El país natal
No sé qué podría decir del país donde nací.
Que es hermoso todo el mundo lo sabe
menos sus habitantes. Quizás por eso perdimos
la mitad de nuestro territorio en el Cono Sur.
Puesto que no tengo nada que decir
al menos puedo recordar la frontera donde crecí
entre toborochis y naranjales.
Allí me di cuenta de todo
sin darme cuenta de nada
como les sucede
a los fichados de antemano por la soledad
y les ocurre a los que van a sentir mucha pena
no por algo personal
ni por causa de los demás
menos aún por incapacidad de amar
sino por un anhelo
que no figura en ningún diccionario.
Si así es la cosa
dejémosla tal cual está
en el aire perfumado del invisible estanque de la noche.
Dicho sea de paso mucho se ha hablado
del efluvio de nuestras flores
en patios oscuros y jardines bajo la luna.
Siempre dorando la píldora.
Como si las reinas del colegio
no abrieran sus chupilas en primavera
para inaugurar un mundo sin palabras
y clausurar una indecisa temporada entre lianas.
Como si a los potros no les patinara el coco
al sentir la danza de las flores
en corredores invadidos por la lluvia azul.
Las diversas regiones del país
exhalan ese aroma encantado
que tiene mucho del oculto pasado
y no poco de llanto.
Por supuesto que no es un legado
aunque pesa más que un fardo
y explora nuestro silencio
en calidad de tábano.
Cada quien tiene el olor que se merece.
Ni vuelta que darle.
Fuimos a la guerra sin conocer los rosales
de nuestros sueños dorados.
Avanzamos al todo o nada
y volvimos con el perfume entero
de un patrimonio venido a amenos.
Siempre con el mismo o cuento.
a tiempo completo en el lamento
en bares de mala traza
en chicherías abarrotados
en salones de muerte natural.
Por eso digo lo que digo.
que no tengo nada que decir
del país donde nací.
Para evitar confusiones
y tomar el ají por el perejil
prefiero desembuchar el suceso fatal
de amar patas y todo a mi país.
¿Hubiera sido que zumbara
como abeja de cualquier colmenar
y me sintiera ofendido por haber nacido aquí
como si me echaran de menos en el paraíso
o me hubieran jugado sucio
los que tiran la suerte en nombre de Dios?
Resulta que me chifla el ají
y me encanta el perejil
porque me chocan confusos
y me ponen nervioso
los que no se parecen s nada
ni a la tunta ni al toronjil
ni al nabo ni a la chancaca
en fin sería de nunca acabar
seguir enumerando las virtudes
de tanto gallo sin anís.
(De Frondas nocturnas)
Orana
Vine al mundo para buscarte entre los matorrales de la soledad
con mis ojos de loco y mi sangre endemoniada
me pusieron un lazo al cuello y me enseñaron la belleza del árbol
Así miré por largo tiempo acuclillado en la noche
aquellos fantasmas que preceden al goce bestial del dolor.
Apenas era yo un animal que te cantaba en el borde del abismo.
La luna ha desaparecido pero en aquel bello tiempo
aparecía colgada de la vida y se adueñaba de mis sueños juveniles
y me hacía saciar la sed en lagunas que el desierto creaba.
Un verano adornado por el viento y por el recuerdo de otras
edades te encontré dormida como un silencioso
mensaje de un mundo acabado.
Mientras yo perdía la voz tú nacías rodeada de lo que
no tiene nombre.
(De Yerubia)
De La poesía del siglo XX en Bolivia, Antología esencial, de Homero Carvalho, publicada por la prestigiosa Editorial Visor, de España, 2015, en su colección Estafeta del viento que reúne a antologías de todos los países de Iberoamérica y que ha permitido que Bolivia esté en la librerías y en las ferias internacionales del libro del mundo entero)
Poeta, novelista y periodista. Sin duda alguna uno de los escritores y poetas más destacados de Bolivia. Su obra está empezando a ser redescubierta. Urzagasti escribía desde la provincia de su alma chaqueña que, pese al exilio voluntario, en la ciudad de La Paz, nunca dejó de darle el tono y el acento de su región a sus textos. Así los árboles, los ríos y las aves tenían especial afecto en su poética. La muerte en su relación permanente con la vida, acaso paralela, fue uno de sus grandes motivos.
Obra literaria
De la ventana al parque (1992), Los tejedores de la noche (1996), Un verano con Marina Sangabriel (2001), El último domingo de un caminante (2003) y Un hazmerreír en aprietos (2006). Y en poesía: Yerubia (1978), La colina que da al mar azul (1993), El árbol de la tribu (2004) y Frondas nocturnas (2008), y una obra en prosa poética titulada Cuaderno de Lilino (1972).