempre seduce para ser ejercido o analizado. Después de todo, desde hace más de 400 años nos enfrentamos a la conceptualización del poder y aun no damos con las claves para su interpretación y contención.
En todo caso, la labor que resta por hacer no es sólo recuperar la obra de Lazarte, también es volver a pensar desde esos cimientos, el significado, alcance y tipología que se podría empezar a construir en Bolivia en torno a conceptos clave como democracia, representación, representatividad, deliberación, estado, gobernabilidad e ideología. Palabras que pueden existir de forma autónoma en el universo lingüístico de las personas toda vez que se acercan a las noticias, pero que tienen un valor y una jerarquía distinta en los decisores y líderes políticos de coyuntura en coyuntura a lo largo de la historia moderna de los estados. En ese sentido, el significado, sentido, alcance y tipología es una construcción que está por ser puesta a debate en este gobierno y en el que venga y esto es asunto importante porque marcará el rumbo de la fisonomía de la arquitectura constitucional y estatal que imperará los, al menos, próximos quince años.
Lazarte sabía que la historia sucede por ciclos, que las repeticiones son fundamentales para que los ciudadanos entiendan el valor de la política y sus acciones; lo que en palabras concretas significa que todo acto de interpretación afecta a la realidad tanto como a nuestros marcos analíticos. Y en ese sentido, lo que hay por delante no es una sola forma de ver y entender Bolivia. Lo que deja Lazarte es una forma que atendida a la democracia y las reglas de juego liberales se puede construir consensos y organizaciones políticas fuertes, pero, hay que tener cuidado en reducir esquemas interpretativos propios de mediados del siglo xx al presente.
Este momento, es otro en términos políticos y muy distintos a los de la segunda mitad del siglo xx en su forma ideológica y en su accionar ciudadano.
Está bien el rescate de una obra intelectual como la de Lazarte, pero desde ahí se debe empezar a pensar dinámicamente otros horizontes epistémicos y de construcción conceptual porque este es otro Estado, por mucho que cueste reconocerlo a sectores conservadores, reaccionarios o anclados en viejas enseñanzas de un marxismo y de un liberalismo que pensó los albores de la modernidad y no su transformación, evolución y dislocación.
Quizá ajustar cuentas con nuestra historia sea también una forma de ajustar cuentas con nuestro conocimiento sociológico y etnográfico además del conocimiento histórico y político que tenemos sobre las distintas formaciones sociales que anidan en Bolivia. Apelar a la memoria de Lazarte sería un modo de entender el juego que hay entre realidad y teoría y el modo en que la praxis se desarrolla para crear conocimiento que pueda construir horizontes emancipadores.
Se trata de establecer la noción instrumental de la democracia y sus teorías y conceptos como el principio sobre el cual buena parte de la producción bibliográfica de Lazarte se fundó y articuló para debatir con otras tendencias. Clásico es el debate de 2002 auspiciado por el semanario Pulso entre Lazarte y García Linera. O sus notas sobre Zavaleta Mercado y las formas en qué pensó la Asamblea Constituyente a contrapelo de lo que en ese momento el Pacto de Unidad estaba postulando. Y todas esas ideas no es que se hayan agotado o hayan estado erradas, simplemente formaron y forman aun parte de un sistema de pensamiento que produce un tipo de democracia que funciona para una parte del país, pero no para todo su conjunto; lo mismo que pasa con el katarismo, el indianismo enraizado en la figura de Reingada o sin ir muy lejos, el modo en que desde el multiculturalismo de los noventa se jugó a la inclusión, pero no a la participación.
Lo que nos lleva todo a esto a decir que repensar el país desde una sola matriz política significa reducir el potencial epistémico de Bolivia solo a un ejercicio del poder procedimental y bastante anclado en el pragmatismo propio de los resultados y la eficiencia terminal que propone el capitalismo cognitivo cuando iguala el Estado a una empresa privada.
Como se verá, el riesgo es inminente. Lazarte es el símbolo de un modo de entender la política, de hacer ejercicio intelectual sobre los datos ofrecidos por la realidad, pero al mismo tiempo es síntoma de una época que no termina de morir. Una época política y cultural en la que la democracia estaba en formación y consolidación. Ahora que se reconoce que la democracia está estable a pesar de sus crisis, que ocurren en todo momento y en todo Estado que pugna por la ampliación de derechos y su limitación, pasamos al periodo de la consolidación de las instituciones del Estado que atraviesa su fase de reconocimiento plurinacional.
Y esto es significativo porque la plurinacionalidad a trabajado sus símbolos y políticas públicas aun sobre las bases de las estructuras de cultura política y de afinidades electivas de la república. Porque nunca se dio el salto hacia la revolución transformadora del Estado por miedo a los créditos que se podrían difuminar o por insuficiencia en la imaginación política técnica que nunca puso resolver la manera en que las organizaciones sociales y los movimientos sociales pudiesen ser parte del gobierno sin intermediación gubernamental y cómo la ciudadanía podría ir de la representación a la participación por obra de la deliberación colectiva en el espacio público. Todas estas cosas simplemente se siguen revelando en la crisis, pero no en la nomenclatura de lo cotidiano.
El problema político es teórico porque los principios por los que Lazarte abogó perviven y hacen que la salida al desastre pos electoral sea la sucesión constitucional y que la salida a la encrucijada de liderazgos políticos se resuelva por vía electoral; pero de fondo, no se decide el tema clave de estos últimos 20 años. ¿Qué tipo de país, de democracia, de Estado, de regiones, de identidades y culturas deseamos como bolivianos? ¿Cómo se traduce la diferencia en organización política coherente y estable en el tiempo? ¿Qué función tiene en todo esto el modelo de desarrollo y la matriz productiva del Buen vivir, fue sólo un saludo a la bandera o de verdad nos dimos el tiempo de convertirla en una variable/indicador transversalizado en toda la política pública estatal en sus diversos pisos territoriales? La cuestión pendiente es la de siempre. Se continúa con el esquema que propuso el anterior gobierno o se hace como si no hubiera ocurrido nada y se retoma el esquema propuesto por el neoliberalismo hacia el final de los noventa.
Es probable que la muerte de Lazarte sea en vano si es que no colocamos en este momento todas las herramientas políticas, culturales y conceptuales para construir una pluralidad desde esa diversidad de la que tanto escribió, pero que tan poco se instrumentalizó y aterrizó en reglas concretas y en políticas públicas eficientes y plurales.
El riesgo es regresar en el tiempo y volver a los debates sobre representatividad, sobre liderazgos, sobre democratización interna de los partidos y sobre el déficit de credibilidad de las instituciones del Estado. Esa historia la sabemos casi de memoria. Lo que hay por hacer es mucho más que la repetición del guion. Es ir por más. Buscar más y mejores opciones de construcción de horizontes políticos y sobre todo, rearticular las propuestas de organización social y político del Estado. El estado es una construcción histórica y cultural y por ello es mucho más potente pensar sus límites y alcances desde la propuesta plurinacional que desde el neoliberalismo, porque ésta última cierra la posibilidad a pensar femenismos, cambio climático, seguridad alimentaria, riesgo ambiental, identidades étnicas; en cambio, desde lo plurinacional, gracias a su polisemia y múltiple interpretación puede dar cabida a muchas posibilidad de reencausar la economía, la producción, el desarrollo, pero también la gestión de la vida, la gestión de los recursos naturales y la administración de la cultura y la participación de sectores sociales, populares, culturales que a pesar de tanto discurso gubernamental hecho en el pasado, no lograron ser incluidos de forma radical en todas las esferas del proceso de toma de decisiones.