El presidente ha demostrado amplia capacidad para dejar pasar grandes oportunidades. Luego de su derrota, el 21 de febrero del 2016, pudo dar una jugada magistral y retirarse. Por un lado, cerraba el ciclo del Proceso de Cambio con resultados muy favorables en todos los planos y se erigía como el gran arquitecto del Estado Plurinacional, un auténtico fundador del Estado Plurinacional; por otro lado, aceleraba el recambio generacional preparando a sus propios seguidores y al país para su sucesor; y finalmente mostraba una vocación democrática al aceptar los resultados en las urnas aunque no le favorezcan, aplicando así la máxima zapatista con la que entró a su gobierno: mandar obedeciendo la voluntad popular. Pero no, prefirió la artimaña jurídica.
Habiendo cometido un primer error, en el proceso electoral de este año pudo intentar marcar distancia entre ser el presidente de la nación y el candidato de un partido. Aunque era difícil por la manera cómo organizó el tablero, pudo intentar cierto grado de equidad en la contienda, no utilizar los recursos públicos para la campaña, no ser candidato y autoridad a la vez, separar las funciones y dejar que, auténticamente, la nación decida su continuidad o su partida. Pero no, prefirió organizar una elección de Estado con un candidato-presidente con todo a su favor.
Una tercera equivocación sucedió el 20 y 21 de octubre. Pudo dejar que el Órgano Electoral Plurinacional, ya vapuleado y con el mayor de los descréditos en sus espaldas, hiciera su trabajo sin intervenciones. Pudo darles autonomía, no dar línea, no hacer llamadas telefónicas, no intervenir. Pudo impulsar elecciones limpias, no propiciar el fraude con otras artimañas. Pero no, al verse perdido, prefirió hacer notar su poder, entorpecer el trabajo de aquellos que deberían ser independientes, manipular datos, tiempos, boletas, votos.
Los días después de la elección, pudo ser presidente de los bolivianos, hablar como un hombre de Estado, un mandatario de millones de personas de diversidad étnica, ideológica y social. Pudo poner las bases para pacificar el país, matizar las posiciones, buscar salidas negociadas, políticas. Pero no, prefirió dejar de ser presidente y devenir el dirigente belicoso de siempre. Polarizó, insultó, amenazó, mintió, amparó a sus bases ayudándoles para que se movilicen -ofreciendo desde palos hasta mingitorios- y privó de la protección básica a los ciudadanos que no estaban con él. Y peor, cumplió la amenaza de muerte -anunciada por su alfil Torrico-; hoy carga con dos fallecidos y varios heridos que nadie olvidará.
A partir del 2 de noviembre le queda poca pista. Ojalá que no cometa el último error. Evo ya perdió legitimidad, apoyo, decencia y dignidad. Ya no está a la altura de la historia. Tiene una nación en contra por donde se le mire, es su peor momento. Hay una salida de emergencia, un último paracaídas, esperemos que lo sepa usar y que no tenga que huir en helicóptero o ensangrentarse más las manos para continuar con la tozudez de quedarse atornillado a la silla presidencial. Evo llevó al país al borde del abismo, ojalá no dé el último paso en falso arrastrándonos a todos al despeñadero.
Entrego estas líneas en la mañana del lunes 4 de noviembre, unas horas antes de la concentración en Santa Cruz y de que se venza el ultimátum de 48 horas. Tal vez le lleguen tarde al lector, con nueva baraja. El país se mueve deprisa.