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Escribir sobre papá

Hay muchas maneras –y buenas razones– para hablar de nuestros padres. Cada que me encuentro con un libro de un hijo que escribe sobre su progenitor, me mueve alguna fibra que es difícil explicar. 

Un tiempo atrás leí La figura del mundo, donde Juan Villoro escribe sobre su padre Luis, el notable filósofo y profesor universitario. Es un texto entrañable, de lo que más me ha impactado en los últimos años. Es tierno, lúcido, sincero, fluido. Describe su historia, su infancia europea, su paso por los jesuitas, su llegada a México, su carácter, su posición política, su profunda desconfianza frente al poder, su relación con las mujeres, su fobia por los lujos o privilegios, su pasión por el esfuerzo y el trabajo, su repudio a la autopromoción y al elogio fácil, su sencillez y solidaridad. 

Juan tiene la fortuna haber acompañado a su padre hasta su muerte, a los 91 años, en 2014. Toda su vida lo tuvo al lado, con distancias y tensiones propias de una relación que nunca es fácil. Lo afirma con claridad: “ser hijo significa formar parte del ensayo y del error, los borradores que llevan la versión que la posteridad juzgará definitiva”. Es lo que refleja el libro.

Hace unos días tuve otro grato encuentro con un texto parecido: Adiós a los padres (2014), de Héctor Aguilar Camín. El tono es distinto, es una biografía familiar centrada en la historia de su padre y madre, sus éxitos y fracasos, sus desplazamientos, sus tensiones, su separación, sus enfermedades, su declive y su partida. Su historia refleja parte de la experiencia de migración interna desde el caribe mexicano hacia la Ciudad de México a mediados del siglo pasado, lo que representó desafíos y angustias, miedos y caídas, dispersión y rupturas. Narra con maestría los últimos días de ambos, cuando sus cuerpos empezaron a apagarse, de la mano de sus mentes. Sus padres se divorciaron, pero cuando murieron con pocos meses de distancia, al ser incinerados el hijo buscó juntar sus cenizas en su jardín. Es un libro profundo sobre la condición humana, la degradación del cuerpo, y la despedida.

Por último, el mismo día que descubrí en la librería el escrito de Aguilar Camín, a su lado estaba el de Federico Reyes Heroles, hijo de conocido funcionario público mexicano Jesús Reyes Heroles: Orfandad. El padre y el político (2015). Todavía no lo he leído, espera en mi mesa de noche, pero el título y tema, además de las primeras páginas y la rápida hojeada que le di al comprarlo, prometen satisfacer mis expectativas. 

Traigo a colación estos tres títulos porque, como decía, cada que me encuentro con un escrito de un intelectual sobre su padre, me siento convocado. He dicho varias veces que uno de los libros que tengo pendientes es sobre Lucho Suárez Guzmán, mi padre. Cuando leo lo que hicieron otros, tomo mi libreta y comienzo con el índice de lo que sería mi relato. ¿Qué pasajes contaría? ¿Por dónde empezar? ¿Por su muerte? ¿Por aquella tarde del jueves 15 de enero de 1981 cuando salió a su reunión política y no volvió? ¿O por la guitarreada de diciembre de 1980 que tenemos registrada? ¿Por sus casetes grabados con sus clases, reuniones y manifestaciones? ¿Por sus fotos? ¿Por sus escritos? ¿Por mis propios episodios infantiles? ¿Por los relatos de mi madre?

El laberinto se impregna de emociones. Hace algunos años, en una conversación con Ivan Jablonka en la Biblioteca Nacional de Francia, al compartirle la vida de mi padre, él me decía que tendría que hacer un libro pensando cómo narrar su historia a mis hijas, desarrollando en cada capítulo una parte de su personalidad e historia. Tal vez sea una ruta. Lo he intentado muchas veces, me lo he puesto como tarea en distintos momentos, pero hasta ahora no fluye. 

He logrado escribir un libro sobre mis abuelos maternos que será publicado este año, recuperando la vida de José María, a quien no conocí, y Elena, con quien conviví hasta su muerte. He publicado regularmente episodios sobre mi padre en su aniversario luctuoso o en momentos especiales. Sin embargo, cuando me planteo un proyecto más sostenido, aparecen las vallas, la memoria se enreda con la nostalgia, y nada fluye. A diferencia de Villoro, de Aguilar Camín y de Reyes Heroles, yo tuve a mi padre sólo una década a mi lado. Son cuarenta años cargando con su ausencia. Quizás por eso cuesta más escarbar en los recuerdos.

Algún día daré el paso, dejaré fluir las memorias en las letras y aparecerá el retrato de Lucho en unas páginas. Espero sea pronto. 

Hugo José Suárez, investigador de la UNAM, es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.

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