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Jesús Urzagasti (Tarija, Bolivia, 1941-2013)

El país natal

No sé qué podría decir del país donde nací.

Que es hermoso todo el mundo lo sabe

menos sus habitantes. Quizás por eso perdimos

la mitad de nuestro territorio en el Cono Sur.

Puesto que no tengo nada que decir

al menos puedo recordar la frontera donde crecí

entre toborochis y naranjales.

Allí me di cuenta de todo

sin darme cuenta de nada

como les sucede

a los fichados de antemano por la soledad

 y les ocurre a los que van a sentir mucha pena

no por algo personal

ni por causa de los demás

menos aún por incapacidad de amar

sino por un anhelo

que no figura en ningún diccionario.

Si así es la cosa

dejémosla tal cual está

en el aire perfumado del invisible estanque de la noche.

Dicho sea de paso mucho se ha hablado

del efluvio de nuestras flores

en patios oscuros y jardines bajo la luna.

Siempre dorando la píldora.

Como si las reinas del colegio

no abrieran sus chupilas en primavera

para inaugurar un mundo sin palabras

y clausurar una indecisa temporada entre lianas.

Como si a los potros no les patinara el coco

al sentir la danza de las flores

en corredores invadidos por la lluvia azul.

Las diversas regiones del país

exhalan ese aroma encantado

que tiene mucho del oculto pasado

y no poco de llanto.

Por supuesto que no es un legado

aunque pesa más que un fardo

y explora nuestro silencio

en calidad de tábano.

Cada quien tiene el olor que se merece.

Ni vuelta que darle.

Fuimos a la guerra sin conocer los rosales

de nuestros sueños dorados.

Avanzamos al todo o nada

y volvimos con el perfume entero

de un patrimonio venido a amenos.

Siempre con el mismo o cuento.

a tiempo completo en el lamento

en bares de mala traza

en chicherías abarrotados

en salones de muerte natural.

Por eso digo lo que digo.

que no tengo nada que decir

del país donde nací.

Para evitar confusiones

y tomar el ají por el perejil

prefiero desembuchar el suceso fatal

de amar patas y todo a mi país.

¿Hubiera sido que zumbara

como abeja de cualquier colmenar

y me sintiera ofendido por haber nacido aquí

como si me echaran de menos en el paraíso

o me hubieran jugado sucio

los que tiran la suerte en nombre de Dios?

Resulta que me chifla el ají

y me encanta el perejil

porque me chocan confusos

y me ponen nervioso

los que no se parecen s nada

ni a la tunta ni al toronjil

ni al nabo ni a la chancaca

en fin sería de nunca acabar

seguir enumerando las virtudes

de tanto gallo sin anís.

  

(De Frondas nocturnas)

 

Orana

Vine al mundo para buscarte entre los matorrales de la soledad

con mis ojos de loco y mi sangre endemoniada

me pusieron un lazo al cuello y me enseñaron la belleza del árbol

Así miré por largo tiempo acuclillado en la noche

aquellos fantasmas que preceden al goce bestial del dolor.

Apenas era yo un animal que te cantaba en el borde del abismo.

La luna ha desaparecido pero en aquel bello tiempo

aparecía colgada de la vida y se adueñaba de mis sueños juveniles

y me hacía saciar la sed en lagunas que el desierto creaba.

Un verano adornado por el viento y por el recuerdo de otras

edades te encontré dormida como un silencioso

mensaje de un mundo acabado.

Mientras yo perdía la voz tú nacías rodeada de lo que

no tiene nombre.

(De Yerubia)


De La poesía del siglo XX en Bolivia, Antología esencial, de Homero Carvalho, publicada por la prestigiosa Editorial Visor, de España, 2015, en su colección Estafeta del viento que reúne a antologías de todos los países de Iberoamérica y que ha permitido que Bolivia esté en la librerías y en las ferias internacionales del libro del mundo entero)


Poeta, novelista y periodista. Sin duda alguna uno de los escritores y poetas más destacados de Bolivia. Su obra está empezando a ser redescubierta. Urzagasti escribía desde la provincia de su alma chaqueña que, pese al exilio voluntario, en la ciudad de La Paz, nunca dejó de darle el tono y el acento de su región a sus textos. Así los árboles, los ríos y las aves tenían especial afecto en su poética. La muerte en su relación permanente con la vida, acaso paralela, fue uno de sus grandes motivos.

Obra literaria

De la ventana al parque (1992), Los tejedores de la noche (1996), Un verano con Marina Sangabriel (2001), El último domingo de un caminante (2003) y Un hazmerreír en aprietos (2006). Y en poesía: Yerubia (1978), La colina que da al mar azul (1993), El árbol de la tribu (2004) y Frondas nocturnas (2008), y una obra en prosa poética titulada Cuaderno de Lilino (1972).

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