La etapa democrática iniciada en los años noventa trajo como protagonista al poder local. Los municipios, espacios territoriales y escenarios de mayor cercanía con la población, cobraron más importancia; incluso podían opacar al poder central.
Desde las alcaldías se logró construir un estado alternativo. Brasil tuvo experiencias luminosas como Curitiba y Puerto Alegre. La recuperación de Bogotá y de Medellín fueron la evidencia de que era posible soñar con la transformación. Lima y Cuzco curaron heridas de la década sangrienta para abrirse a miles de visitantes.
Junto al Canal interoceánico, el cabildo panameño recuperó el atractivo del casco central; Montevideo, Quito tuvieron otras experiencias. Sin olvidar los ejemplos impecables de municipios españoles.
Naturaleza: parques, avenidas de tilos o álamos, jardineras, saneamiento básico, construían el primer escenario. Cultura en la calle, al alcance de todos: conciertos, festivales de poesía, teatro, títeres, desfiles. Ciudadanía, para completar el triángulo.
Desde 1985 hubo elecciones municipales en Bolivia. El municipio paceño contó con administraciones que intentaron modernizarla, pero más fueron los momentos de desorden. El momento estelar llegó al inicio del siglo.
El primer año de Juan del Granado cambió la cultura opaca por un funcionamiento más transparente, con el objetivo de ampliar la participación ciudadana, más allá de la legislación nacional. El GMLP comenzó un ascenso a través de la institucionalización de la entidad.
El primer periodo de Luis Revilla continuó con el concepto de cultura ciudadana con una gran cantidad de iniciativas para atender a recién nacidos, niños, escolares, adultos, mujeres, artistas, emprendedores, vendedoras, artesanos. Respetó la carrera municipal y fortaleció las secretarías.
El segundo periodo fue una etapa de resistencia, de la Alcaldía y de la ciudadanía, porque La Paz fue cercada de diferentes maneras por el poder central. La Alcaldía no ponía ni intervenir en la plaza principal. Decenas de procesos, controles masivos de la Contraloría, sabotajes, violencias opacaron toda iniciativa. Aun así, la Alcaldía era una referencia de la meritocracia, a pesar de los desaciertos que también tenía.
En cambio, la gestión de Iván Arias es chapucera y chabacana, más ocupada en fiestas y en espectáculos, que en hacer gestión pública. Sus anuncios son banales: el árbol más grande de Navidad; una escultura para competir con los cristos de Santa Cruz y Cochabamba (como si no existiera el Illimani); marraquetas artesanales y Alasitas en la mayor feria del país, donde otros departamentos lucieron tractores, cadenas productivas, vinos de exportación, ganado de competencia, joyería, hotelería, turismo.
Arias ha despedido al personal más capacitado, como los expertos en la Gestión de Riesgos, otrora orgullo paceño. Ha desbaratado la Secretaría de Cultura, que fue vanguardia nacional. Inventa festejos en cualquier día y a cualquier hora. Un sábado, el ingreso a Río Abajo estaba bloqueado por un concierto cumbiero, mientras cientos de vehículos no podían pasar. La Alcaldía promovió una fiesta hasta las once de la noche en el Montículo, un jueves laboral. El saldo fue un cúmulo de basura, un escenario que quedó abandonado por días y un letrero roto que nadie recogió.
Hay sabotaje interno al PumaKatari, en alianza con Jesús Vera y el sector delincuencial del MAS. Ahora se conoce el intento de empeorar la ciudad con edificios imposibles quitando lo mejor de La Paz: la luz y el intenso cielo azul.
Es la visión de “progreso” que tiene el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz. ¿O hay algo más oscuro como insinúan los internautas? Lo evidente es que, en pocos meses, Iván Arias ha destrozado lo que se había avanzado en dos décadas. Parece difícil que la gestión de Arias cambie y esté a la altura de la “Ciudad Maravilla”.