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En Mojos, un misionero de la nobleza española / Cuento

Hugo H. Padilla Monrroy

“Dios todopoderoso y eterno,
yo, aunque indigno de presentarme ante ti,
confiado en tu amor infinito e impulsado por el deseo de servirte,
en presencia de María la Virgen y de nuestros hermanos los Santos,
te prometo con voto,
pobreza, castidad y obediencia perpetuas en la Compañía de Jesús…….”

(Parte del juramento de sumisión y pertenencia a la Compañía de Jesús)

Sabemos de los sacrificios que demandó la vida de los misioneros que, vinieron a Moxos, se dice que en una mano traían la Cruz de Cristo ensamblada en un cayado, en la otra la Biblia, solo un morral, colgado en banderola, que contenía los principales objetos para el Oficio de la Misa, algunos objetos para regalar como hachas, unos espejillos, unas agujetas, un poco de sal, un lápiz con libreta para las anotaciones, un cuchillo de uso doméstico y jabón, única vestimenta, como único atavío que adornaba su presencia como autoridad espiritual, la sotana negra, característica de los misioneros jesuitas, un sombrero amplio y una espesa barba dibujada en el rostro, ayudaba a cubrirse de los rayos del sol y de las picaduras de mosquitos, mariguíes y otros.

Juan Isidro León de la Horquilla, era un joven nacido en el pueblo español de Calahorra de Loyola, (1692) cuarto hijo de ocho concebidos por el matrimonio de Don Pedro León de Palmares de Laguna y Doña Francisca Zapata de Alondra, ellos eran de la nobleza, pues poseían el título de Condes de Palmares. Por esta razón el aspirante a Jesuita, había superado el Estatuto de Sangre de la Compañía de Jesús, exigía a los posibles servidores jesuitas, que consistía:

El honor, en tanto que factor de integración, reforzó las vinculaciones hereditarias entre familia y linaje. Pero al mismo tiempo actuó como un principio discriminador de comportamientos. La sangre actuaba como símbolo de la continuidad e integridad de los linajes cristianos. Cualquier mezcla con herejes y apóstatas comportaba una pérdida de honra, lo que obstaculizaba el ascenso social de los judío-conversos. Durante la V Congregación General la Compañía de Jesús aprobó el 23 de diciembre de 1593 los estatutos de limpieza de sangre, que prohibían la admisión de los confesos o cristianos nuevos en la orden ignaciana. Este decreto no sólo certificaba la exclusión de los moriscos españoles y de todos aquellos considerados infames a causa de sus orígenes judíos o musulmanes. Además, se exigía a todos aquellos provenientes de familias nobles y respetables que demostraran su pureza de sangre hasta la quinta generación. (El Estatuto de Limpieza de sangre de la Compañía de Jesús (1593) y su influencia en el Perú Colonial Alexandre Coello de la Rosa, p.46).

Es así, que el nobel misionero, luego de su formación, siguiendo las normas de la Orden Católica, fundada por Iñigo López de Onza y Loyola, conocido como Ignacio de Loyola, defensor a ultranza del Sumo Pontífice y soldado de Cristo; fiel a seguir el libro dejado por el Santo San Ignacio Los Ejercicios Espirituales que junto Las Reglas de Modestia, modelarían la personalidad introspectiva de sus discípulos, en un proceso permanente de autoanálisis, acercándolos al misticismo y con ello a Dios, son los cuatro votos de su compromiso con la Orden, Pobreza, Castidad, Obediencia y Sumisión absoluta a la autoridad del Papa; ingresado a la Orden Jesuítica; Juan Isidro escoge la difícil tarea de trasladarse a la América en función de Misionero. Estudio en Lucerna gramática, teología y retórica, durante los años de su noviciado, destacándose como un buen alumno, algo tímido, elocuente en sus consideraciones y un don de buen orador y profeso seguidor de las enseñanzas de la Compañía.

Según el Nuevo Testamento, Lucas 10, 1-12:

El Señor designo a otros setenta y dos, además de los Doce, y los envió de dos en dos para que le precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debería ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos». Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni provisiones, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa digan primero: “Que descienda la paz sobre esta casa”. … En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan, sanen a sus enfermos y digan a la gente: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”.

Y así cumplieron los soldados misioneros de la Compañía de Jesús, con los mandatos de su protector e inspirador de la Misión, difundir el mensaje Jesucristiano, por doquier.

A sus 25 años (1717) partió del puerto de Sevilla con dirección a las Islas Canarias y luego de casi tres meses de navegación, pudo llegar a las costas de Buenos Aires, para continuar viaje por sendas y caminos de herradura acompañado con algunos carruajes, hasta la Ciudad de Santa Cruz, tardando como dos meses en esa travesía; alojado en el Colegio de Santa Cruz, pide ser trasladado a los recónditos llanos de los Moxos, ha escuchas que allí, se estaban erigiendo Reducciones de la Orden, con misioneros de apostolado, para traer a las filas de Dios a los neófitos de las llanuras y bosques de un reino llamado Moxos, Candiré, País de la Canela, Paitití, donde se presumía una ciudad enclavada en esas lejanías recubierta de oro, eso no llamo la atención del Padre Isidro León S.J., como adoptó por nombre eclesial, le llamo más su vocación de Soldado de la Compañía y su misión para salvar de las garras del demonio a esos infieles que adormilaban sus vidas en las praderas y montes pincelados de los verdes más variados, esas gentes color cedro, barnizadas por los soles tropicales que habitaban sin mayores prejuicios, esos paramos de belleza incivilizada y mundana.

Ilustración obtenida de GRAN MOXOS Historia de la amistad en la Amazonía Boliviana. Bernardo Mercado Vargas SJ. Pintura de R.P. Bernardo Gantier SJ. (Pag. 75)

Así llego a la Misión de San Luis de Gonzaga, por los años de 1718, dedicando a labor misionera con la reducción de los indios infieles, logrando en todo ese tiempo de su vida, velar por ellos, pacientemente enseñaba las artes necesarias que pudiesen atraer a los neófitos en los quehaceres diarios, escogió una Reducción alejada, por el hecho de que podía evitar los traslados masivos de los nativos a los trabajos que los españoles cruceños los esclavizaban en los campos del Piraí, y de las poblaciones cercanas a Santa Cruz, se conocía que aproximadamente mil Canichanas habían sido sometidos y trasladados a oficios agrícolas al sur de las misiones mojeñas, en esos términos de esclavitud y sometimiento despiadado. Aunque se encontraba recluido en una de las reducciones más peligrosas, supo mantener los niveles de cordialidad y amistad con los conversos, nunca quiso dejar sus hogar adoptado y permaneció allí, toda su vida, alguna vez recibió noticias de su familia en España, sin embargo, no respondido a ningún llamado, por el compromiso que hizo, de servicio a Dios, a su Orden y a sus conversos que amaba tanto, tuvo muy pocas salidas a las misiones de San Martín, Magdalena, Baures y San Pedro, las asechanzas peligrosas se tornaban en cuanto a las ataques de los mamelucos, sabiendo dirigir a su conversos en las defensas de su vidas y territorios.

Ilustración de Belisario Suarez Vargas (Belicoso). 

Desarrolló actividad variada, aprendió la lengua Itonama, fue cauto en sus relaciones con otras naciones vecinas a quienes logro atraer con su paciencia y tolerancia, no impuso nada, se valió de su retórica para convencer a los neófitos a integrarse a su Misión, donde enseñaba los oficios necesarios, como los tejidos y la alfarería a las mujeres, el tratamiento del ganado tanto vacuno y caballar, el tallado, con la fabricación de instrumentos musicales y su enseñanza del catecismo y  la música a los  jóvenes y niños.

Su relación con otras Reducciones se mantenía muy solvente con el intercambio de telas, ropas, hamacas, productos como el cacao, café, maíz y porotos, las viviendas estaban colocadas a cordel, (alineadas), en torno a la plaza, en cuya longitud al naciente se disponía, la Iglesia de tres naves y muy bien decorada, con imágenes talladas por los nativos, la casa Parroquial, los talleres y por detrás el huerto. En cada esquina de la plaza, se disponían de cruces, para ahuyentar al maligno, muy al centro de la Plaza se disponía de una Cruz grande y a un costado la efigie del Santo Patrono, por el que se había nominada la Reducción de San Luis Gonzaga, al lado norte un reloj solar, que anotaba con el correr del sol por el firmamento a la sombra de un palillo, los marcados periodos de las actividades; a cada lado de la plaza, se disponían las viviendas de los conversos.

La rigidez de actividades estaba marcada por la sombra proyectada por el reloj solar, que todos habían aprendido a conocer como secuencia de actividades, a decir que se sometía una disciplina tan estricta, muy obligatoria para ser cumplida: Se despertaba a los primeros rayos del sol a los tañidos de la campana capillera, posiblemente una hora más tarde cuando el sol había avanzado sobre la copa de los árboles, se oficiaba la misa diaria, en alabanzas y agradecimientos por el nuevo sol del día, luego de un nutrido desayuno se trasladaban a las faenas diarias, en el huerto o en la chacra, hasta cuando el sol estaba en el zenit, cuando sonaba nuevamente la campana, para un pequeño descanso, merienda y continuaba con el descanso, hasta que la campana sonaba llamando a las faenas designadas, al final de la tarde, a la hora del ultimo Rezo del Ángelus (Mañana, Medio día y Atardecer), rezar el Rosario, una cena discreta y luego a más tardar en tiempo prudente al descanso nocturno, iluminado por surtida fogata o algún mechero de cera.

La rutina del misionero era de supervisión de actividades comunales, visita a los enfermos, las charlas rápidas a los hogares para conocer las necesidades y fomentar entre los conversos la unión familiar, administraba los santos sacramentos y ayudaba a morir en la gracia de Dios, como era su misión, cuidaba de la choza de viudas y huérfanos.

Han pasado tantos años y de manera sorprendente llega a la Reducción un delegado militar, el 2 de abril de 1767, con una orden emitida por el Rey Carlos III, con anuencia del Pontificado, esa orden cerrada con tres sellos y de no cumplirse, las autoridades dispuestas, serian castigadas con incluso la pena de muerte. La orden en Moxos fue ejecutada por el coronel Diego Antonio Martínez de la Torre a instrucción del Presidente Interino de la Real Audiencia de Charcas, Victoriano Martínez de Tineo, apresando a todos los jesuitas de las 25 reducciones que se tenían en Moxos y Chiquitos, según René Moreno, todos los aprendidos, fueron albergados en San Javier, hasta completar los rezagados. Desde allí fueron trasladados a Santa Cruz y de ahí vía Cochabamba, Oruro, Arica por caminos de herradura, todos a pie. Embarcados en carabelas, son trasladados a Lima, sede de la Superioridad de la Compañía; desde allí fueron trasladados por carabela, hasta Panamá, cruzando el istmo, con muchas fatigas, por tramos nuestro fiel y devoto misionero, fue trasladado en hamaca por lo avanzado de su edad y por los dolores y resabios de los males tropicales que había contraído, ya por el lado del Atlántico, fue embarcado él y sus atribulados compañeros, en un velero llamado “Esperanza”, de donde partieron rumbo al viejo mundo, tardando casi dos meses y medio en ese trajín, durmiendo en cubierta arropado con solo una cobija abrazado a sus pocas pertenencias, amarrado a su leal Rosario, su único tesoro y consuelo. La llegada al puerto de Cádiz fue un final de soles, lluvias y hambres que solo el férreo espíritu de los seguidores del Santo Patrono San Ignacio de Loyola, pudo soportar por su preparación y formación, fue confinado al Monasterio de Lucerna, junto con otros misioneros expulsados y confinados a residencias, con el valor de confinamiento cerrado. Nuestro misionero muere a los 81 años en 1773.

Fue triste para los “Gonzaguinos”, ver partir a su protector, él los persuadió para evitar reacciones; mientras no tuvieron un cura de los enviados de Santa Cruz, la reducción se desarrolló con disciplina y orden acostumbrado, apenas arribo el “monigote”, todo fue en destrucción, muchas familias se remontaron o trasladaron a sus ancestrales montes, solo quedo una pequeña población; apenas había pasado un año de la partida del R. P. Isidro León S.J. y quizá antes de su llegada a confinamiento, un día de la advocación de la Virgen de El Carmen, un letal incendio arrasó la Reducción de San Luis Gonzaga, quedando en cenizas, toda la comunidad, provocándose de esa manera la desaparición de otra de la Misiones exitosas y hermosas del trabajo misional de los jesuitas en Moxos.

He aquí un relato a manera de cuento, en homenaje a los soldados de la Compañía de Jesús, “los Jesuitas”, que dejaron sus tierras, sus familias, sus noblezas, sus bienes y sus comodidades, emprendadas al destino escogido, en servicio de aquellos seres de otros mundos, esos seres que vagaban por las selvas y marañas de la inmensidad, hoy llamada la Amazonía en la América Morena, ese designio divino, al desparramar por nuestros suelos, esos seres de noble corazón, sacrificio y voluntad de difundir la fe cristiana, con sus valores y errores, sacrificados muchos, por las flechas de los neófitos, por las macanas de los infieles que en su tiempo quizá no comprendían las nobles empresas de los andantes de sotana negra y raída, encerrando un corazón privilegiado de amor al próximo, con pies enabarcados de andares lejanos y de vivencias calurosas en estos valles del señor.

Como dicen los soldados de las guerras, pero dirigido a los Soldados de Cristo en la Compañía de Jesús, «Honor y Gloria» por ellos, que difundieron la doctrina de Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo con la protección de María la Madre de Cristo….

“Las Misiones de Moxos antes de la expulsión de los Jesuitas y la llegada de los ‘Monigotes’, eran pueblos florecientes en lo material y religioso; sus indios no deben llamarse neófitos, infieles o conversos como se dice, sino cristianos y radicados en nuestra religión Católica, Apostólica y Romana, por siempre, de padres e hijos, incluso sin la consideración del Estatuto de Sangre, todos somos hijos de Dios”. (G.R.M.)

En recuerdo de los 427 años de la llegada de los Misioneros Jesuitas a los Llanos de Moxos.

En 1595 el Gobernador de Santa Cruz, Lorenzo Suarez de Figueroa, pidió al Superior P. Diego Martínez que, designara un padre para formar parte de una expedición militar que debería explorar la región de Mojos en busca del Dorado o Paititi. Fue nominado y comisionado el R. P. Gerónimo de Andión S.J., siendo el primer misionero en ponerse en contacto con los indígenas de estas tierras mojeñas. (1)

Trinidad de Mojos, julio de 2022.-

Referencia Histórica

  • Revista PUEBLO DE LEYENDA Nº 4 (mayo 2009 a octubre 2009), R. P. Javier Baptista S.J. (+)
  • Ilustración obtenida de Gran Moxox Historia de la amistad en la Amazonía Boliviana- Bernanrdo Mercado Vargas SJ. Pintura de RP Bernanrdo Gantier SJ. (Pag. 75)
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