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Guillermo Amada – Selección de poemas

Creo en el milagro

de tu cuerpo interrogante

que acerca océanos de incertidumbre

para adormecerme entre sus aguas

Sé de la remota contingencia

de tus labios

que besé como besé tus muslos

en la seducción profana de la noche

Nunca fuimos una resolución

de premios y castigos

sino de consecuencias

Nos elegimos así y así nos encendimos

Una serie de eventos desafortunados

Mientras la vida nos conduce lenta

hacia lo inevitable

Caronte no da la cara

pero exige dos monedas

y no permite deudas

Pedro el pescador nos ve pasar

mientras su amigo el profeta

que multiplica panes y pescados

nos bendice

ya ves no importa lo que digan

siempre nos juzgarán a partir de su historia

Cuando tus ojos

caen a mis ojos

como cae la tarde

y vuelve rojo al bosque

se funden las miradas

con la luz verdadera

y las flores nocturnas

sacian nuestros recuerdos

con trazos de tu perfume

el niño que me habita

se refugia asustado

en el vértice más austral

de tu sonrisa

y te miro dormida

lejana y despeinada

y mi voz no te alcanza

pero digo tu nombre

despiertas y te abrazo

como abrazando al mundo

No es que me haya olvidado

el camino de regreso,

ni que la luna me haya cautivado

con su brillo.

No es el miedo a volver,

ni al desencuentro,

ni a la pavorosa oscuridad nocturna

del destino.

A veces es normal forjar ausencias,

el tiempo y la distancia ofician de testigos.

Volver es una forma de llegar,

y para volver es menester, primero,

haberse ido.

Me gusta caminar y andar la vida,

aprender lo desparejo del camino,

vivir todo lo que me pasa, porque pasa,

para, después, poder contárselos

a mis amigos.

No es que me haya olvidado

el camino de regreso,

es que la vuelta es larga y ando lento.

Sé que detrás de la puerta

alguien me espera,

alguien que contará mi historia

si no vuelo

En el camino

de Biraul a Darbhanga

se ve gente

cada vez más gente

Pasa un rebaño de búfalos

conducido por un anciano

y un joven

Pastores trashumantes

Bengalíes que caminan leguas

orando para que regrese el monzón

Hay niños llorando

hay médicos sin frontera

hay mujeres

todos piensan

que no tienen nada que perder

Una nena duerme

sobre el lomo de un búfalo

sus piernas sobre el cuello

su cara en las ancas

Un hombre mayor

camina a la par

por la carretera

sin apurarse

sin apartarse

ametrallado por las bocinas

parece no importarle

quizás vaya distraído

o tal vez sea cierto

y no tenga nada que perder

El último rayo de sol

en una pared de calle Pellegrini

acá en Rosario

alguien que pasa

enarbolando una sonrisa

Clear abre su bar

típicamente americano

y suena the stranger, de Bily Joel,

en la 628 street de Nueva York

Un hombre cosecha

una flor de loto en Okinawa

para llevársela a su amada

en Yucatán

Hay caballos corriendo libres

en las praderas de Tuva

al norte de Mongolia

Un tren anuncia su partida

en la estación Komsomolskaya

de Moscú

Una dama de Tainán sonríe

por una mirada insinuante

Mientras, un mimo

de Monmartre

alegra a unos niños turcos

que lo asedian

En Holanda, mi amiga Marion

decora la sala con tulipanes rojos

de su jardín

Alguien hace una llamada

romántica en Perú

y se sonroja

En una plaza de Yacuiba

una joven lee poesías

de Cé Mendizábal

Una cantante carioca

endulza la noche, en una playa

de Brasil, con una bossa-nova

Y yo aquí,

en algún lugar del mundo

sin saber quién soy

porque he perdido

tu mirada

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