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El viaje comienza en Finisterre: un prólogo como conjuro

El viaje comienza en Finisterre no es solo un título: es una promesa de travesía interior y geográfica. En su prólogo, Loren Otero despliega un lenguaje exuberante, casi ceremonial, para invocar al autor como figura mítica, viajero ancestral y alquimista de la palabra. Lo más especial de este texto es su capacidad de entrelazar lo telúrico con lo cósmico, lo íntimo con lo universal, como si cada frase fuera un conjuro que prepara al lector para adentrarse en un territorio literario donde el lenguaje no solo narra, sino que transforma.

Otero no presenta a Claudio Ferrufino-Coqueugniot: lo celebra, lo mitifica, lo sitúa en una constelación de símbolos que van desde la Catedral de Chartres hasta la Pachamama, desde Fidias hasta la sopa de maní. Es un prólogo que no explica, sino que vibra; que no introduce, sino que abre portales.

Boaventura

La caverna guarda una llama, y tú portas a caballo de tu espada una antorcha, tu cadera gira como un cuenco Tibetano, revestido por los pliegos colores, faldas de ancestros, amuletos de  tribus y relinchas cuando oyes rebuznos, -¡mira qué sonido gravítono!, tus espuelas majestuosas doradas pero también firmes, pesadas, brillantes al sol, cansadas, descienden la falda oeste más lejana del Nevado Sajama. Con respecto al cielo, cerrado por la noche llena, no es más que el miedo, atenazándonos, cobijándonos un descanso. Hércules faro, escintileando ante un océano inconmensurable, rugiendo feroz. Temblado el precipicio de las vertiginosas Marianas, asoma Kraken el Coloso. Contienen tus bolsillos resplandor amanecido en la tarde, cromatismo níveo bendecido por el ámbar, galopan sin miedo las palabras, no acantilan. Desierto de Arizona, Valle de la muerte, Badlands, -¡mira! los Hoods, que cambian con la luz en un acto sublime, caminan viajero, contigo, a la par que habla el paisaje a su pasaje con una pluma en mano de un jefe Modoc, sobre la distancia vencible que en un mapa extendido se ha desplegado en rutas frente a ti.

                El bando de egipcios gansos ha perdido un miembro macho al grito de whuuu, mientras la verticalidad acuosa salpica tu vello aleteando, cubierto de espinas saladas, acontece tu carnalidad a cuerpo descubierto, mientras tu mente, azotada por una tormenta a la que arropa un cúmulo azulado, se debate entre vida o muerte. Rompes a volar, magnánimo quebrantahuesos sustentado en una corriente térmica ascendente. Llueven piedades moribundas al otro lado del mundo, insignificantes, ante la metáfora de tu cueva marfil eregida en este territorio ignoto timbrado y onírico. Planeas incansable. Desaparecerás para reiventarte, constantemente puedes hacerlo, “Virginiano”.

                Tienes un casco orfebre con tres crestas tan preciosas como tu piel marmórea pentélica, podría Fidias colocarte en el Partenón, -hubieras dicho, y ceñir a tu cabello dos serpientes engarzadas y un escudo pudieses custodiar con figuras aladas, iconografía mítica aderezada con rito. En la palma de tu mano izquierda un chamán anticipa la prosperidad con Apolo y Monte Luna dibujados en el horizonte, donde las emociones son contradictorias e intensas, trascendentes al modo Turner. La sabiduría espiritual verdece a tus pies, arraigados a la ideología sociopolítica y cultural transmitida, que depositas revolucionariamente, has dejado a tu paso, una Ruta del Oro.

Ubai

Curimba

Zoet

Nokal Asiv

Gupulu

Temeco

Noman Ali

                Y sobre tu lengua los cantos létricos de un pueblo descubierto que merecen sus melodías el silencio de la escucha. El íntimo momento Salmo de la vulnerabilidad de un hombre de alma quechua bajo sospecha oracional.

                Los días comenzaron meses antes, las horas cántaras, los vasos de coleccionista con cerveza de Sarajevo, 9º16′ oeste, y una sucesión de trazos extendidos en el departamento con sueños a punto de deseo, soplados tras la celebración del último cumpleaños en Denver. Todo lo dicho ha sido proyectado y una herida de bala amarilla con banda azul a bocajarro te ha herido, sufres desgarro del latido, se ha alterado la mecánica profunda de tu sagrado templo, no morirás, quedarás tiznado. Ha sido difundida la noticia en el NewYorker Journal por un desconocido, ofreciendo una descomunal cuantía de dólares para encontrar el único final posible de una Novela  que ya entierra muertos, llora penas y describe el territorio históricamente con tinta erudita. Suena el eco de la Trembita desde los Cárpatos, fúnebres cantos Plach, añado mis condolencias.

                Hablamos de quelites, de su futuro verde en las acciones respetuosas del mañana. En Náhualt es “Epazote”,  se nos antoja como ingrediente de un Tamal, que nos ciñe a la raíz,         -recuerda que desenterrar Mandrágora emite un sonido mortal y no debieses jugarte la salud, no en estas páginas al menos, donde comienzo a visualizarte como Dovbush o Viriato, afincado en la simbología de una isla.

                ¿Cómo serán esos paisajes que cruzarás?, quiero verlos inmortalizados una vez los descubras y vivencies,  por eso estamos aquí. Mientras, la espera fue plácida en el espacio del volcán apagado que  J. Turrell transformó en un observatorio celeste, estuve serena en un jardín que detalladamente describe Sima Guang (1026): “refugiarse, escapar de las penas y dominar las vanidades de la vida”, sabes de mi fascinación por ellos, pero distingues también la sangre aborigen que llena roja mis venas empujando ese “Sueño Original”, arte de vivir que quisiera dibujar. Ahora cruzaré lugares con tanto vértigo como el que fui capaz de sentir en la Estación Río Mulatos cuando narrabas, -¡ horroroso el frío!, añadiste.

Tu texto viene engranado, un exoesqueleto bello que rezuma soberbias notas de aciertos literarios: rememoras, agregas, aderezas, salpimentas, sofríes, especias, templas, degustas, catas, reconoces, tactas, hueles, distingues, fríes, envuelves, enharinas, sorbes, asas, cueces, saboreas, masticas, tragas. Nos conviertes en rumiantes de ensoñaciones tildadas con el acto solemne de tratar como forjador de hilos el lenguaje,  en el marco de su arquitectura perimetral escribes. Vienes y vamos, volvemos, vas, pensamos que tus siete vidas son muchas más si tenemos en cuenta que eres Charpa, quizás, esta “inmortalidad” sea en cierto modo adquirida.

                Construyes estas páginas en los almacenes prósperos de tu bagaje,  eclosionan en distintos destinos, acompañados o no,  por la temporada de las lluvias. Tus vivencias modernas en occidente transgreden tus pensamientos.  Recapitulas, integrando,  al tiempo que todo se transforma. Iluminada de estrellas pienso, mientras la Dama de Noche me anestesia ante la fidelidad de la mirada despierta de una lechuza, sueño. Podríamos entonces, llenar este aire de vuelos alzados de hermosos estorninos sacudiendo gotas de lluvia a la fuente santa donde llora un sauce, gime un jazmín y se venela un camino que termina en una gruta. Es toda esta concepción poética, la que leo contigo referida, que a pesar de tu capacidad para expandir conocimiento, siempre lo presentas con misterio, envuelto en una contradicción de cercanía-lejanía con universal condición. Cohabitas lingüísticamente de modo natural con demonios y paraísos.

La versatilidad de los territorios, la identidad de los mismos. Tú, describes constantemente ese hogar, Cóndor contra Toro en el granero de una tierra que rezuma notas picantes, antepasados reivindicando el idioma, tejido colorido bajo danzas chuecas. Una sopa de maní, aromatizando el mercado de la Cancha y sobre él, el sueño donde cielo. Especies endémicas de plumajes etéreos visitan Cochabamba desde el Tunari, que oigo un oso beber en un cristalino río con una orquídea mordida mientras vegeto este lugar con una ofrenda ceremonial a Pachamama, en un agosto donde “Somos” frente a la selva y sus altísimos, vulnerables y agradecidos. Así, dice tu texto, leído bajo mi febril fantasía,  extendida la literatura toda por nuestros frágiles cuerpos.

  Terra de Lingua mansa que contén neboento orballo, Castelao vertebrando as veas, verba suxeita á verba, á miña, túa, nosa, vosa… Terra, terriña poirenta, arraigada. Sona o Souto, o lume, as cacharelas, a Noite Escura de Pedra, a Noite Negra, o mar, a batente, Fisterra, Cabo Prior, as badaladas, non hai peixe sen espiñas, os cons, miudiño chove, a Rosalía Rumorosa, a vide, o berce, o meniño, o avó, o conto, a vaca é patrimonio, o alcume, o porcobravo, enxebre, eira, xoaniña, herba, habelas hailas.

Llajta, Galiza, Lyon, Ljubljana, el Danubio no es un río en el alma de un escritor, Belgrado, Rumanía… ¿Es Europa la Vieja o la Nueva?, haces continuas disgresiones, es en ellas que balanceas el análisis político que hiere de muerte los territorios asediados por nacionalismos, represión o capitalismo. Europa, que en tus ojos cruzada la memoria y conectada como árbol a su bosque emerge con tus citas a escritores, figuras que nos conectan indefectiblemente con Baudelaire y sus Flores del mal o con Borges, que conceptualiza a través de sus objetos esta misma naturaleza muerta que se respira de sutil modo en tu literatura. Me pregunto si a ella la podría deterner Georges Perec un instante, suspenderla y conectarla con una obra pictórica de Zurbarán o Caravaggio. Veo tus textos, no los narro, como cuando uno escucha “Landscape” de John Cage y contempla, afín a esta “Still Life”. Inmóvil medito, viajo por tus líneas como si fuera nota suspendida sobre el mismísimo pentagrama de un compositor barroco como Bach, que a tantos como a ti, nos estremece.

                Si tuviera que referirme a tu ser humano, lo describiría anclado a cielo y tierra por una columna vertebral inquebrantable desde tu esqueleto, que alberga una meticulosa cubierta de piel de deslumbrante manto dérmico cosido a retazos con “Muerta Ciudad Viva” hacia un “Exilio Voluntario”, bajo “El Oro de las Estrellas Extinguidas”, donde te vuelves testigo comensal introspectivo lírico, seleccionando en un restaurante de Aurora un menú a la carta, su plato principal es “Diario de un Divorcio”, como si eligieras así un buen plan de viaje atravesando la realidad de forma crítica y regurgitando la historia a través de tu órgano principal, la voz, que fluiría leyéndonos si el mundo colapsara y se anunciase la extinción del universo, porque invitas a soñar alto para alcanzar y no menos incides en la capacidad para sorprendernos a diario, aludes a ello para nuestro deleite.

Y “Ella”, tu filo, como tú filo arthropodo, con máscara iniciática decorada con cicatrices, dientes limados para la ceremonia de entrada a la edad adulta en la cultura maconde africana, te hubiéramos visualizado también como hombre navajo, debajo de una Hasechebaad, una deidad femenina benevolente. Tú, que entregas literatura como laberinto para nosotros seguir creciendo en la búsqueda. Visualizo un Ourobouro, toda tu narrativa sintetizada en la Catedral de Chartres, como encrucijada esculturizada por Richard Long o dibujada al estilo Georgia O´ Keefe en “Pink Shell with Seaweed”. Saborearemos este libro como si degustáramos chogosta acompañada de café egipcio

Buenaventura.

Loren Otero

Betanzos, mayo de 2025

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