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Imaginarios clandestinos

Maurizio Bagatin

La caverna de Platón está aquí, las imágenes son la realidad, toda la narrativa distopíca, todas las pesadillas de cuando la realidad no parece ser verdadera. Alguien ve más allá, se perfila el choque civilizatorio final. “Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Solo mi memoria sabe lo que encierra”, Elena Garro destila el nacimiento de una esencia que es un nuevo fruto, la linfa mágica de la manzana de oro que fue de Juan Rulfo. Todos o casi todos quedamos inebriados. En otras tierras otros imaginarios, sabemos el placer que es andar por lugares clandestinos, inventados y reales, lugares que nunca existieron y siguen ahí.

Me cansé de esperar que bajara de San Miguel de Chulina, con la ilusión de haber finalmente cambiado la propia vida y mejorado la vida de los demás. Nunca tal sueño se concretizó. Marianito sigue sentado en el umbral de la choza en descomposición, fabrica utopías también clandestinas, son las imágenes que vio en las ilustraciones cuando era niño, un traje con corbata y zapatos de charol, un buffet en Challapampa y el fin de una agonía que siempre fue pareciéndose a la eternidad. América Latina inventó una aldea que afortunadamente no lograremos nunca borrar.

Seguimos oyendo a los perros hambrientos ladrando a una luna floreciente. Están ahí, en Luvina y en Tocaia Grande, siguen las huellas de Ernesto que camina con su padre hacia Abancay. Ven los niños cosa que tal vez los viejos no ven. Oyen cosas los ancianos que los más jóvenes no logran aun oír. “Si juventud supiera y si vejez pudiera” dice en algún momento de nuestras vidas el sabio. Se dejan llevar con viejos cuentos, con bellas fabulas y muchas mentiras, todo lo que aprendieron de Odiseo aquella noche de los tiempos en la cual, sentados bajo el olivo eterno y sorbiendo el vino más fuerte, se dejaron engatusar. Sin mentiras no existiría la alegría, sin verdad no conoceríamos la historia. Cuantas veces Heródoto se tuvo que dejar llevar por rapsodas hipnotizadores, cuantas narraciones conservan ocultadas la verdad gracias al aedo ciego, al trovador que embriagaba, al pícaro andante.

En un cuento de María Virginia Estenssoro viven todas las mojigatas de este continente, pero también las más puras, no hay retrato femenino que María Virginia Estenssoro no hay hacho con delicado detalle y finísima belleza: Altagracia y Melpómene nunca mas las encontraremos sino vamos a Villa Rosa en época seca y toquemos la campana de casa-quinta que encontraremos justo frente al Convento de las Trinitarias. A Villa Rosa le seguirá Tirinea, un aldea imposible y cierta, nos despertamos de la religiosa siesta, en este imaginario que es el resume del continente de la esperanza. Fielkho aún nos espera. Y qué decir de San Javier de Chirca donde anda descalza la Claudina más encantadora de este país de las maravillas, pisa la uva en el otoño aun caluroso, sirve baldes de chicha e invita cocteles a un Adolfo que algún día reconocerá los males de nuestro pobre país.

La Sierra Negra sin el Bandido Luis Padilla Sibauti no es un lugar, sería el desierto del Chaco, el lugar donde excavar un interminable pozo, un lugar de nuestro imaginario literario, una fuga, un retorno, un adiós. Será siempre aquella aldea que Platón bautizó Atlántida, Alonso Quijano Barataria y Tomas Moro Utopía. Hoy no lugares de un imaginario poco clandestino y firme, la utopía de Los desposeídos de Ursula K. Le Guin en Anarres. También otros continentes soñaron, o gracias a ellos soñamos todos. Abya Yala fue tal vez un sueño igual o parecido a muchos de estos sueños. Con la poesía cuantas veces viajamos sin retorno, cuantas veces viajamos sin soñar, cuantas veces sueños y viajes son solamente pesadillas. Onetti nos recuerda Santa María, un Mito, algo que existe o porque nos lo inventamos, que es lo mismo, una verdad de las mentiras seguirá diciéndonos algún escritor.

Imaginarios clandestinos y necesarios, lugares extraños y maravillosos, cruces y delicias, ilusiones y búsquedas inextinguibles.

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