Juan Jesús Martínez Reyes
Cuando llegó aquel hombre, la gitana lo recibió en su sala. El forastero tenía un extraño amuleto de oro en el cuello. Ella le tomó la mano con cuidado. Después de examinarla, la adivina se quedó ensimismada. Entonces decidió ver la otra mano para cerciorarse de lo que estaba sucediendo, pero fue inútil y la angustia se apoderó de su ser. ¡Es imposible!, exclamó. Y despertó con el miedo incrustado en los ojos. Fue sólo una pesadilla, pensó.
El hombre llegó temprano al lugar que le habían indicado. Esperó un momento. La gitana abrió, él la miró fascinado un instante y entró al recinto. Lo llevó hacia el centro de la estancia y le dijo que tomara asiento en el diván. Algo en él le llamó la atención. En el cuello llevaba un extraño amuleto de oro. Qué extraño, se parece al sujeto de mis sueños. Son tonterías, pensó ella.
Le pidió la mano, sin esperar que el hombre le explicara lo que quería saber. Él extendió la diestra y ella comenzó a examinar las rayas desdibujadas de esa palma, como solía hacerlo. Primero observó la línea de la vida, sin embargo, no encontró nada. Qué raro, pensó. Revisó la de la suerte, no obstante, no logró ver nada. ¿Qué está pasando?, se preguntó preocupada. Finalmente escrutó en la del corazón, pero fue inútil, porque tampoco pudo leer nada. Un frío sudor pasó por la frente de la adivina, y una palidez asomaba en su hermoso rostro. Estaba desconcertada. No podía comprender lo que le estaba sucediendo. Entonces, le pidió al hombre que le diera la otra mano para revisarla, sin embargo, en ella tampoco logró ver nada. Con voz temblorosa y angustiada, después de examinar incesantemente las manos del individuo, la gitana, exclamó:
– ¡No, no puede ser! ¡Es imposible!
– ¿Qué cosa, qué sucede? –preguntó el hombre asustado–. ¿Qué es lo que ha visto?
La gitana, con la mirada extraviada en la nada y, llena de zozobra en el corazón, se alejó pensativa con la mente hecha una vorágine, sin saber qué decir.