“Ojalá mis amigos puedan ver el amanecer después de esa larga noche. Yo, demasiado impaciente, me les adelanto” Stefan Zweig
Márcia Batista Ramos
Hace muchos años vivía en el centro de la ciudad de Saná (Yemen) un hombre llamado Yasser. Era muy devoto y temeroso de Dios; un musulmán normal. Ejercía la profesión de comerciante. En la parte inferior de su casa tenía una tienda con centenas de alfombras y tejidos típicos del oriente. Vendía con normalidad, la plata alcanzaba para ahorrar y mantener a su numerosa familia cómodamente. Antes de él, cientos de ancestros suyos, habían vivido en el mismo lugar y vendido alfombras. Por tradición familiar la casa y el negocio siempre se quedaba como herencia para el primogénito varón.
Yasser tenía un rostro pálido. Lo enmarcaba una barba cerrada de color castaño como su cabello bien recortado. Los ojos, grandes y negros. A él no le apasionaba la política, pero estaba al tanto de lo que pasaba en el país y tras la elección como presidente de Abdurrabo Mansur Hadi en febrero de 2012, el país entró en una nueva fase política marcada por la inestabilidad. Yasser, presintió que las cosas estaban mal, porque era notorio que había mucho dinero financiando las manifestaciones. Trató de enviar uno a uno de sus hijos a Europa, donde la segunda hija estudió y se quedó a trabajar. Por último, envió la esposa y se quedó a esperar que las cosas se calmen y retorne la normalidad.
Él recordaba que cuando era niño su abuelo le decía que, “Yemen es tan rico en petróleo, que un día los vecinos tratarán de comernos, zapatos y todo, para apropiarse de nuestra riqueza”. Yasser se quedaba preocupado y le causaba repulsa, la imagen en su mente, de algún vecino mordiendo su carne. Hasta que creció y entendió que los vecinos a los cuales su abuelo se refería, no eran los habitantes del milenario barrio Al-Qasimi. Los vecinos eran los saudíes e iraníes, que tenían interés en el petróleo de su país. Pero jamás imaginó que la falta de escrúpulos de los vecinos llegase a niveles exorbitantes y que él tuviera que vivir para ver su país ser devorado. Lamentablemente vio el espíritu de su país ser arrasado por la guerra. Como en cualquier guerra, la guerra de Yemen presupone todo tipo de sufrimiento: hambre, destrozos, heridos, desplazados, muertos, crímenes de guerra y otros horrores.
Yasser, comprendió el canibalismo de los países ricos que, en su hambre por las riquezas ajenas mutilan los pueblos y destrozan el alma de las mujeres y de los niños. Asimismo, entendió la hipocresía del mundo globalizado que, muestra aquello que quiere que los pueblos sepan y de lo demás, se olvida. Pudo ver la ruina de su país con la muerte de soldados, mujeres y miles de niños. Entonces comprendió que Allah dio el libre albedrio al hombre, para que él pueda escoger el bien y la justicia en cualquier circunstancia, sin nunca perjudicar al prójimo. Y que la guerra era la manifestación del mal, contrario a todo orden de su Dios.
El daño profundo que causa la guerra no sólo en vidas humanas, sino en la naturaleza y en la cultura, en la historia, en la condición humana… ¡Es tremendo! El Centro histórico de la ciudad de Saná (Yemen) habitado desde hace 2.500 años, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1986, que fue construido y habitado por los ancestros de Yasser fue destruido en un bombardeo saudí contra fuerzas rebeldes en 2015. El bombardeo saudí destruyó numerosos edificios en el barrio de Al-Qasimi incluso la casa de Yasser y su tienda milenaria.
La desazón que dejó la hecatombe en su patria obligó a Yasser a escabullirse.