El gobierno tiene perdido el debate en torno a los libros de texto gratuitos. Son tantas las evidencias de ineptitud e ideologización en los nuevos libros que, por mucho que se les intente justificar, es innegable que están mal hechos. En medios y redes circulan algunos de los ejemplos más ominosos. Datos falsos, infografías confusas, explicaciones ininteligibles y especialmente omisiones injustificables como la enseñanza cabal de matemáticas, son señalados por preocupados especialistas y, cada vez más, por enojados maestros a quienes no se les tomó en cuenta.
Las actas y otros registros de las supuestas reuniones con profesores, han sido reservados por cinco años. Los libros mismos, fueron ocultados a la sociedad hasta que varios grupos de maestros los digitalizaron para que se encuentren en línea. Respecto de los libros, como en tantos otros asuntos, el gobierno oculta información indispensable. Ahora, esa intencional opacidad resulta especialmente ofensiva para los ciudadanos. Nada hay más apreciado, junto con la salud, que la educación de los hijos. Pocas cosas inquietan tanto como saber en riesgo la integridad y la calidad de esa educación.
Hechos con prisa, sin lineamientos curriculares y con más interés por la ideología que por la sabiduría, los libros de texto gratuitos son una de las más costosas torpezas de un gobierno que ha cometido un error tras otro, en todas las áreas. El afán por diferenciarse de otras administraciones, ha conducido a improvisar. Y la improvisación, en la enseñanza de los niños, es imperdonable.
El malestar con esos libros de texto se expresa de maneras diferentes. El conservadurismo más esquemático, distorsionando sus contenidos, los considera propaganda comunista. Las expresiones más burdas, desde ese flanco, han sido las de Televisión Azteca y su impresentable propietario. En los nuevos libros no se propone un cambio comunista, ni socialista, sino una boba idealización de la pobreza. En ese aspecto, tales libros son más bien conservadores: al ensalzarla, legitiman a la pobreza y promueven el conformismo ante ella.
La apología de la pobreza se relaciona con una también ideologizada insistencia para vincular a la educación con la comunidad. Los nuevos libros hacen énfasis en la comunidad como espacio de aprendizaje, más allá del salón de clases. Decir que la comunidad enseña, sin advertir las limitaciones de tal enseñanza, puede conducir a una pedagogía demagógica y anticientífica. Pero la crítica a esos libros no debiera soslayar la importancia que la escuela mexicana ha tenido en sus comunidades, así como el papel que el entorno siempre juega en la enseñanza.
Al pretender que la comunidad es el ámbito del aprendizaje, se descuida la dimensión universal que tiene el conocimiento. Quizá de allí se deriva el desprecio por las matemáticas y las ciencias naturales. Confundir lo comunitario con las creencias propaladas en ese entorno puede llevar a dislates como cuando, en uno de esos libros, se dice que el Covid-19 se cura con hierbitas supuestamente medicinales. La demagogia, cuando va de la mano con la ignorancia y se difunde con amplitud, puede tener consecuencias criminales.
La comunidad es una realidad que no es pertinente ignorar en la educación básica. Hace tiempo, por ejemplo, ese reconocimiento condujo a la incorporación de contenidos locales y regionales en los libros de texto. Si se le exagera, el énfasis en lo comunitario determinaría una enseñanza retraída del mundo. Pero el sentido de pertenencia a una comunidad puede contribuir a desarrollar valores ciudadanos y a comprender la importancia de los conocimientos prácticos que enseña la escuela. El interés por el aprendizaje aumenta cuando está vinculado con la realidad del estudiante.
El reconocimiento de la comunidad es necesario, pero no puede ser el eje de la enseñanza. En comunidad, se comparten condiciones, intereses, valores y problemas, precisamente, comunes. Otra cosa muy distinta es el comunismo, que pretende la propiedad colectiva, la abolición de clases y el sometimiento de la economía a un Estado totalitario. La confusión entre ambos conceptos, ha distorsionado la controversia sobre los libros de texto. Esos libros son desdeñables porque descuidan la enseñanza de conocimientos fundamentales, se encuentran repletos de pifias y no obedecen a un plan integral de educación básica.
El gobierno está decidido a distribuir y emplear los nuevos libros en el próximo ciclo escolar, a pesar de sentencias judiciales y sobre todo sin tomar en cuenta las documentadas objeciones que se han presentado en contra de ellos. El presidente López Obrador los considera un instrumento político y no un recurso educativo.
Los nuevos libros son indefendibles. Quienes abogan por ellos alineándose con el gobierno, no se refieren a sus contenidos y quieren construir un discurso de defensa del texto gratuito como si ese instrumento de la educación pública estuviera siendo cuestionado. López Obrador y sus propagandistas intentan equiparar el rechazo a los nuevos libros con el embate de la derecha mexicana contra los textos gratuitos cuando fueron creados en los años 60. Hoy, salvo quizá unos cuantos, nadie cuestiona a la educación pública ni la gratuidad de los libros de texto. Al contrario: el señalamiento de los innumerables descuidos en los nuevos libros contribuye a defender la calidad de la educación pública. La negligencia, el desprecio por el conocimiento y la politización en los recientes libros, constituyen el mayor agravio que se ha emprendido contra la educación pública en muchos años.
Como no tiene argumentos para defenderlos, la propaganda del gobierno dice que los nuevos libros son víctima de una persecución contra la cultura. Pero quienes han afrentado al conocimiento son los funcionarios que ordenaron, hicieron y ahora intentan justificar esos libros.
En el foro que el presidente abrirá en Palacio Nacional no habrá un solo especialista serio que esté dispuesto a justificar los despropósitos que abundan en tales textos. Las impugnaciones sustentadas en hechos y en la reivindicación del conocimiento, han dejado claro que los nuevos libros son un fraude contra la educación. El gobierno ya perdió ese debate. Ahora intentará defender a sus desventurados libros con simulaciones y cortinas de humo.