El próximo domingo 18 de octubre serán las elecciones generales para elegir nuevos representantes nacionales en un contexto marcado por la incertidumbre respecto a sus resultados, los incendios forestales “nuestros” de cada año y un posible segundo brote de la pandemia. Jornada electoral muy parecida con la acontecida en octubre 2019, pero con una diferencia insospechada: el fenómeno Camacho.
Teóricamente, “lo que ocurre en los comicios es que los partidos presentan plataformas y candidatos, mientras que los ciudadanos deciden con libertad que fuerzas apoyar. Votantes libres y en pie de igualdad política ejercen su derecho a elegir gobiernos”. Por su parte, las instituciones representativas “combinan cámaras de legislaturas electas, separación de poderes –ejecutivo y legislativo- y, el poder de convocarse a sí mismas”. Son quienes ejercen el poder en representación del voto popular.
En la práctica. Quienes han optado votar por Camacho decidieron, con toda libertad, dar apoyo a una determinada fuerza política porque se sienten ideológicamente identificados con un candidato que imaginan como futuro presidente. Es probable que la agrupación Creemos obtenga un número crítico de diputados y senadores determinantes para la gobernabilidad, por tanto, su representación parlamentaria será un logro al cual aspira todo proyecto de poder. En este sentido, pedir la renuncia a la candidatura presidencial, es querer sepultar su posible capital político.
Es evidente que el liderazgo de Camacho en Santa Cruz es predominante, pero no necesariamente hegemónico. Su legitimidad social está asentada en sectores populares, clases medias, élites económicas, comparsas, fraternidades, etc., sin embargo, también existen otros sectores, grupos y élites que no lo apoyan por motivos varios, por ende, no abarca la totalidad social del departamento.
Con esto quiero decir que Santa Cruz es un espacio político y socialmente heterogéneo, donde existen electores que no se sienten representados con el perfil y estilo político de Camacho. En otras palabras, se equivocan –desde el interior del país- quienes suponen que en la capital oriental la identificación ideológica con Camacho es hegemónica, de la misma forma –desde lo local- quienes piensan que no votar por dicho candidato es estar contra Santa Cruz.
Es incuestionable que el MAS violó la democracia política (reglas de juego) varias veces –y lo seguiría haciendo-, pero otra cosa es jugar con las emociones (miedo) ante su posible retorno al gobierno como lo hace CC para ganar votantes en Santa Cruz, lo cual provoca otra emoción (ira) en los militantes y simpatizantes de Camacho cuando se los acusa de culpables de aquello, pues tienen todo el derecho político de ser parte del menú electoral. Aquí es necesario hacer una diferencia: un asunto es estar en desacuerdo con su discurso político de Creemos, y otro, ansiar, desear – de lo que sufre CC- su apoyo electoral en un departamento política, social y, sobre todo, económicamente determinante para Bolivia, y peor aún, despreciarlo, como lo hacen algunos intelectuales orgánicos al mesismo. En síntesis, se identifica en la coyuntura electoral lo siguiente: manipulación a flor de piel, fanatismo en ascenso y sed de venganza en puertas. No es el escenario ideal, pero es el real.
Concluyo. El domingo en la noche sabremos con mayor certeza: si el fenómeno Camacho se ha desplegado o replegado en el espacio-tiempo, el mesismo tenía razón (campaña del miedo), o el MAS es un proyecto en proceso de caída libre porque se impuso el voto cruzado.
José Orlando Peralta B. / Politólogo