De: Rodrigo Villegas Rodríguez : Para Inmediaciones
Shakespeare/Cervantes. Cervantes/Shakespeare. Dos pilares de la narrativa mundial, de la literatura, murieron el mismo día. O al menos eso se sabe. Se conoce. 23 de abril. En conmemoración se recuerda el día del libro. El lunes que acaba de dejarnos.
Utilicé este espacio hasta ahora para publicar reseñas de libros – en su mayoría de nuestro país – y de películas. De historias que me fascinaron, ya sean cuentos o novela o films. Una humilde forma de homenaje a esas obras que me brindaron horas de placer, reflexión y melancolía. Quizá también una manera de interactuar con mi yo lector y los lectores que se dieron el tiempo de atisbar las reseñas.
Una convicción de aproximarme/nos a las ficciones que nos moldean como seres humanos, errantes y atribulados.
Hace poco, en La Paz, vivimos días dedicados a la literatura. Emprendimientos, ferias y presentaciones. Homenajes a la literatura. Al libro.
Hoy escribo acá gracias a ellos, a los compañeros de palabras, a las historias. Este es mi pequeño homenaje a los libros. A la fiel literatura. Día del libro.
¿Cuál fue el primer libro que leíste? Para muchos El Principito de Saint Exupéry fue la punta de lanza para el nacimiento de jóvenes lectores. Para otros El Extranjero de Albert Camus, novela desasosegadora con la cual los solitarios han nacido como tales. Verne y Salgari para los aventureros, los “clásicos”, aquellos que preferían perderse en los buques, globos aerostáticos o junglas. Dostoievski, Tolstoi y Dickens para los reflexivos, los que aprendieron los hierros de la conciencia y de la moral desde pequeños, atrofiados por las inquietudes de Raskolnikov o la galopante travesía de Napoleón. La transmutación a través de Kafka, la tribulación por medio de Faulkner, para los más avanzados y atrevidos. Los Buendía entre flores amarillas con García Márquez o visitar la Casa Verde de Vargas Llosa. Cada cual encontró su camino a través de un primer libro. De una primera gran historia.
Aproximación. La lectura como la profundidad de un todo, el perdernos por el laberinto que nos ofrecen los prosistas en sus obras. Acercarnos a lo que sus soledades crearon para nosotros. Para nuestro divertimento. O transformación.
Yo soy un lector tardío. No tuve la fortuna de empezar desde mis, no sé, once, doce o trece años como algunos amigos que conozco. El primer libro que leí completo – antes había picoteado algunas novelas de Alfaguara que mi papá guardaba (continúan allí) en un estante de madera – fue uno, a los 18 años, en PDF: El Código Da Vinci, de Dan Brown. Comencé la lectura en la computadora donde había encontrado dicho documento – mi papá, fiel a su estilo de adquirir “tesoros” a bajo precio, había comprado un cd que contenía, lo decía en la tapa, 6 mil libros. Instaló el programa y listo, los textos estaban en la máquina – y continué en una Tablet que mi papá había adquirido en su trabajo.
Lo terminé en menos de una semana. Llegué a la novela atraído por la polémica que había circundado el libro acerca de su verosimilitud en ciertos datos. Una página, dos, tres, cuatro… y así. El final. Robert Langdon, el detective – que en la película que se había rodado algún tiempo después de la publicación es interpretado por Tom Hanks –, atraviesa muchos obstáculos en una aventura que lo conecta con el Santo Grial, el cadáver de María Magdalena, los Templarios, la vida y obra de Leonardo Da Vinci y la sucesión de la sangre de Jesús, entre otras cosas. Una novela policial.
Creí a pie juntillas lo que me contó Dan Brown. Al margen de si los relatos apócrifos que allí existe y de la supuesta descendencia de Jesús y de otros detalles, estuve, por aquellos días, convencido de la historia que me contaba el autor. Le hablaba a todo el mundo del libro, de si alguien lo había leído o por lo menos visto la película. Tenía una extraña necesidad de compartir aquella sensación nueva que no me dejaba pensar en otra cosa.
La literatura había implantado su sangre en la mía.
Se consolidó con la segunda novela a la que llegué: El amor en los tiempos del cólera.
García Márquez había fallecido. Por aquel entonces me encontraba en un nivel tan alto de ignorancia literaria que no sabía si el colombiano era Nobel de la paz o de Literatura.
Decidí leerlo. Y, como joven cursi y depresivo, empecé por el libro que llevaba “amor” en su portada. Diametralmente opuesta a la novela de Dan Brown – aunque ahora que lo pienso quizá pueda encontrar cierta similitud entre los personajes principales de ambas novelas: inseguros, dotados de cierto aire que los convierte en hombres “irresistibles” para las mujeres (no sé) –, la de García Márquez me hizo – y lo admito con la frente en alto – derramar varias lágrimas junto a Florentino Ariza, el “héroe” de la historia. Lo recuerdo llorar con gritos pegado a su almohada después de ver a Fermina Daza, su amor eterno, con otro hombre y embarazada. Sus noches con el violín en mano, desgranando su tristeza con las notas. Las mujeres que pasan por su vida y por su cuerpo en la espera silenciosa que realiza por Fermina, nada más que cincuenta años…
Obsesión. Desde aquellas lecturas comenzó la enfermedad por las ficciones, por las historia contadas en papel – o PDF – que llegaban a mis ojos, a mis recuerdos y a mis emociones.
Una leyenda – no sé la verosimilitud de la misma – cuenta que Borges tradujo a Oscar Wilde a los nueve u once años. Una anécdota contada por él mismo, Cortázar, devela que, de niño, tendido en una cama de hospital, tuvo pesadillas después de la lectura de los cuentos de Poe. Que García Márquez y Vargas Llosa aprendieron y adoptaron ciertas formas narrativas de las novelas y cuentos de Hemingway y Faulkner.
Cada cual ha encontrado en los libros la posibilidad de mimetizarse, de convertirse y transportarse hacia dimensiones fantásticas, mundos alternos y distópicos – Bradbury, Dick, Orwell – o a la historia misma, la del pueblo, la patria – Céspedes, Arguedas, Costa Du Rels –. De ser el héroe – los mosqueteros de Dumas – o el villano – Humbert Humbert en Lolita de Nabokov –. O ambos – el Coronel Aureliano Buendía, Daniel Estofán de La Vida me duele sin Vos de Gonzalo Lema –.
Libro. Novela, cuento, poesía, crónica, ensayo, etc. Libro.
A lo largo de la historia mundial se han visto diferentes inquisiciones hacia los libros: desde prohibirlos hasta quemarlos. Varios números de La ciudad y los perros de Vargas Llosa fueron quemados por los militares peruanos, Pabellón de cáncer provocó el exilio del Nobel ruso Alexander Solzhenitsyn, y así, libros y libros que pretendieron, quizá, cambiar algo del mundo y por lo mismo fueron detestados por las autoridades, los denunciados. Mas nunca se pudo terminar con ellos. Al contrario: la proliferación fue inminente.
Frases: El libro es el mejor amigo. Un libro puede cambiarte la vida.
Podemos dar fe de aquellas oraciones, ¿no?
Emma Bovary y El Quijote sí.
Tú también, ¿verdad?