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Gratitud a Cuba

Christina Ramalho

No tengo ni la legitimidad ni el derecho para definir u opinar sobre lo que está sucediendo en Cuba. Pero sí creo que puedo expresar, sin ningún tipo de vergüenza, parte de lo que viví en mi segunda visita a La Habana en febrero de 2019 (la primera fue en 1997). Muchas experiencias fueron notables, pero hay cuatro en particular que registro aquí:

a) la emoción de ver expuestas en uno de los museos más bellos que he visitado en mi vida, el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, las obras producidas por niños y adolescentes cubanos. El tema central fue el rescate de la cultura indígena diezmada por la colonización. Simplemente emocionante ver que el mismo espacio que exhibe el arte cubano de grandes nombres del siglo XVI al XXI (en el edificio del museo dedicado al arte cubano) tiene un espacio reservado para sus pequeños y pequeñas artistas y, además emocionante conocer, a través de aquellas bellezas, la labor educativa para no dejar morir lo poco que queda de la cultura indígena local.

b) fue asombroso estar en un país que aún no es víctima de la «obsolescencia programada». Ver televisores, refrigeradores, estufas, autos, radios e innumerables otros productos de tecnología muy antigua aún en funcionamiento nos hizo (a mi esposo y yo) tomar la decisión de continuar con «Orfeu» (nuestro auto Fiat Idea 2014) hasta que pueda moverse, aunque sepamos que también él es producto de esa obsolescencia que nos obliga a cambiar nuestras máquinas todo el tiempo, produciendo una basura de dimensiones inimaginables. En otras palabras, incluso con nuestros esfuerzos, Orfeu ciertamente no resistirá como los autos que aún circulan en Cuba, dejando el país colorido.

c) allí también se podía sentir la libertad de caminar más a gusto, no de vivir la neurosis de «ropa para esto», «ropa para aquello». Lo importante era estar cómoda, vivir el color, la ligereza y la sencillez y admirar las camisas guayaberas y otras producciones de los fantásticos talleres de costura cubanos. Sencillez y artesanía, por cierto, que siempre me hizo amar el Nordeste del Brasil, aunque aquí no todos los lugares vivan realmente esta libertad de identidad, pues ya se han convertido en rehenes de una estética “fake”, que vive de la imitación de «marcas» y de la negación de su propia identidad. Si hay algo que el pueblo cubano sabe es que no ser vulgar. Aquí en Brasil, lamentablemente, nos estamos convirtiendo en expertos en vivir lo «falso». Vea la «estatua de la Libertad» que acaba de «invadir» Aracaju, mi cuidad. Horror de horrores.

d) Regresar a «Casa de las Américas» – http://casadelasamericas.org/ – fue sensacional. Institución fundada en 1959 y que, desde entonces, ha sido un referente único en intercambios culturales y estudios sobre arte, literatura y sociedad. Participamos en la 29ª edición del evento sobre historia, literatura y cultura latinoamericana con foco en la mujer, en el que también pude participar en 1997. La presencia fundamental de Luisa Campuzano, dando vida y frescura al evento como si fue inaugural, me conmovió.

Como no tengo el derecho antes mencionado de opinar sobre el contexto actual, me reservo solo este mero registro de la belleza de haber estado nuevamente en Cuba y, con ello, haber aprendido incluso a ver lo que la inmadurez no había permitido antes. Regresé (y ciertamente también Ítalo, mi marido) iluminada, feliz, creyendo en un mundo mejor.

Lo único que queda es el deseo que Cuba no se permita convertirse en una isla llena de «resorts all inclusive» por todos lados, donde los turistas ya no serán los que allí vayan a aprender resistencia, fuerza, sencillez, humanidad, arte y la belleza, sino los que buscan sus pequeños oasis de lujo, que al fin y al cabo son iguales en todas partes, aunque sea bajo el disfraz estético y artificial de unos «adornos» que dan la sensación de estar en un lugar diferente. Detrás de los complejos turísticos, sin embargo, y como hemos visto abundantemente desde la ciudad de Panamá, por ejemplo, los letreros iluminados de muchos (muchísimos) bancos. Los mismos bancos que hoy, por ejemplo, me impiden atender cualquier llamada telefónica que salga sin identificación, ya que recibo más de 20 llamadas de bancos al día (no importa la hora) ofreciéndome la «maravilla» de los préstamos. Los mismos bancos que hoy invaden mi WhatsApp todos los días, llevándome personas que, pobrecitas, se ven obligadas a perturbar la vida de las demás para garantizar su «sustento comisionado». Los mismos bancos cuyas aceras, en la capital más rica de Brasil, «dan la bienvenida», al amanecer, a más y más personas sin un techo para vivir, que, con las primeras luces del día, son desalojadas de allí para que no se quede “fea” la gran avenida neoyorquina (aunque los cartones en el piso y los que resisten el desalojo nos muestran la verdadera imagen de la riqueza financiera de São Paulo). Esa es la libertad del capitalismo.

Gracias, Cuba, por la sensación de ligereza que ya no hemos podido sentir desde entonces, no solo por la terrible pandemia sino también por la plena conciencia de que Brasil ha elegido ser un basurero más del capitalismo. Que la gente cubana logre las transformaciones que necesita, siendo, sin embargo, lo suficientemente fuerte e inteligente como para no perder la profunda belleza que posee.

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