Hace un par de semanas que llegué a la ciudad de La Paz y desde entonces he privilegiado el Pumakatari como mi principal medio de transporte. Es rápido, amable, eficiente y tiene todos los cuidados sanitarios. Pero hace algunos días tuve un incidente.
Resulta que luego de subirme al bus me senté en la parte trasera. En las paradas siguientes empezaron a entrar varias personas que se fueron aglutinando en la zona del conductor. El anfitrión responsable no se encargó de distribuirlos adecuadamente por todo el espacio disponible y dejó que se quedaran donde vieran conveniente sin guardar distancia ni seguir las indicaciones de salud. Al llegar a mi destino, antes de bajar me acerqué al funcionario y le manifesté mi molestia, le dije que por no hacer cumplir las normas preestablecidas estaba poniendo en riesgo a todos. Saqué mi celular y tomé una foto al número de unidad para hacer una denuncia.
Me pensé ingenuo. Vivo en la Ciudad de México, y ahí todos los “camiones” -micros- y “peseras” -minibuses- tienen un número para recibir quejas. La verdad nunca hice una llamada porque tengo certeza de que no sirve para nada. Es más, con mis amigos bromeamos diciendo que, en caso de llamar, nos recibiría un simpático funcionario de algún “call-center” ubicado en Miami que luego de pedirnos apretar varios números para nuestro reporte -que podría ser macabro: “apriete uno si fue asaltado con pistola; dos si fue con cuchillo; tres si sufrió una agresión sexual, etc.”-, nos despediría con un “gracias por llamar”.
A pesar de mi escepticismo marqué al número de quejas del Pumakatari. Me respondió una amable señorita. Le conté lo sucedido con todos los detalles, me escuchó paciente y me dijo que mi reporte seguiría su curso. Pensé que ahí había terminado todo. Pero no. Un par de días después me contactaron a mi celular, me informaron que se había llamado la atención al anfitrión y que se lo envió a un curso de capacitación para no repetir un incidente de esa naturaleza.
Me dio gusto sentirme atendido por una institución pública. Cuando estamos tan acostumbrados al autoritarismo y al maltrato cotidiano de quienes en un pequeño espacio de poder -en este caso en el transporte-, sorprende que la queja de un ciudadano pueda ser atendida, y que tenga una respuesta respetuosa y eficaz.
El Pumakatari nos ha enseñado muchas cosas, una de ellas es que la gente tiene una voz que es escuchada, y que el funcionario puede ser amable, eficiente y cortés. En suma, nos enseña que es posible otra forma de vivir en la ciudad y otra manera de ser un verdadero “servidor público”.