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¿Hay un “después” del Covid-19?: todo a la deriva

La llegada del Covid-19 fue un desastre cuyas consecuencias han sido tan devastadoras que no se sabe dónde estamos yendo. Ricos y pobres somos víctimas impávidas de una inseguridad que ahora se reproduce sin cesar. Así lo demuestra el informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) 2021-2022, “Tiempos inciertos, vidas inestables Configurar nuestro futuro en un mundo en transformación”, que junto con el “Panorama social de América Latina y el Caribe. La transformación educación como base para el desarrollo sostenible, 2022”, de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), realizan un diagnóstico detallado sobre la situación en que se encuentra el desarrollo humano: un callejón sin salida, sin confianza y sin políticas claras para ningún tipo de gobierno en todo el mundo. No es exageración.

Los fuertes impactos del Covid-19 durante los dos años de la pandemia (2020-2022), empeoraron la desigualdad en el planeta y han destruido años de esfuerzos por proteger la educación en América Latina. Ambos informes contienen datos sobre cómo el mundo está tratando de recuperarse después de los golpes más duros de la pandemia, pero no es posible, por lo menos por el momento y en los próximos 5 años. Corto plazo y un tiempo en el que miles de vidas se perderán y otros millones sufrirán sin alternativas de desarrollo en todo ámbito: económico, social, cultural y personal.

El informe del PNUD reflexiona sobre cómo las crisis agudas que afectan de manera global a la humanidad, como el Covid-19, la guerra en Ucrania y los desastres naturales a consecuencia del cambio climático, están generando varias “incertidumbres crónicas” en distintos ámbitos de la vida cotidiana. Estas condiciones dibujan un panorama de tiempos absolutamente inciertos y vidas inestables. Sin embargo, el informe no explica muy bien cómo se podría controlar dicha incertidumbre, cuando el problema central no se refiere al hecho de encontrar “certezas”, sino que existe la necesidad de lograr verdaderas reformas políticas para erradicar la pobreza, reducir las desigualdades, evitar la corrupción en los Estados democráticos, tener instituciones públicas eficientes y asumir una visión más completa sobre la equidad y la participación de los países ricos que podrían transferir recursos y oportunidades a los países y personas más pobres, con la finalidad de alcanzar un sistema internacional más fraterno que reduzca las incertidumbres y, sobre todo, la desigualdad en el mundo entero.

La globalización es una broma de mal gusto y una mentira que terminó siendo pura retórica. Si vale la pena apreciar la globalización, entonces que los países ricos empiecen por perdonar la deuda externa de los países pobres, que aumenten los recursos para el alivio en la productividad de alimentos y reduzcan las prácticas de desperdicio y contaminación masiva para combatir el cambio climático de una vez por todas.

El PNUD habla de “inestabilidad”, un fenómeno que se refiere a la ausencia de condiciones seguras en el empleo, los ingresos, el respeto a los derechos humanos, una vida sometida a la pobreza permanente en muchos países y la persistencia despreciable de la desigualdad. A estos problemas se suma un medio ambiente destruido. El planeta está dejando de ser un lugar seguro para que la vida humana siga floreciendo. En síntesis, vivimos en una época de pesimismo y fluctuaciones difíciles de controlar. Aquí, uno de los ejes que ayudan a reflexionar, tiene que ver con la idea de “progreso” que, simplemente, desapareció.

Durante mucho tiempo, desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta el comienzo del siglo XXI, en el mundo había cierta confianza en torno a la idea de progreso, entendido como un mejor nivel de vida, un ingreso per cápita más alto y una industrialización que iba a contribuir a una vida mejor. Tanto Europa como Estados Unidos se presentaban como los modelos del progreso a seguir. Esto fue una fantasía porque las vidas inestables, la decepción con el progreso y la inestabilidad en la economía, junto con la destrucción del medio ambiente, apuntan hacia un escenario donde ningún país puede ser considerado como “modelo” a seguir. En Estados Unidos, Europa, Asia, África, América Latina y Oceanía, existe por igual una crisis del desarrollo económico, excesiva pobreza, injusta desigualdad e inseguridades que han creado un universo globalizado, donde no se sabe cuáles son los rumbos a seguir para encontrar soluciones.

Las crisis mundiales se han acumulado: la crisis financiera mundial del año 2008; la crisis climática es una permanente amenaza; la actual pandemia del Covid-19 y la crisis global de los alimentos, generan demasiada zozobra y sufrimiento en millones de ciudadanos. Existe la sensación de no tener el control sobre nuestras vidas. Además, las normas e instituciones de las que solíamos depender para nuestra estabilidad y prosperidad, no están capacitadas para afrontar las incertidumbres actuales. Las instituciones públicas y privadas no supieron cómo mejorar los servicios de salud. Hoy día no hay certeza sobre cómo financiar una cobertura universal de salud, ni una educación con la tecnología adecuada. Cómo financiar estos servicios, hacerlos sostenibles y con calidad, poco se sabe.

Existe una crisis de los derechos humanos, de las democracias que son víctimas de retrocesos autoritarios y el ámbito privado tampoco ofrece alternativas para una mejor convivencia porque está sometido al beneficio económico y a lógicas particulares. El Índice de Desarrollo Humano (IDH) lleva dos años consecutivos disminuyendo a escala mundial, revirtiendo los logros alcanzados durante los cinco años anteriores, es decir, en el periodo 2017-2022. El PNUD también indica que no todo está perdido. Las políticas públicas tendrían que estimular la inversión, los seguros y la innovación:

  • La inversión quiere decir que el Estado debe invertir dinero en la identificación de energías renovables, la preparación para enfrentar nuevas pandemias y peligros naturales extremos, aliviar las presiones sobre la explotación irracional de los recursos del planeta, y preparar a las sociedades para controlar mejor las crisis mundiales.
  • Los seguros ayudarán a proteger a la población de las contingencias en un mundo incierto. Un ejemplo es la necesidad mundial de protección social como consecuencia del Covid-19.
  • La innovación en sus diferentes formas, sea ésta tecnológica, económica, cultural, resultará esencial para responder a los desafíos desconocidos que enfrenta la humanidad. La educación y las universidades deben esforzarse más para repensar el futuro. Pero qué es el “futuro”, cuál su contenido y cuáles son las innovaciones para retomar la confianza en lo que está por venir, si no sabemos dónde estamos yendo.

Uno de los aspectos importantes es afrontar el “antropoceno”. Este fenómeno es un conjunto de transformaciones sociales intencionadas, generadas por el ser humano, como la destrucción de la naturaleza y diferentes acciones donde se han incrementado las desigualdades, lo cual aumenta una creciente polarización: conflictos entre pobres y ricos, entre regímenes autoritarios y luchas de democratización, entre la lógica del mercado y la demanda por mayor protección social.

El informe del PNUD indica que el uso de la tecnología es un arma de doble filo porque las potentes nuevas tecnologías pueden empeorar las vidas inestables y la incertidumbre. Desde las noticias, las mercancías y la publicidad, hasta las relaciones que forjamos en línea y en la vida real, nuestras vidas están cada vez más determinadas por controles tecnológicos como los algoritmos y, en particular, por la inteligencia artificial. Para las personas que se conectan a Internet, cada aspecto de sus vidas se convierte en datos que se pueden “vender”, lo que plantea interrogantes sobre quién tiene acceso a qué información, especialmente a la información personal sensible, y cómo se utiliza. Las redes sociales se han convertido en escenarios de acoso, desinformación y abuso que confunden a los ciudadanos, generando problemas de salud mental como la ansiedad o la distorsión de la realidad.

En el caso de América Latina, el informe de la CEPAL explica que nuestro continente enfrenta una crisis social prolongada que se agravó por un contexto de incertidumbre en el tercer año de pandemia (2023). Los más afectados fueron los niños, las familias indígenas, afrodescendientes, las mujeres jefas de hogar y las personas de la tercera edad. En general, los más pobres. Esta preocupante realidad despierta muchas dudas, sobre todo porque no es posible confiar en las democracias y los Estados latinoamericanos que no supieron enfrentar el Covid-19, ni tampoco estuvieron preparados para tomar buenas decisiones que realmente beneficien a toda la población.

Todo el continente estuvo expuesto a un inestable escenario geopolítico y económico, que lamentablemente continúa empeorando debido a la guerra en Ucrania. Este escenario llevó a una desaceleración del crecimiento económico y a una lenta generación de empleo. Hoy día no hay empleos de calidad y existe una inflación que incrementó el precio de los alimentos y la energía. Todo este contexto conduce a América Latina hacia un retroceso en su desarrollo social y a una inestabilidad en los planos social, económico y político. El efecto inmediato es un sentido de “desprotección” que sienten millones de personas, quienes no encuentran muchas opciones para garantizar su bienestar y el ejercicio de sus derechos.

De acuerdo con la CEPAL, el impacto de la pandemia en el sector educativo fue profundo, generándose una crisis silenciosa como consecuencia de la prolongada interrupción de la educación presencial y la pérdida de varios aprendizajes. La educación no tuvo una respuesta inmediata durante la crisis, lo que aumentó las desigualdades educativas preexistentes. Toda una generación de niñas, niños, adolescentes y jóvenes sufren el “efecto cicatriz” que destruye las oportunidades de desarrollo en América Latina y el Caribe. Esto es dramático porque las cicatrices antes de la pandemia como la pobreza, la discriminación de los grupos vulnerables, los servicios de salud y educación deficientes, se agravaron todavía más durante la pandemia. Las cicatrices permanecen o se han abierto nuevas heridas como la violencia contra los niños y las mujeres. El efecto cicatriz se convirtió en una especie de “crisis estructural”, la cual tal vez no pueda ser solucionada durante mucho tiempo.

Una crítica que podría hacerse al informe de la CEPAL, sería cómo la educación digital y las transformaciones tecnológicas para ayudar a los aprendizajes que surgieron luego de la pandemia, no van a funcionar como se espera en el largo plazo, porque lo que se necesita es la generación de más fuentes de empleo estables y de calidad para millones de nuevos profesionales y jóvenes que ingresan al mercado de trabajo. De lo contrario, las cicatrices de la pobreza y la desigualdad se van a perpetuar.

La interrupción de las clases presenciales creó una discontinuidad en los estudios y cuando hubo la posibilidad de un acceso por vía remota a través de Internet, las desigualdades también fueron enormes. Los estudiantes de clases medias y altas accedieron a equipos como tabletas, computadoras o celulares, mientras que los estudiantes de clases populares y pobres, ni siquiera tenían con qué estudiar y menos podían pagar de manera regular un servicio de Internet para las clases virtuales.

La consecuencia fue la pérdida de oportunidades de aprendizaje y un aumento del abandono escolar. Se debilitó la protección de los derechos esenciales de las niñas, niños y adolescentes, incluida su exposición a la violencia, que también se incrementó en los periodos de encierro, agregándose los problemas de salud mental, debido a situaciones de angustia, abandono y ausencia de soluciones estables para miles de familias.

En síntesis, si bien no es nuevo el hecho de comprobar que vivimos en tiempos inciertos y enfrentar un deterioro socio-económico, así como un decaimiento del desarrollo humano, el problema radica en las soluciones que, hoy en día, son opacas y no se sabe cómo armar una ruta clara, cómo ser más eficaces y tampoco cómo romper con dinámicas polarizadas durante conflictos armados y situaciones sociales con rupturas profundas entre pobres y ricos. La recuperación después del Covid-19 será, probablemente, una lucha de los próximos 50 años. ¿Quiénes y cómo sobreviviremos? Está por verse.


Pamela Alcocer Padilla es Socióloga, especialista en desarrollo organizacional

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