El ambiente entre los políticos está agitado y se pondrá peor en las próximas semanas. El ciudadano de a pie sin embargo, parece estar menos nervioso en esta pequeña coyuntura, en la que las dirigencias políticas se juegan angustiosamente sus futuros personales.
Si me dejo entender, lo que hagan estos días los operadores políticos, tendrá probablemente más efectos en sus propias carreras, que en el escenario electoral y en la vida del país.
Digo esto a partir de la constatación de que nos encontramos en un escenario prematuramente electoralizado pero además y sobre todo, profundamente polarizado. Y una elección polarizada, vale la pena puntualizarlo, quiere decir una elección disputada entre dos candidatos.
Las encuestas y los estudios de opinión pública señalan coincidentemente que una importante mayoría de los bolivianos ya tiene bien claro por quién piensan votar en las elecciones generales del próximo año. La intención de voto de un amplio segmento del electorado no está atomizada, sino precisamente polarizada entre Carlos Mesa y Evo Morales.
Ok, tremenda novedad, me dirá usted; ¿acaso eso no lo sabíamos todos ya? Tiene usted razón, pero si bien es algo de lo que estamos al tanto, parece menos evidente la comprensión de que esa polarización implica que cerca de un setenta por ciento de los votos en la primera vuelta ya tienen dueño, más o menos seguro.
Las proyecciones para una probable e inédita segunda vuelta despejan todas también cualquier duda, en la medida en que predicen que el ex presidente Mesa ganaría holgadamente, con más de quince puntos de ventaja sobre el presidente Morales.
Pero más allá de las cifras, lo importante parecen ser las fuertes tendencias y la solidez de las razones de la intención de voto para ambos candidatos, que permiten pensar que la existencia o la aparición de otras candidaturas no afectará significativamente los resultados. Eso es lo que generalmente ocurre con una elección polarizada; el hecho de que haya un tercero, o diez candidatos más, realmente no importa demasiado y no implica la automática atomización del voto.
También es cierto que la prematura electoralización del país nos pone a todos frente a un larguísimo año de campaña en el que naturalmente pueden pasar muchas cosas. Pero el escenario de partida es muchas veces determinante y en este caso indica que la elección será disputada solamente entre dos candidatos.
Vanas son entonces las angustias de algunos ciudadanos que, con la mejor buena fé, claman a gritos la unidad de la oposición, como producto de la intuición de que esa es la única manera de garantizar la derrota de Morales.
Convendría más bien considerar con mucho cuidado, los posibles efectos de una alianza opositora, en los electores de Carlos Mesa. Si asumimos como cierto que una de las principales razones de voto de Mesa es que no se trata de un político tradicional y de que justamente es una alternativa al sistema de partidos, pues entonces lo que creemos que es un remedio, podría ser una enfermedad.
Si le gente ha elegido en sus mentes a Carlos Mesa como una respuesta distinta a lo que representó la oposición partidaria en estos últimos doce años (aún si usted no está convencido de ello), pues entonces esa alianza puede ser lógicamente la causa de que Carlos Mesa pierda una gran parte de sus electores.
Lo que sí está fuera de dudas, es que el ciudadano que vive lejos de los ceirculos de influencia y de poder, asocia negativamente las alianzas con las megacoaliciones del pasado, con el cuoteo, con la repartija de pegas y con el negocio entre políticos.
La unidad por la unidad, basada en la táctica y en las conveniencias, aparte de ser peligrosa en términos de consitsncia política de futuro, podría dar resultados contrarios a los esperados, eso si, en electores que no forman parte de nuestras redes sociales.