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«Ítaca de los Nómadas», una épica familiar del desarraigo y la búsqueda de pertenencia

Homero Carvalho Oliva

Teresa Peña Blacutt nos entrega en Ítaca de los Nómadas una ambiciosa saga familiar que incluye a múltiples generaciones y continentes, construyendo un fresco emotivo sobre la migración, el exilio y la búsqueda perpetua de un hogar. La novela está estructurada como un testimonio universal e íntimo de las diásporas latinoamericanas, en el que lo personal y lo político se entrelazan para formar una narración de marcada sensibilidad humana.

La obra se organiza en dieciocho capítulos que funcionan como estaciones de un largo viaje a través del tiempo y el espacio. Desde el prólogo ambientado en el otoño de Montreal, donde la narradora reflexiona sobre su herencia migratoria, hasta los capítulos finales que exploran las experiencias en España, Argentina y Londres, Peña Blacutt teje una narrativa coral que abraza múltiples voces y perspectivas. La autora maneja con destreza los saltos temporales, moviéndose fluidamente entre el presente de la narración y los recuerdos familiares que se remontan a la conquista española. Esta técnica permite crear un sentido de continuidad histórica donde cada generación repite, con variaciones, los patrones migratorios de sus ancestros.

El título de la novela evoca magistralmente el poema homérico, pero subvierte su sentido: aquí no hay un destino final, sino un eterno peregrinar. Bolivia emerge como el punto de partida de múltiples diásporas, un país que «viene sufriendo juntos y mezclados todos los avatares de la historia», expulsando a sus hijos en oleadas sucesivas de migración económica y exilio político. Peña Blacutt relata la migración como condición existencial.

Uno de los aciertos más notables de la obra es cómo retrata la transmisión de la memoria familiar. Los personajes cargan con historias que no vivieron directamente, pero que los definen: «Los sueños de mis antepasados trotamundos se repiten una y otra vez, resucitan en cada vida». Esta herencia inmaterial se convierte en el verdadero patrimonio de los nómadas. Los personajes de Peña Blacutt experimentan la identidad como un territorio en disputa. Julia, la protagonista de los capítulos centrales, encarna esta fragmentación: «Mi alma vive en dos mundos». Esta dualidad se extiende a través de las generaciones, creando sujetos híbridos que pertenecen parcialmente a múltiples lugares sin encontrar completamente su hogar en ninguno.

María de las Mercedes: Quizás el personaje más logrado de la novela, María representa el arquetipo de la mujer migrante que trasciende las limitaciones de su época. Su muerte temprana no impide que su presencia espiritual atraviese la narrativa, convirtiéndose en el hilo conductor que une pasado y presente. Su capacidad para «juntar el agua con el aceite» simboliza la síntesis cultural que caracteriza a toda la estirpe.

La voz que enmarca la novela desde Montreal ofrece una perspectiva madura y reflexiva sobre el legado familiar. Su posición de observadora distante le permite comprender los patrones repetitivos de su linaje mientras lucha por encontrar su propio lugar en la cadena migratoria. Peña Blacutt domina un registro amplio que va desde el lirismo contemplativo del prólogo hasta el realismo crudo de las escenas de violencia política. Su prosa incorpora elementos del realismo mágico sin caer en excesos, particularmente en las apariciones post mortem de María de las Mercedes, que se integran naturalmente en la cosmovisión andina de los personajes.

El lenguaje se adapta hábilmente a cada época y lugar, desde el español arcaizante de las secciones históricas hasta el habla chilena que aprenden los exiliados. Esta versatilidad lingüística refuerza la idea de que los migrantes deben reinventarse continuamente, incluso en su forma de expresarse. La novela funciona también como un testimonio de la historia latinoamericana del siglo XX, particularmente de las dictaduras del Cono Sur y sus consecuencias. El exilio chileno se narra con particular intensidad, mostrando tanto el trauma individual como la solidaridad comunitaria que emerge en situaciones extremas. Sin embargo, Peña Blacutt evita el panfleto político para centrarse en las consecuencias humanas de los acontecimientos históricos. La dictadura boliviana no se presenta como un fenómeno abstracto, sino a través de sus efectos concretos en familias reales.

Ítaca de los nómadas logra ser simultáneamente una saga familiar íntima y un fresco social de mucha amplitud. Su principal fortaleza radica en la capacidad de mostrar cómo los grandes movimientos históricos se filtran en la experiencia cotidiana, transformando destinos individuales en representaciones de procesos colectivos.

En un mundo marcado por crisis migratorias globales, la novela de Peña Blacutt adquiere una resonancia particular. Su exploración de temas como el desarraigo, la adaptación cultural y la búsqueda de pertenencia resulta especialmente pertinente en el contexto actual de desplazamientos masivos de población. La obra trasciende lo meramente autobiográfico para convertirse en un testimonio generacional sobre las diásporas latinoamericanas, ofreciendo una perspectiva humanizada sobre fenómenos que a menudo se abordan únicamente desde ángulos estadísticos o políticos.

Esta novela representa una contribución valiosa a la literatura migratoria contemporánea. Más que una simple crónica familiar, la novela funciona como una meditación profunda sobre la naturaleza del hogar, la pertenencia y la identidad en un mundo globalizado. Su mensaje final, que sugiere que todos somos nómadas en búsqueda de nuestra propia Ítaca, resuena con particular fuerza en nuestro tiempo de fronteras fluidas e identidades múltiples.

Una obra emotiva y ambiciosa que logra convertir la historia particular de una familia en una reflexión universal sobre la migración y la búsqueda de pertenencia. «Nómadas somos todos» es un capítulo que funciona como una sinfonía emocional en torno a la memoria, el desarraigo y la celebración de la vida. Teresa Peña Blacutt construye un relato conmovedor que oscila entre el duelo y la fiesta, entre la pérdida y el reencuentro, con una prosa rica en matices que abraza tanto lo íntimo como lo universal.

La narrativa se articula en torno a dos momentos culminantes: la muerte de Andrés y la celebración de los noventa y cuatro años de la abuela. A través de estos episodios, Peña Blacutt explora magistralmente el tema de la migración como condición existencial. La familia dispersa geográficamente se convierte en metáfora de la condición nómada contemporánea, donde las distancias físicas contrastan con los vínculos afectivos que trascienden fronteras. El estilo de la autora combina realismo emotivo con toques de realismo mágico, especialmente en las secuencias del duelo de la abuela, donde la locura del dolor se vuelve poética. La descripción de Montreal nevado funciona como contrapunto melancólico a la calidez del hogar boliviano, estableciendo un diálogo constante entre el allá y el acá.

La celebración familiar se presenta como un mosaico multicultural donde confluyen tradiciones, idiomas y costumbres diversas. Peña Blacutt retrata con humor y ternura esta Torre de Babel doméstica, donde conviven desde el Highland dancing escocés hasta la danza del vientre árabe, creando un himno a la diversidad que desafía los estereotipos sobre la migración. El lenguaje es uno de los mayores aciertos del texto: fluido, emotivo y plagado de imágenes sensoriales que evocan tanto nostalgia como esperanza. La autora logra equilibrar lo particular y lo universal, convirtiendo una historia familiar en una reflexión profunda sobre la identidad, la pertenencia y la capacidad humana de crear hogar en cualquier lugar del mundo.

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