II Concurso literario sobre el racismo organizado por el Banco Mundial en Bolivia – Segundo Lugar, categoría B
Ramiro Adrián Araoz de la Torre
¿Dónde estás hijito? ¿Acaso no quieres verme? Soy tu mamita Apolonia. ¿Te recuerdas de mí? Tantos años en mi aguayo te he llevado a pastear vacas, cantándote Phatitan. Por los ríos cruzábamos, por los cerros colgándonos a veces íbamos, ¿acaso no te acuerdas?
¿Por qué te has ocultado de mí? ¿Piensas que no te quiero ver? Cómo no voy a querer ver esa carita brillante como el bronce, la noche en esos ojitos, tu risita juguetona que alegraba el ambiente. Cómo no te voy a querer ver, hijito, si tantas veces hemos visto a las plantitas crecer y morir en las caminatas, tantas que no me había dado cuenta que te habías vuelto un hombre, que estabas enamorado, que te habías convertido en autoridad. Lo último ha sido mi alegría más grande, pero la alegría es cortita nomás como esa pequeña vela que teníamos para alumbrar el cuarto la noche que te has ido.
“A La Paz, mami”, me has dicho, arrebatándome el corazón de un susto. “Es por nosotros, ¡todo nos quieren quitar!”. ¿Todo?, si ya no tenemos nada. No podemos estar en los mismos lugares que ellos, no tenemos sus casas, sus autos. Hacen que les atendamos como si fuésemos sus esclavos, nos pagan mal y de paso nos riñen. ¿Qué siempre nos van a quitar?, ¿nuestro terreno? Ya está todo contaminado, ¡igual se va a morir! No te importó. Tu ingenuidad y la mano del Salustio te han subido a ese camión dejándome arrodillada pidiendo
que la tierra se trague mis lágrimas. No me ha hecho caso. Días después la mitad de ustedes nomás había vuelto. A don Cándido le he preguntado y me ha dicho que desde el primer día no te había visto. La tierra me ha regresado mis lágrimas entonces.
Tú sabes que he venido ese rato a buscarte, pese a que don Cándido me ha dicho “mujer eres no vas a poder”. Igual nomás he venido. Difícil ha sido llegar para mí. Me he tenido que venir con mi amarrito y mis pasos, no necesitaba más. El problema ha sido cuando he llegado porque nadie siempre me entendía hablando en quechua. Las señoras con sus wawas corrían al verme. Los señores, bien trajeados, me miraban lo que les decía y me alcanzaban monedas. Otros, sus caras de asco ponían y movían la cabeza. Otros solo me empujaban. Yo no entendía, ¿despeinada estoy?, ¿serán mis dientes? Eso nomás pensaba, pero era mi piel. Nos marcan por la piel, hijo. A ti también así seguro te han hecho.
¿Dónde estás, hijito? Bien grande es La Paz, me siento una piedrita buscando otra igual en el río. No sé cuántas veces ya he visto al sol escaparse de la luna así. No importa, quiero seguir buscando, pero he perdido los pasos. Me ha quitado las ganas que me boten de todo lado. “India”, “pobre”, “sonsa”, de todo me han dicho. Es que no entienden que, como ellos, yo también sufro. ¿Me perdonas si me siento un ratito? No quiero llorar, pero siento el final tan cerca. También estás viendo a esos que me están siguiendo desde hace rato. Está bien, me van a llevar a ti. Es más, creo que ya puedo escuchar tu voz cantándome Phatitan, ayudando a que me calme.
Ramiro Adrián Araoz de la Torre – Oruro