Alex A. Chamán Portugal
Referirnos a los escritores en general y a su “función” social en particular nos lleva, necesariamente, a considerar la marcha de la sociedad humana y cómo estos se han desenvuelto en la misma, es decir cuál fue el papel asumido y manifestado a través de sus escritos, por supuesto que también en su actividad práctica.
La historia muestra que la aparición de los intelectuales y escritores se debió a condiciones concretas, objetivas y subjetivas, en un determinado modo de producción. Así, se tiene que la sociedad esclavista permitió la gran división del trabajo en manual e intelectual y a partir de allí se reprodujo esa lógica en los posteriores modos de producción (feudal, capitalista, incluso el socialista en construcción). Por supuesto que cada sociedad imprime, en general, a los intelectuales su selló económico, ideológico y político en tanto los mismos no pueden sustraerse de la misma al ser seres sociales y como tal estar condicionados socialmente, pues la sociedad y sus complejidades terminan siendo el molde o la fragua de quienes forman parte de ella.
Los intelectuales y escritores a lo largo de la historia han desempeñado, en su mayoría, papeles subordinados a los intereses de las clases sociales dominantes. Esa ha sido y aún lo es su lógica de actuar.
En la actualidad, crisis terminal del capitalismo y advenimiento del socialismo, el discurrir teórico y práctico de los intelectuales y escritores nos lleva a plantear que podemos referirnos fundamentalmente a tres tipos:
- – Los atrasados.
- – Los intermedios.
- – Los avanzados
Tal como señalaba Aristóteles(1) “el hombre es un animal político”, en consecuencia, resulta inevitable que se involucre directa o indirectamente con la problemática social y como tal asume criterios y acciones concretas en función de una u otra clase social, sea dominante o dominada. Asimismo y parafraseando a Lenin(2) ante una situación determinada “el hombre es parte del problema o de su solución”. En esa dirección resulta prácticamente imposible pensar que un intelectual y escritor pueda pensar, discursar, escribir y obrar al margen de una sociedad, que al ser escindida en clases sociales presenta agudización de contradicciones con marcados intereses contrapuestos.
En la actualidad también los intelectuales y escritores pueden ser clasificados como atrasados, intermedios y avanzados. A los primeros pertenecen todos aquellos que toman posición por el capitalismo y su fase imperialista. Política e ideológicamente son reaccionarios o de extrema derecha. También son conocidos como conservadores en tanto defiende en statu quo. A este grupo, sin duda alguna, se suman los traficantes de izquierda conocidos como revisionistas en tanto “avanzada de la burguesía en el seno del proletariado”. A los segundos incumben quienes abrazan posturas democrática burguesa o demoliberales. Política e ideológicamente son denominados social-liberales o social-demócratas. Apuestan a “humanizar” o reformar el “sistema” sin alterar radicalmente su esencia explotadora y opresora. Los reformistas, humanistas, socialistas del Siglo XXI, populistas y nacionalistas también pueden ser comprendidos en este grupo. A los últimos corresponden los revolucionarios de nuevo tipo, es decir los marxista-leninista-maoístas en tanto representan lo más avanzado ideológica, política y socialmente. Apuestan a la destrucción del viejo sistema y a su vez a la construcción del socialismo como tendencia histórica y política principal.
En las últimas décadas han irrumpido, con cierta fuerza, intelectuales y escritores que enarbolan banderas étnicas, ecológicas, feministas, etc., cuyos planteamientos teóricos y actividad práctica los sitúa, sin duda alguna, en los intermedios. La mayor parte de estos intelectuales y escritores se desenvuelven en universidades, Centros de Investigación, ONGs, en tanto otros son “librepensadores”, profesionales y líderes gremiales.
Todo lo anterior puede ser mejor entendido al dejar en claro que “en una sociedad de clases todas las ideas sin excepción llevan un sello de clase”(3), por consiguiente todos los miembros de una sociedad nos adscribimos, implícita o explícitamente, a una clase social. En suma los intelectuales y escritores son participes activos en la gran ley de la lucha de clases –en los escenarios económico ideológico y político- que motoriza la marcha de la humanidad.
Los intelectuales y escritores en la marcha de la sociedad
En la introducción sostuvimos que la emergencia de los intelectuales y escritores se materializó en el modo de producción esclavista, puesto que ahí se dio la gran división del trabajo: manual e intelectual(4). En esa sociedad los encargados de la sabiduría y la verdad fueron los pensadores o filósofos. Posteriormente, en la sociedad feudal, quienes asumieron esa labor fueron los sacerdotes y monjes. En el capitalismo y construcción del socialismo aparecen los intelectuales y escritores burgueses o proletarios.
Es en el modo de producción capitalista, a diferencia del esclavista y feudal, se gestaron las mejores condiciones materiales u objetivas e inmateriales o subjetivas para el despliegue de la labor del intelectual y escritor. En lo objetivo destacamos la revolucionarización de las fuerzas productivas que a tiempo de colocar las bases de la emergente sociedad forjaba nuevas relaciones sociales sustentadas en la propiedad privada y la producción intensificada por la presencia de las máquinas. En lo subjetivo los ideólogos del liberalismo junto a escritores formulaban nuevos planteamientos teóricos a partir de la naciente sociedad con sus respectivas implicancias y la separación entre fe y saber. Lo objetivo con lo subjetivo conjuncionaron el proyecto político revolucionario emprendido por la burguesía. La protesta popular se desembocó y estalló en rebeliones y revoluciones que fueron aplastadas –en casi tres siglos- por el caduco orden social feudal existente que se resistía a ser sepultado, empero las lecciones y la revitalización del proyecto burgués llevo a un superior proceso revolucionario que logró triunfar en Francia para luego expandirse por Europa y el planeta. La revolución francesa y poco antes la revolución de las ex 13 Colonias Británicas si bien tuvieron como protagonistas a las masas populares en general, debemos dejar bien en claro que fue la burguesía la clase social más revolucionaria que emprendió y desarrollo su proyecto, en lo particular. Todo esto arroja muchas importantes cuestiones, siendo una de ellas el papel de los intelectuales y escritores de la época que pertrechados de una línea ideológica y política burguesa se movilizaron, organizaron y también combatieron revolucionariamente a través de la Ilustración, la Enciclopedia, etc. La burguesía encauzó la construcción de su nueva sociedad ideada y trabajada desde siglos atrás. Precisamente ese nuevo sistema capitalista que pregonaba “libertad, igualdad y fraternidad” a la larga, a decir de Marx, con esos postulados operativizaron demagógicamente la explotación capitalista.
En el Capitalismo los intelectuales y escritores prosiguen desempeñando “un papel relativamente importante en la política”(5), aunque, a decir nuestro, en ciertos casos ejercen una decisiva influencia. Es el caso de intelectuales revolucionarios que también devinieron en dirigentes proletarios como Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao Tse-Tung a nivel mundial y José Carlos Mariátegui en el caso peruano. Esto demuestra que tanto los intelectuales como los escritores pueden influenciar significativamente en las masas populares a condición que su justeza ideológica y política plantee no sólo la interpretación de una realidad concreta sino la transformación de la misma en aras del progreso social. Así se alcanza ascendencia para viabilizar colectivamente procesos de movilización, politización y organización popular. Los dirigentes políticos, arriba referidos, fueron tales en la medida que además de ser los forjadores de la ideología científica del proletariado contribuyeron a organizar y dirigir las luchas revolucionarias y populares.
¿Qué “función” o papel cumplen los intelectuales y escritores en una sociedad? En una sociedad escindida en clases sociales cada persona pertenece a una clase social por el lugar que ocupa en el proceso productivo y por su condición de ser propietario o no de los medios de producción. A partir de su condición de propietario o no procede a verse obligado a vender su fuerza de trabajo o comprarla. Sin embargo, hay individuos que expresan su inconformidad con la clase social a la que pertenecen y se adscriben a otra, es decir –en el marco de las clases sociales fundamentales- eligen el aburguesamiento no siendo burgueses o la proletarización no siendo obreros. Esta “renuncia”, por lo general, implica toma de conciencia y compromisos concretos con la clase a la que se destinan Otros pretenden ponerse al margen de cualquiera de las clases sociales existentes y devienen en lumpen proletariado o desclasados. En ese horizonte podemos destacar las siguientes funciones que hacen a los intelectuales y escritores:
- Viabilizar estudios e investigaciones acerca de la estructura económica y/o superestructura jurídica, ideológica y política de la sociedad. Las mismas pueden conducir a diagnósticos, interpretaciones y programas de acción.
- Elaborar y plantear estrategias políticas para organizaciones, movimientos y líderes.
- Constituirse en dirigentes, activistas, propagandistas de una vanguardia revolucionaria o movimiento político.
Tanto el aburguesamiento como la proletarización en algunos intelectuales y escritores se plasmaron durante el capitalismo y especialmente fue manifestación de la revolucionarización de la sociedad, así como de la agudización de sus contradicciones a partir de la gran ley de la lucha de clases. Estos aspectos fueron precisamente los gravitantes para referida forja, en importantes procesos históricos, no sólo de revolución social sino también de reaccionarización de la sociedad. Por ejemplo, en lo que concierne a los últimos treinta años en Latinoamérica, en que predomina aún el neoliberalismo como expresión de la política del capitalismo imperialista, la abrumadora mayoría de los intelectuales y escritores terminan siendo absorbidos por el sistema o simplemente toman posición por el mismo deviniendo no sólo en eficaces propagandistas sino también en fervorosos defensores del sistema. Muchos de esos intelectuales y escritores, décadas atrás, fueron fervientes “revolucionarios”, pero ante su precaria posición de clase y solidez ideológica-política sucumbieron ante la arremetida del enemigo para terminar claudicando y someterse al sistema. Ejemplos se tienen en todos los países de Norte, Centro y Sur América. Algunos se convirtieron en reformistas y hoy son quienes forman parte de los gobiernos llamados de “izquierda”. La mayor parte de estos intelectuales y escritores reformistas, durante los ochenta y noventa, hicieron del “retorno a la democracia burguesa” su principal bandera de lucha. Sus cardinales demandas se redujeron a libertad de prensa, elecciones representativas, legalización de partidos políticos, respeto a los derechos humanos, etc. Con todos estos aspectos, a decir de ellos, se “recuperaría” la democracia y las elecciones permitirían el ansiado “cambio social”. Desde el 2000 a la fecha muchas de esas organizaciones de “izquierda” junto a intelectuales y escritores reformistas o populistas se han hecho de gobiernos en Venezuela, Chile, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Uruguay, Paraguay y casi recientemente Perú, pero con todo a lo sumo avanzan en hacer del Estado un ente paternalista, al estilo keynesiano, desde donde reencaminan ciertas reformas económicas y sociales a través de las “políticas públicas” pero no resuelven medianamente los acuciantes problemas que afectan a los pueblos, puesto que no obran por transformar estructuralmente el sistema sino más bien por maquillarlo preservando su esencia expoliadora. Entonces, se termina gobernando “para todos” a partir de la conciliación de clases sociales y sosteniendo el viejo régimen junto a su caduca sociedad posponiendo una vez más la resolución de problemas y necesidades.
La situación referida confirma que un importante número de intelectuales y escritores intermedios, al no ser atrasados ni avanzados, al ejecutar políticas cuya esencia es regresiva se convierten en efectivos instrumentos al servicio del sostenimiento del injusto orden social establecido. En tanto otro significativo sector de intelectuales intermedios pasaron a formar parte de los llamados “nuevos movimientos sociales” cuya base aún lo constituyen los grupos étnicos, ecologistas, antiglobalizadores, feministas, homosexuales e indignados(6). La mayor parte de los intelectuales y escritores reformistas sostuvieron que la globalización implicaba la conformación de un nuevo orden mundial, obviando implícitamente al capitalismo y su fase terminal: el imperialismo. Además afirmaban que éstas eran gobernadas por las transnacionales o multinacionales y ante las mismas se tenía que luchar con “multitudes desclasadas” que se congregaban en “foros sociales” o hacían de tribunas de protesta los eventos de los organismos globalizadores. Todo esto, entre otras cuestiones, va dejando en claro la vigencia o no de ideologías que responden a las clases sociales fundamentales del capitalismo, a saber la burguesía y el proletariado. Mientras la primera, niega el progreso deviene en reaccionaria, en tanto la segunda afirma y trabaja por el progreso se distingue por ser revolucionaria.
Reflexiones en torno a los intelectuales y escritores
Las reflexiones más recurrentes en torno a los intelectuales y escritores, así como el papel que desempeñan en la sociedad son variadas y responden a los objetivos de una u otra clase social, ya que terminan involucrándose con los intereses de una de ellas tomando posición política. Situación que no es ajena al ser humano sino más bien natural en el mismo en tanto animal político y ser social por excelencia.
En general los términos intelectual y escritor han sido y siguen siendo asociados a filósofos, pensadores, ideólogos, políticos, científicos sociales, literatos, ensayistas, poetas, etc. “que han hecho de la palabra hablada y escrita su actividad primordial”(7). En el esclavismo destacamos por ejemplo a Platón con su obra cumbre “La República” y a Aristóteles con “La Política”. Ambos no sólo se adentraron con la filosofía sino también con su problemática vinculada a la sociedad y al hombre, por lo que se comprometieron con el ejercicio del poder y fueron funcionales al sostenimiento y reproducción del mismo. La mayoría de los intelectuales y escritores ocuparon cargos públicos en el régimen además de ser destacados educadores. Sus vidas -su formación, pensar y actuar- se envolvieron con las clases dominantes y como tal éstas fueron las encargadas de moldearlos. Lo propio sucedió en el feudalismo, puesto que la Iglesia Católica, al ser transformada en un poderoso aparato ideológico y político defensor de los explotadores y opresores, se encargó de preparar a los pensadores y escritores en aras de la defensa del orden social vigente. Así, los sacerdotes fueron los nuevos pensadores encargados del saber “reservada exclusivamente para uso y consumo especulativo de las élites religiosas”(8). La religión católica, como expresión ideológica, subordinaba el saber y el conocimiento y ejercía tal dominio mediante la plena sujeción a la autoridad antes que a la reflexión o al saber objetivo. Es así que únicamente la autoridad divina, a través de sus omnipotentes representantes en la tierra, decidía lo que era justo e injusto, correcto e incorrecto, verdadero o falso. Todo enmarcado en el “bienestar” y “armonía” de los fieles. Esto demuestra, fehacientemente, que el saber se supeditaba a la fe y a los objetivos económicos, sociales y políticos que se escudaban en ella. Se formó, pues, la idea de que el pensador era iluminado por el “espíritu santo” y como tal no debería ser cuestionado en lo absoluto, pues de hacerlo el riesgo de ser catalogado como hereje e infiel llevaría a severas consecuencias. Se tiene entonces que junto a la unilateralidad del “saber” dominante la coacción ejercía un formidable complemento para garantizar la imposición de los “conocimientos” sobre las masas cuyos saberes eran negados y aplastados. La emergencia del capitalismo tiene mucho que ver con lo anterior, ya que en sus inicios a tiempo de forjar la producción mecanizada en base a la máquina hacía lo propio en el terreno ideológico y político, es decir fraguaba su ideología sustentada en la razón con la que combate al dogma teológico y desenvuelve gestas y revoluciones para socavar el sistema en crisis y decadente. El desarrollo de la ciencia y la técnica cómo la invención de la imprenta va arrojar trascendentes consecuencias sociales en lo que hace a la difusión de saberes, estudios e investigaciones muy a pesar de la hegemonía del “conocimiento” basado en la fe. Los viajes interoceánicos y los descubrimientos económicos, sociales, ideológicos, políticos, culturales van a aportar lo suyo. Por supuesto que los procesos de conquista y colonización también ejercerán marcada influencia en la consolidación y posterior decadencia del feudalismo, así como en la germinación de la nueva sociedad capitalista(9).
El intelectual y escritor en la sociedad capitalista
De la misma manera cómo se forjó el esclavismo y feudalismo también el capitalismo lo hizo a partir del desarrollo de la lucha de clases que permitió la destrucción de la vieja sociedad feudal y, simultáneamente, la construcción de la nueva sociedad capitalista. El desarrollo de la ciencia y tecnología, en tanto fuerzas transformadoras, contribuyeron considerablemente a este cometido a través del papel de las fuerzas productivas, siendo la fuerza humana la principal. Lógicamente el proyecto de la burguesía liberal se puso en marcha y entre reveses y victorias relativas cimentaron las bases de su sociedad. Durante 300 años la burguesía sentó las bases filosóficas ideológicas de la sociedad capitalista, cubriendo todos los ámbitos del saber, hasta arribar a los movimientos de la Ilustración y la Enciclopedia que representaron la doctrina de la burguesía como naciente clase social y cuya tarea política fundamental fue la demolición de la caduca sociedad feudal y edificación de su sistema a su imagen y semejanza. La lucha emprendida por los ilustradores y enciclopedistas marca el feroz combate en el terreno filosófico e ideológico entre quienes se aferran al credo teológico y quienes se afirman en la razón. La separación entre fe y saber contribuirá notablemente al progreso y desarrollo de la ciencia. La filosofía materialista como ciencia universal y madre de todas las ciencias permitirá el impulso y desarrollo de las ciencias naturales, sociales y humanísticas como ciencias generales. Éstas con el correr del tiempo harán lo propio con las ciencias particulares que se encargaran de estudiar determinados aspectos de sus antecesoras. La Revolución Francesa de 1789 a 1794 sintetiza todas las gestas de la clase burguesa -muchas rebeliones y revoluciones fueron aplastadas y derrotadas, sin embargo la burguesía sacó lecciones y siguió luchando- en función de conquistar el poder político. Una vez triunfada la revolución el nuevo orden se erigió como lo más progresivo de la historia de la humanidad y lo hizo sustentado en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que planteo la trilogía de libertad, igualdad y fraternidad, sin embargo el sistema capitalista prontamente pondrá al descubierto las injusticias que lo caracterizan como sistema depredador de la naturaleza, la humanidad y el mismo hombre. Su ingreso a la era del imperialismo mediante la conformación e imposición de monopolios, sus políticas de conquista de nuevos mercados, las políticas de saqueo y despojo de recursos naturales y el expansionismo mediante agresiones muestra el estado terminal del sistema y su situación de decadencia. A eso habría que agregar sus nefastas políticas orientadas a mayor sometimiento de los pueblos del mundo y persecución contra sus organizaciones políticas más avanzadas a través de prácticas realmente terroristas. Todo esto hace del capitalismo y el imperialismo, como su fase superior, un sistema que debe ser destruido revolucionariamente por los pueblos del mundo valiéndose de sus organizaciones comunistas y aplicando la línea ideológica y política más revolucionaria que en la actualidad es el marxismo-leninismo-maoísmo para forjar la sociedad socialista como antesala de la sociedad comunista. ¿Por qué planteamos estas cuestiones? Porque precisamente estos horizontes sociales marcan el progreso y desarrollo de la humanidad y los intelectuales y escritores más comprometidos con la ciencia transformadora estamos obligados política y moralmente no sólo a plantearlo, como ahora lo hacemos, sino fundamentalmente llevarlo al terreno práctico, pues sólo así servimos al progreso de la humanidad y dignificamos a la inteligencia. No debe soslayarse que el capitalismo además de monopolizar y utilizar unidireccionalmente la ciencia y la tecnología va convirtiéndolas, con mayor fuerza, en mercancías, cuyos frutos (bienes y servicios) van a parar al mercado y con ello favorecer principalmente a las clases explotadoras y opresoras.
Asimismo, las más grandes contribuciones de la humanidad y la creciente lucha popular por su democratización nos permiten cada vez mayor acceso al conocimiento pese a la monopolización y manipulación del mismo. Esto no significa, en lo absoluto, que todas las clases sociales, grupos humanos o individuos accedan en igualdad de oportunidades a la ciencia porque no es así. La organización clasista de la sociedad define que quienes dominan no sólo la dirijan sino que se ven obligados a imponer a los dominados sus normas funcionales a la reproducción social. Se tiene entonces que la creación de conocimiento y su acceso está determinado básicamente por el lugar que se ocupa en la producción social.
Discursivamente el acceso a la educación y al conocimiento es un consagrado “derecho universal”, empero la práctica demuestra que no lo es cuando a nivel planetario de cada siete seres humanos uno no sabe leer ni escribir y cuatro de cada siete son analfabetos funcionales en tanto no comprenden lo que leen y además escriben con gruesas incongruencias gramaticales. Debe remarcarse que la “educación” y “conocimientos” que suele impartirse dejaron de responder, hace mucho, a la verdad científica, por ende al progreso histórico de la humanidad. Esa educación y conocimientos de carácter burgueses son funcionales al sistema y como tal sirven a alienar, domesticar, adormecer y manipular conciencias. En todo caso puede plantearse que más que educación se desenvuelve procesos de instrucción porque centran en la transmisión de ciertos saberes y habilidades para “formar” a los individuos y convertirlos en profesionales y técnicos funcionales al aparato económico capitalista. Así pueden “defenderse” mejor en la vida pues “quien estudia triunfa”.
Crítica a la práctia de los intelectuales y escritores
En términos generales suele plantearse que los intelectuales y escritores únicamente teorizan, elucubran sobre abstracciones y están distantes de la actividad práctica, por tanto son “incapaces” de comprender objetivamente la problemática que sucede a su alrededor y plantear las correspondientes soluciones.
Considerando su distante participación en la producción social son prácticamente ajenos en la creación de bienes y servicios que sirven a la satisfacción de las múltiples necesidades humanas. Siendo así se involucran más bien con la producción o reproducción de ciertas líneas ideológicas (burguesa o proletaria con sus respectivos matices). Los intelectuales o escritores, en general, son oscilantes en la medida que suelen tomar posición por las clases sociales dominantes o dominadas, por ende, devienen en defensores de los intereses de una u otra clase social. Esto demuestra que en una sociedad de clases no es posible la existencia de la inteligencia neutra o imparcial. Aníbal Ponce, en Los Deberes de la Inteligencia plantea, que históricamente los grupos de poder económico coactiva o “persuasivamente” sino sometieron asimilaron a intelectuales y escritores. Es así que para “vivir feliz” y “sin peligros” los intelectuales y escritores tenían que convivir con los sistemas económicos sociales y ser funcionales al mismo, por ende no debían oponerse al mismo y en el peor de los casos podrían ser críticos pero “moderados” y “prudentes”. Así, rehuyeron a la verdad conducente a consciencia y compromiso y se sumergieron en las tinieblas engendradas e impuestas por las clases dominantes. Ponce destaca que “Cuando Cuvier le hablaba de sus Revoluciones del Globo, Napoleón le dijo: Ocupaos de eso, pero no toquéis la Biblia”(14). No olvidemos que muy a pesar de la descomunal labor de la Ilustración y Enciclopedia contra el oscurantismo teológico aún en los albores del siglo XIX “no tocar la Biblia” connotaba para quienes formaban parte de las clases dominantes y sus servidores no confrontar a los poderes instituidos: el sistema económico y social, las clases sociales conservadoras que gobernaban políticamente y la filosofía que dominaba. La iglesia servía a todo esto. De ahí que Ponce sostiene que la mayor parte de los intelectuales y escritores, en tanto representantes de la inteligencia, asumieron como lógica de pensar y actuar: “Evitar complicaciones, replegarse en límites modestos, no entrar en conflicto con la autoridad: he aquí la gran “sabiduría”(15) En suma posturas acomodaticias en el sistema para sumarse a quienes pugnan por la conservación del orden establecido y renuncia al saber científico y su inherente acción crítica-transformadora. Este actuar desdice mucho de la llamada inteligencia por cuanto se convierte en: “Sabiduría tímida y mezquina, a buen seguro, pero difícil de mantener no obstante la docilidad y la mansedumbre”.(15).
En consecuencia, a decir del autor de “Educación y Lucha de Clases”, corresponde preguntar “¿Cómo aspirar, entonces, a la limpidez de alma del investigador sincero cuando se recela a cada rato las consecuencias sociales de sus opiniones? La inteligencia de hoy, justo es decirlo, no siente como antes la brutal tutela de quien manda Pero no ha perdido del todo su vieja servidumbre. Muchas ligaduras le quedan todavía por romper, y mientras el intelectual aguarde una dádiva, aspire a un favor, cuide una prebenda, seguirá revelando todavía en la marcha insegura y en la voz cortesana el rastro profundo de la antigua humillación”.(16). Esto tiene que ver, en definitiva, con la personalidad de los intelectuales y escritores, con el compromiso que asumen con el conocimiento científico y sus consecuencias, con su apego a la verdad y el progreso y con su posición de clase conservadora o revolucionaria. O se entrega por entero al orden establecido y es funcional al mismo o toma posición por la tendencia progresista de la sociedad y se involucra con la misma. La cuestión es que hacer lo justo y correcto conlleva muchas cuestiones, entre las que destacamos convertirse en víctima del sistema, sus poderes y aparatos represivos, pero son los riesgos necesarios que debe asumirse si se quiere marchar de la mano de la ciencia, verdad, progreso y justicia. Ciertamente que en relación a sociedades anteriores la situación algo ha cambiado, pero no en lo fundamental, pues hoy por hoy el sistema continúa asimilando a la mayoría de los intelectuales y escritores hasta domesticarlos y convertirlos en los atrasados, a otros –los intermedios- los hostiga y mantiene en permanente zozobra y a los revolucionarios los desprestigia, los persigue, encarcela, desaparece y asesina. El sistema ha logrado desarrollar eficaces mecanismos para silenciarlos. Esto demuestra por qué calculan, en la mayor de las veces, las consecuencias de sus opiniones y acciones. Se sienten vigilados y presionados y eso termina condicionando no sólo su pensar y decir sino principalmente su hacer. Además de tener enfrente muchas ataduras timoratas y conservadoras suelen esperar dadivas, prebendas, reconocimientos, honores, fama, dinero, etc. A esto podemos agregar que el sistema al domesticarlos y convertirlos en funcionales los adiestra para falsear realidades y presentarlas como válidas, así como adular no sólo al régimen y sus poderes sino también a sus políticas perversas de diversa índole. ¿Qué corresponde hacer ante esto? Los intelectuales y escritores deben comprender que lo primero que deben lograr es responder a la verdad científica y comprometerse con su respectivo progreso. Eso implica responsabilidad, compromiso y espíritu de sacrificio, por supuesto, autosostenimiento para desplegar independencia. En suma, se trata de ser dignos y justos, ante todo, como seres humanos y no indignos y obsecuentes. Las pequeñeces mezquinas individualistas deben subordinarse a los inmensos objetivos que sirven a la grandeza del progreso de la humanidad.
En lo concerniente a la responsabilidad ineludible de la inteligencia Ponce remarca que “Cuando la inteligencia ha servido lealmente la verdad, sin una inconsecuencia, sin una cobardía, ¿ha cumplido por eso con todos sus deberes? La vida que la rodea y que la impregna, ¿no tendrá exigencias que ella no pueda silenciar? Ignorarlas o desdeñarlas, ¿no será desconocer su verdadero destino, mutilando a sabiendas lo mejor de su espíritu? ¿Somos seres únicamente de comprensión y reflexión teorética? Junto al pensador que fundamenta sus conceptos en la frialdad y en la crítica, ¿no vive acaso otro ser de voluntad y de acción práctica capaz de inclinarse cordialmente sobre el drama humano y compartir sus inquietudes y sus dolores?”.(17). El planteamiento es claro: la inteligencia en tanto inmanente al ser humano y desenvuelta por quienes tuvieron las condiciones para desarrollarla –intelectuales y escritores- debe ser desplegada en aras de progreso y bienestar, especialmente por aquellos que se comprometen firme y consecuentemente contra todo tipo de perversidad. Las exigencias históricas demandan que deben luchar contra todo tipo de persecución, domesticación, agasajos e indignos honores, en suma enfrentar y derrotar los dominios de quienes pretenden asimilarlos.
Los intelectuales y escritores revolucionarios
La sociedad capitalista al establecerse en la propiedad privada sobre los medios de producción y agudizar sus crisis cíclicas entra en ruina e inhumaniza, hasta más no poder, las relaciones sociales de explotación y opresión. Esa situación caracteriza al siglo XX y los primeros once años del siglo XXI. Se tiene un sistema que desencadena, junto a la explotación y opresión, las más terroríficas injusticias (agresiones, invasiones, genocidios, etc.) y políticas de saqueos desmedidos. Ante aquello las naciones oprimidas, pueblos del mundo y organizaciones más avanzadas se han levantado una y otra vez y lo siguen haciendo. Los intelectuales, dirigentes y escritores compaginados con el progreso histórico de la humanidad, aunque muy pocos, han contribuido con aquellas demandas e hitos históricos. Sin en un primer momento, siglos XV, XVI y XVII, los intelectuales y escritores desenvolvieron sus acciones en forma aislada y apartidaría al margen de la lucha política partidaria, esto fue resolviéndose principalmente en el siglo XIX no sólo por la aparición de la burguesía y el proletariado sino porque las condiciones objetivas y subjetivas así lo permitieron. Fueron Marx y Engels la condensación de todo este proceso que desembocó no sólo en los primeros dirigentes comunistas o maestros del proletariado sino también en constituirse en prominentes intelectuales y escritores revolucionarios. Esto debe ser entendido muy bien en su verdadera acepción. No solo obraron colectivamente junto a las masas trabajadoras sino que entendieron la misión histórica de la clase obrera y plantearon la necesidad del Partido Comunista para dar rumbo a su misión y trabajar su objetivo principal: la conquista del poder político para el proletariado y el pueblo.
Estos dirigentes, intelectuales y escritores de nuevo tipo fueron precisamente quienes subvirtieron la mentalidad disciplinante y servil impuesta por el capitalismo, su clase dirigente -la burguesía- y sus instituciones, pues el sistema hacía de los dirigentes, intelectuales y escritores gente sumisa, colaboradora y rastrera. Hoy por hoy el grueso de esas “personalidades” sigue subordinándose directa o indirectamente a esa macabra labor.
Asimismo el fructífero accionar partidario de Marx y Engels sepultaron el planteamiento burgués del intelectual y escritor “neutro”, “imparcial”, “tolerante”, “apolítico” ya que aquello resulta inconcebible en una sociedad fragmentada en clases y en la que cada individuo, con mayor razón los pensadores, asume una concepción del mundo, una ideología que guía su pensar y actuar. Además resulta ilusorio plantear que sean “neutrales” y “apolíticos” cuando el sistema muestra toda su ruindad y manifiesta por doquier una dramática e injusta realidad social que afecta precisamente a ese gran conglomerado de explotados y oprimidos llamada masas populares. A ese respecto Lenin, gran continuador de Marx, sostuvo: “La indiferencia es la saciedad política. Confesar la indiferencia es confesar al mismo tiempo que se pertenece al partido de los saciados”. Efectivamente, los llamados “imparciales” pertenecen al Partido de los saciados, es decir de los indiferentes e insolidarios con las causas comunes. Filosóficamente pertenecen a los agnósticos, una pretendida tercera filosofía que intentó ubicarse entre el materialismo e idealismo-, por tanto terminan tomando posición por el idealismo. Eso implica que trasladándolo al terreno político acaban por tomar posición por el estatu quo. En esta ponencia criticamos la docilidad ante el injusto orden vigente, la aceptación y obsecuencia al mismo en vez de participar en la construcción alternativa de otro de nuevo tipo: el Socialismo.
Los intelectuales y escritores avanzados al servicio de la transformación social revolucionaria no sólo serían inspiradores sino principalmente guías de acción para demoler un viejo orden y forjar otro nuevo. Las ideas como la pluma, al ser portadoras de objetivos progresistas, se convierten en poderosas armas al servicio de la naciente sociedad, tal como ocurrió con la Ilustración, la Enciclopedia y el Contrato Social en los siglos XVIII y XIX. La historia y sus leyes es quien aporta las nuevas fuerzas para el advenimiento del nuevo orden. Lo propio hace el conocimiento científico, la ideología transformadora y la acción revolucionaria para llevarnos a nuevas realizaciones humano-sociales.
Las jefaturas del proletariado internacional también fueron probados intelectuales y escritores comunistas. Los casos más emblemáticos recaen en Carlos Marx, Federico Engels, Lenin, Stalin, Mao Tse-tung a nivel internacional y José Carlos Mariátegui junto al Dr. Abimael Guzmán a nivel nacional. Por supuesto que podemos destacar a muchos otros en el escenario internacional como nacional, pero los referidos representan la más alta cúspide, lo más elevado puesto que forjaron la ideología de la clase obrera (marxismo-leninismo-maoísmo) o aportaron a la misma además de aplicarla creadoramente a sus realidades. Si uno revisa la trayectoria de cada uno de ellos, no solo como intelectuales y escritores sino también como dirigentes, fácilmente concluye que no sólo fueron infatigables en sus heroicas gestas políticas sino que esas actividades demandaban comandar un vertiginoso trabajo intelectual que se materializa en la ideología y, accionar organizativo. Estos intelectuales y escritores socialmente se proletarizaron y devinieron en dirigentes, como tal sirvieron, en teoría y práctica, al objetivo principal de la revolución: la conquista del poder político.
Conclusiones
A lo largo de la historia de la humanidad, desde la aparición de la propiedad privada y la escisión de la sociedad, las clases sociales dominantes se han caracterizado por forjar a sus propios intelectuales y escritores en aras del sostenimiento y defensa del orden social establecido, quienes se resistían a la asimilación, domesticación o mansedumbre –tal como sucede en nuestros días- y hacían de la verdad un instrumento de lucha libertaria, liberadora y emancipadora fueron víctimas del sistema . Esta situación se agudiza, sin duda alguna, en el actual decadente sistema capitalista-imperialista.
Históricamente se ha combatido a los intelectuales y escritores que se oponían a los injustos sistemas establecidos porque además de criticarlos y desenmascararlos como caducos son quienes planteaban reales alternativas en lo concerniente no solo al problema social sino también a la problemática que envuelve a la naturaleza y al hombre mismo. Así, tanto en el esclavismo, feudalismo y el capitalismo actual los Estados(11), en tanto instrumentos de opresión, se han caracterizado por desatar todo tipo de hostigamientos, persecuciones y represiones contra ellos, especialmente en contextos en que peligra la estabilidad y permanencia del sistema. La historia registra, especialmente durante los siglos XX y XXI, que todo su arsenal político, mediático, judicial y militar actúa implacablemente contra los intelectuales y escritores progresistas y principalmente revolucionarios.
Las masas populares, los pueblos del mundo y especialmente la clase obrera necesitan verdaderos intelectuales y escritores que estén decidida y resueltamente al servicio de la verdad científica y sus respectivas implicancias. Requiere de personalidades comprometidas y que sean diáfanas y consecuentes con sus objetivos, no así a quienes sirven al mismo tiempo a ambas orillas, no así a quienes pretenden unir el materialismo con el idealismo y son capaces de tomar posición a la vez por la revolución y por la reacción, incluso por el revisionismo o a quienes enarbolan la alianza de clases.
El proletariado en su trajinar y enmarcado en la lucha de clases combate y resiste por marchar a su gigantesca gesta de Revolución Proletaria Mundial y lo hace a través de su línea ideológica y política científica y transformadora. Marcha resueltamente a la emancipación y lo hace a través de su revolución armada y sus diferentes formas de lucha. Los dirigentes, intelectuales y escritores que toman partido por ese proyecto contribuyen contundentemente con el mismo. Como decía el autor de Educación y Lucha de Clases “La inteligencia es la levadura indispensable de la revolución”, pero una inteligencia que responda consecuentemente a la misión histórica de la ciencia social y sus leyes.
La guerra de clases se desencadena todos los días y todos estamos inmersos en ella. Son los intelectuales y escritores, también, quienes deben analizarla para plantear la correspondiente síntesis al respecto. Precisar qué intereses conlleva la lucha de clases económica, ideológica y política en un contexto determinado. No debemos ser indiferentes a la aparente calma, a la paz de los cementerios, pues en situaciones incruentas los explotadores y opresores siguen maquinando sus acciones contra los explotados y oprimidos para procurar perennizar el sistema. Es imposible la justicia, la igualdad y la libertad mientras se viva en el capitalismo y su fase imperialista.
Cada traición e inconsecuencia de un intelectual y escritor que se precie de ser científico y digno es una victoria del sistema, por eso deben ser lo suficientemente responsables no sólo con el progreso científico sino vehementes e incansables combatientes contra quienes al deshumanizarnos pretenden llevarnos a la barbarie.
Notas:
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Para Carlos Marx, Aristóteles se constituyó en el más grande pensador de la antigüedad.
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LENIN, Vladimir Ilich (1870-1924). Fundador del Partido Comunista de la ex Unión Soviética y de la primera sociedad socialista.
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Mao Tse-tung.
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La división del trabajo en manual e intelectual implica esencialmente la intervención en la producción social. El trabajo manual es ejercido por quienes protagonizan la producción a través de actividades corporales o manuales en tanto el trabajo intelectual privilegia el pensar, idear que no necesariamente se inmiscuye en la producción social.
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James Petras. EL PAPEL DE LOS INTELECTUALES EN EL CAMBIO SOCIAL.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=13028
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Petras, a ese respecto, pregunta cuál la composición social de esos nuevos movimientos sociales, ya que los mismos pretenden reemplazar a las organizaciones clasistas.
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Por Marcelo Villamarín C., EL ROL DE LOS INTELECTUALES EN LA SOCIEDAD MODERNA. En http://www.monografias.com/trabajos31/rol-intelectuales/rol-intelectuales.shtml
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Esto a partir de la nueva acumulación del capital y la intensificación de las relaciones mercantiles que hacen del valor de cambio un elemento económico cada vez más activo.
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El proletariado es la última clase de la historia. Es la única que carece de medios de producción, por consiguiente se ve obligada a vender su fuerza de trabajo por un salario, del mismo se extrae la plusvalía que es la principal fuente de explotación capitalista.
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El Estado entendido como un aparato organizado de las clases sociales explotadoras y opresoras se organiza la sociedad valiéndose de poderes (Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral y Medios informativos alienantes) en función de su reproducción. Las Fuerzas Armadas y Policiales con sus respectivos aparatos de inteligencia devienen en su columna vertebral.
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Destacado teórico que trabajo significativamente la labor de los intelectuales enfatizando en la superestructura de la sociedad.
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Aníbal Ponce, LOS DEBERES DE LA INTELIGENCIA. En: http://www.perspectiva internacional