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Espérame en el cielo, vida mía

José María Espinasa

Cartas a Dorothy
Francisco Hinojosa
Almadía, México, 2024
88 págs.

Quien hoy recorra las librerías de México se encontrará en la mesa de novedades y bien expuesto Cartas a Dorothy, de Francisco Hinojosa, editado por Almadía. Lo menos que se puede decir de este autor es que es extraño. Sus primeros textos hace ya 50 años fueron ensayísticos y algunos, pocos pero muy buenos, poemas. Luego, no sabría decir exactamente cuándo, se volvió un clásico de la literatura infantil con La peor señora del mundo, inspirado relato; y en esa vía ha publicado más de una docena de títulos y entusiasma a sus lectores niños y jóvenes. Sin duda práctica una escritura que hace a veces fruncir el ceño a los pedagogos pero que fascina a sus lectores, también a los adultos y hasta los de la tercera edad y algunos difuntos. Sus cuentos, por ejemplo «Informe negro», son necesarios en cualquier antología del género en México en los últimos años. Pero ¿en qué reside su extrañeza, que no su rareza? Se suele destacar su humor ácido e iconoclasta, su capacidad sintética y su virtuosismo para las elipsis temporales y espaciales y cómo, desde el humor, por ejemplo en sus crónicas de viajes (tiene dos, una sobre Los Ángeles y otra sobre Chicago), consigue plasmar una sensación que gracias a su talento sentimos compartida. Podemos imaginar a su lector moviendo la cabeza en un gesto afirmativo y con una sonrisa en los labios mientras avanza en la lectura.

Suele suceder también que esa sensación se transforme en desconcierto en sus narraciones cuando usa palabras extrañas, neologismos o modismos, y se deja volar por su enorme talento paródico. Por ejemplo, escribir una novela muy prosaica pero en verso, tanto que desconcertó a algunos críticos que le reprochaban su mala versificación, Poesía eras tú, antecedente directo de Cartas a Dorothy. Pero si escribía novela en verso no era para recordar a los cantares de gesta, ni mucho menos en la senda abierta hace algunos años por Mario Benedetti en El cumpleaños de Juan Ángel, tampoco para mostrar un oído educado en la métrica y el ritmo, sino, al contrario, formado en el uso cotidiano, campechano (palabra que en el país significa natural, de uso sencillo, común y corriente) y no pocas deformando la sintaxis y la frase con una libertad admirable, con el fin de parodiar el poema de amor. Y entonces el gesto afirmativo se vuelve una negación dubitativa que se pregunta ¿qué cosa es esto que estoy leyendo? Lo que fascina a muchos de sus jóvenes lectores, el desparpajo, desconcierta a los maleados mayores haciéndolos sentir incómodos en su lectura, incluso cuando esa incomodidad se manifieste en risas o carcajada, pues parecemos preguntarnos, como lo hace el escritor Antonio Deltoro con las gallinas, de qué me río cuando me río. A pesar de esa incomodidad, o tal vez por ella, sus libros encuentran lectores y tienen nuevas ediciones.

Bajo ese afán paródico hay sin embargo un sustrato profundamente literario en donde la obviedad más obvia esconde un pliegue conceptual de cierta densidad. Por ejemplo, el mismo título de Poesía eras tú, no sólo parodia el lugar común becqueriano sino que lo remite al pasado y al leer el texto nos damos cuenta que lo remite al pasado absoluto, la muerte, y que ese cambio de tiempo verbal, eres por eras, nos muestra un abismo, más que temporal afectivo, que disimula sin conseguirlo del todo una rabia frente al mundo. Diríamos, con Cioran, que sólo el pesimista radical puede reír a sus anchas. Pero si en Poesía eras tú el artificio narrativo de la novela en verso, o más precisamente, en renglones cortados, le funciona muy bien en estas Cartas a Dorothy el elemento formal parodiado es el epistolar. Y eso me permite establecer nexos formales con su tradición y contexto. La literatura mexicana es proclive a tener epistolarios entre protocolarios y amistosos, como los de Alfonso Reyes, pero tiene pocos, muy pocos, epistolarios amorosos. El clásico en este género son Las cartas a Clementina Otero de Gilberto Owen. Luego existen otros como el de Juan Rulfo, Cartas a Clara, el de Octavio Paz a Elena Garro, Esta carta está en tus labios, Juan José Arreola, Sara más amarás, y de Rosario Castellanos, Cartas a Ricardo o Jaime Sabines, Los amorosos (Cartas a Chepita). Todos ellos leídos desde las Cartas a Dorothy de Francisco Hinojosa corren el riesgo de ser insoportablemente cursis. ¿Desde qué lugar puedo decir que las escritas a Dorothy son cartas de amor? Desde el texto mismo y no como los antes citados que son de amor desde la persona y su biografía, y no necesariamente desde la escritura, así que las Cartas a Dorothy son de amor pero, como decíamos antes, con un pesimismo implícito, o más precisamente una desconfianza en el propio lenguaje para crear y/o transmitir emociones.

El oído de Hinojosa para la conversación es hiperestésico, por eso sus cartas tienen algo de conversadas y no necesitan, aunque se adivinan, las respuestas. O más bien la ausencia de respuestas es eso precisamente: ausencia. Cuando al principio de estas notas hablé de la extrañeza de este autor en la literatura mexicana tenía lo descrito en esa perspectiva, una ausencia total de melodrama. Basta no tener esa inclinación para que se vuelvan paródicas, más aún en la medida que en un lector distraído las tome con absoluta seriedad. El arrebato, nos diría Borges, lleva en sí mismo su parodia. O más bien el horizonte del arrebato es el lugar común y el escritor lo asume para ser entre más arrebatado más común. Por eso, como sucede en su antecedente, Poesía eras tú, el horizonte es una muerte intrascendente, sin más allá. Vuelvo al “eras” del título mencionado: nada hay más distante que el pasado pues ha dejado de ser y en ese camino no puede tener emotividad.

Esa falta de emotividad es muchas veces el motor que mueve los textos de Francisco Hinojosa.  Y esa es otra razón de su condición extraña. Y resulta paradójico que tenga aceptación entre los lectores. Y esto nos lleva a su condición hiperformalizada. El humor más profundo se apoya en el juego con la forma, en hacer que esta se muerda la cola, pero esa forma es, al menos en este libro, claramente coloquial. Las cartas están escritas para ser leídas por el destinatario, Dorothy, y no el lector, pero si no le están destinadas al leerlas las recibe, son para él o ella. ¿Qué quiere decir son? Son de ser, pero también son de sonar, suenan y resuenan en su trivialidad paródica que desemboca en la muerte de Dorothy, a causa del Covid. Pero no es un libro del Covid.La pandemia ni siquiera es anecdótica, sino que es motivo para el cese de la relación epistolar. El final de la última carta tiene acentos de bolero: espérame el cielo vida mía.

No hay a través de estas cartas una búsqueda de intensidad emotiva, aunque hablen todo el tiempo de sentimientos, ni siquiera de originalidad existencial, no sólo el amor es como cualquier otro, sino que es precisamente en esa condición cualquiera donde adquiere su forma. Por eso la filiación cambiaria de becqueriana a beckettiana: alcanza el absurdo por la senda de la trivialidad. Imaginemos un Esperando a Godot en clave Hinojosa. Veamos un pliegue más de la extrañeza: una literatura pesimista, iconoclasta, es sin embargo fruto de una fruición por la escritura: el escribir es un placer sádico que el lector vuelve masoquista. El amor que, como la poesía, ya no es, al ser pasado adquiere una angustiante banalidad que el autor, y con él su lector, se complace en hurgar. ¿Podemos extender esto a toda su obra? Todo… hasta la seriedad de un diario sobre la migraña; todo debe ser leído en clave paródica; y para poder ser leído de ese modo, el requisito es la seriedad misma del gesto. El lector, como el escritor desencantado que sigue escribiendo a pesar de ello, sigue leyendo, vuelve a leer, relee.  

José María Espinasa (Ciudad de México, 1957) es poeta, ensayista, periodista, editor y crítico mexicano. Es fundador y director de la editorial de poesía Ediciones Sin Nombre

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