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El último condenado

Márcia Batista Ramos

“Ah, ya sabía siempre esto. Anoche me he soñado que he entrado al lago. Ya no estoy aquí, ya me he despedido” Melquiades Suxo

Como si hubiese leído la Biblia antes de acostarme para dormir, desperté en los dominios de Hades, en medio de sus martirios, levanté los ojos y vi de lejos a un indígena analfabeto junto a un militar que murió de cáncer después de ser dictador y llegar a la presidencia democráticamente.  Así que, alcé la voz y lo llamé:

– ¡Hey! Sé que no estamos en el Evangelio de San Lucas, tampoco soy Lázaro para que moje la punta del dedo en agua y te refresque la lengua, pero traje agua, porque sé que estás sufriendo mucho en éste fuego.

El indígena alzó la mirada, sonrió y me contestó con humildad:

– ¡Gracias señorita! Le cuento que no tengo sed, se conserva en mi boca el sabor de la botella de singani Tres Estrellas que me invitaron los guardias. Me dijeron que no tenía que venir aquí. Pero, vine a esperar al general. Mientras esperaba, aprendí a hablar castellano. Antes yo era aimara cerrado. Esto, no me permitió defenderme a cabalidad. De cualquier manera, mi destino estaba sellado. Era una decisión política, yo y mi familia, fuimos utilizados como chivos expiatorios. Pero, mire usted, estoy vivo en medio de tantos muertos…

Ya sin las marcas de las heridas del cuerpo, estaba ahí, ante mí, el hombre que marcó una época, al ser el último sentenciado a pena de muerte en Bolivia. Después de él, muchos otros fueron fusilados, pero no por orden judicial. De repente, recordé la última entrevista, realizada por el periodista Guido Pizarroso, a él, antes de enfrentar el pelotón de fusilamiento, dejaba claro que él era consciente de su inocencia y tenía esperanza de que se hiciera justicia:

“¿Qué piensas de la decisión del Presidente para no perdonarte? —le preguntan.

—Qué se va a hacer, le voy a mandar otra carta pidiéndole perdón.

—¿Qué cree que es morir?

—Yo no sé, no me doy cuenta.

—¿Cómo crees que es la muerte?

—Sólo Dios sabe, yo no. Que vengan los doctores a verme. Yo no tengo huevos”, por eso mi mujer me dejó.

Mientras recordé las palabras que quedaron escritas en la prensa nacional, el hombre me dijo sonriente:

– El mal, señorita, destruyó aquella niñita que mi hija encontró en la calle. También destruyó a mis hijos y a mí mismo. En un momento, como en un sueño que no sabemos por qué soñamos. El mal viene, maltrata, juzga y condena. Después, se disfraza de persona de bien y sale en las fotos de la historia de los limpios. Pero, cuando uno muere, es muy distinto. Aquí en la muerte nos volvemos a encontrar… Cuando el general llegó, le esperaban los 98 muertos de los tres primeros días del golpe. Los 150 desaparecidos… Y ahí, en el final de la fila estuve yo esperando tranquilo para darle su merecido.

Recordé que el día del fusilamiento, el hombre estuvo en la capilla de la penitenciaria con el hijo hasta el momento que lo llamaron para ir al lugar de la ejecución. Un periodista registró sus últimas palabras para el hijo:

– “Chau, me estoy yendo, pero voy a volver. Te lo voy a pedir ayuda del más allá, te vas a portar bien… Toma esto (le alcanzó a su hijo 4 pesos)”. Y finalmente le dio dos besos en ambas mejillas.

En ese momento el hombre me sorprendió diciendo:

-Mis hijos. Usted está pensando en mis pequeños hijos, que sufrieron mil martirios sin pecado. Eran tan niños… Hasta hoy, no entienden la maldad y la calumnia. Los voy a esperar en un lugar mejor, cuando les corresponda morir, para cumplir lo que prometí de volver a abrazarlos. Estoy esperando para volver a vernos. Pero, yo le decía señorita que, el mal cuando llega asola todo. Destruye al que puede. Yo pensaba, señorita, que como ése general no hay dos iguales, lo hacían y rompían el molde. Pero, no. No es como yo pensaba. El diablo los caga a montones.

El hombre estaba triste, pero siempre sonriente tratando de ser agradable. Me agradeció, otra vez, por el agua. Sin más comentarios se fue alejando, siempre de frente hacia mí. Cuando ya estaba cerca del general yo le pregunté su nombre y él dijo sonriendo:

-Ese nombre no lo escogí, pero, vino con su carga, una marca de dolor y sufrimiento. Cuando despiertes no te vas a olvidar señorita, en gallego mi apellido significa sucio. Sucio.

Imagen: Fundacion Guayasamin – Condenados de la Tierra (detail), 1967-68.

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