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Estrategia para relacionamiento con Chile

Para nadie es un secreto que la cuestión marítima durante el gobierno del señor Morales fue manejada de manera improvisada, chapucera y sin estrategia alguna. El resultado fue el fiasco de La Haya.

Ahora, el canciller Mayta ha declarado que los esfuerzos de su cancillería van dirigidos a la “reivindicación marítima”, aunque, según él, se trata de “un escenario complejo dentro de la agenda bilateral que tenemos con el Estado chileno”.

La anterior canciller Longaric logró darle seriedad al tema; recuperó una posición de interlocutor válido a los ojos de Chile. Su legado se resume en que “la relación con Chile debe ser conducida con objetividad y pragmatismo, orientada a maximizar la agenda positiva que nos vincula”. En otras palabras: debemos transitar de un estrategia de confrontación a una de cooperación.

El conflicto es el resultado de la interacción entre dos unidades políticas con intereses contrapuestos. Esta interacción no es casual, sino producto de acciones premeditadas, es decir, de una planificación tendiente a lograr objetivos preestablecidos, los mismos que podrán colisionar. Para conseguir esos objetivos se utilizan diversos medios que, en su conjunto, integran lo que se denomina la estrategia.

El término estrategia fue originalmente patrimonio de la actividad militar, significando el designio proyectado para vencer o disuadir al adversario; en consecuencia, el desarrollo de estrategias militares conlleva necesariamente la consideración de factores de poder tanto militares, como económicos y políticos. 

El concepto de estrategia ha trascendido, sin embargo, el ámbito militar y se ha convertido en instrumento eficaz para conseguir objetivos en todos los ámbitos del quehacer humano.  Ello mismo ha contribuido para que la estrategia, inicialmente un instrumento que se valía esencialmente de la fuerza, haya mutado hacia incorporar, más bien, elementos pacíficos como herramientas idóneas para conseguir el objetivo deseado.

No obstante de ello, las estrategias de confrontación, en sus diversas manifestaciones, persisten en las relaciones interestatales como un recurso estridente que, además, aglutina factores que, como la exacerbación de los sentimientos nacionalistas, acentúan la ausencia de la racionalidad y, por ende, impiden las soluciones pacíficas a los conflictos. Es lo que pasó en el gobierno de Morales.

 Como bien señala Edgar Camacho, debemos aprender a pensar de un modo nuevo, preguntarnos no qué hacer a fin de lograr la victoria militar en el campo al que pertenecemos, porque esa posibilidad no existe; sino, cómo resolver los problemas en un marco de solidaridad y cooperación recíproca.

Curiosamente, las palabras conflicto y cooperación ambas empiezan con el prefijo “co”.  En el caso de conflicto, el prefijo “con” proviene del latín que significa reunión o agregación, mientras que el prefijo “co” en cooperación da al vocablo operación una connotación de operación conjunta.  De donde resulta que tanto el conflicto como la cooperación son relaciones de interdependencia. La primera resulta de un choque o colisión de intereses y la segunda de una convergencia de intereses.

 Ambos conceptos están -a decir de Anatol Rapoport- íntimamente relacionados,  pues en ambos hay reciprocidad, que supone reconocimiento mutuo, incluso de individuos egoístas que tienden a cooperar para ganar cada uno él mismo. Hay una racionalidad estratégica que como tal no supone todavía compromisos éticos, a pesar de la reciprocidad y el reconocimiento. Según la racionalidad colectiva, se puede cooperar con el conflicto para ganar, aunque sea poco, con el riesgo de que todos puedan salir perdiendo

 Conflicto y cooperación son dos caras de la misma moneda. Ambos dependen de la manera en que percibimos el mundo. El conflicto estimula la cooperación y viceversa, como contraste figura-fondo. Conflicto es la percepción de la contradicción y cooperación es la percepción de la identidad, pero la contradicción y la identidad son complementarias. 

No resulta difícil, entonces, pasar del conflicto a la cooperación, de transformar lo que nos separa en lo que nos podrá unir. Consecuentemente, el tránsito del conflicto a la cooperación requiere de una voluntad de las partes que, a su vez, esté basada en la confianza recíproca y en la convergencia de sus intereses. Todo esto a propósito del necesario cambio de relacionamiento que debe existir entre Chile y Bolivia,  y cuya proyección al futuro podría beneficiar ampliamente a los intereses de ambos países.

Fernando Salazar Paredes  es abogado internacionalista.  

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