Los diarios más importantes del mundo se llenaron con noticias y reportajes sobre el lateral derecho Dani Alves cuando, a inicios de 2023 (por entonces Buenos Aires celebraba todavía la copa del mundo), una mujer lo acusó por agresión sexual, hecho que se habría producido en la discoteca Sutton de la ciudad de Barcelona. Entonces la gloria se le desmoronó como un castillo de naipes: en pocos días, el futbolista pasó de una dorada cumbre a una horrible sima. Podría comparársele el bíblico Job, pues lo perdió todo: su trabajo en los Pumas de la UNAM, posibles ingresos por publicidad y patrocinadores, gran parte de su fortuna, su pareja, su reputación y, sobre todo, su libertad. Y pese a que finalmente fue absuelto de los cargos en marzo de 2025, lo que podría darle derecho a una indemnización por los 14 meses que pasó en la cárcel, las pérdidas de dinero debido al cese de su carrera y los costos legales superan con creces cualquier posible compensación.
Luego de que el Tribunal Supremo de Justicia de Cataluña revirtiera la condena por insuficiencia de pruebas, la vicepresidenta segunda del Gobierno Español, Yolanda Díaz, expresó la necesidad “de que la justicia camine de la mano de las mujeres”. Más allá de que Alves sea o no culpable —que, de hecho, hasta ahora no lo es—, pues el caso puede proseguir más adelante, aquel deseo de Díaz, una política con influencia en España, es una expresión más de una tendencia mundial y muy popular entre las izquierdas (entre los populismos, en realidad): que la justicia sea feminista. Pero ¿por qué la tendría que ser? ¿La historia humana, machista sin duda, puede torcer la esencia de la administración jurídica? Que la justicia deba ser ahora “feminista” por una historia machista es una falacia. En Bolivia los colectivos que reclaman “justicia feminista” también son muchos, al igual que los políticos y políticas que, muchos sin conocimientos de los casos ni solvencia cultural para opinar, vierten declaraciones que influyen en los jueces. Incluso se han promovido programas académicos de posgrado en la universidad pública para diseminarla más.
Pero cabe cuestionarse si con reclamos feministas, como aquel de Díaz, o con la mentada justicia feminista se puede llegar a la verdad histórica de los hechos sin distorsionarlos. Yo no lo creo. Politizar la justicia —en este caso, volviéndola condescendiente con el feminismo— es una de las maneras de corromperla. Lo que en verdad se necesita para enderezarla es colocar en ella jueces, abogados y fiscales probos y capaces, sin importar de dónde provengan ni qué color de piel posean. Pero tristemente esto parecen no entenderlo los movimientos y partidos políticos populistas y de izquierdas. En Bolivia existe la ley 348, la cual supuestamente sirve para “garantizar a las mujeres una vida libre de violencia”. Pero ¿se han reducido con ella los casos de violencia contra las mujeres? ¿Tienen estas ahora garantizada “una vida libre de violencia”? Evidentemente, no. Por el contrario, la violencia doméstica y los asesinatos de mujeres han incrementado. Lo que sí podría garantizárselas, en cambio, sería una reforma en profundidad de la educación de los niños y el fomento de la esencia del núcleo familiar, en vez de destruirlo o relativizarlo.
Más allá de la cuestión judicial y del revuelo mediático que en estos últimos años levantó el caso de Dani Alves, lo inspirador está en el cambio de vida que se ha operado en él. Para quienes todavía tienen la dicha de pensar que no solo lo material es lo que existe en el universo y el mundo, casos como el suyo tienen una explicación que va más allá de la sopa química que existe en el cerebro humano. Se tiene, pues, que pisar el desierto y transitarlo —en el caso de Dani, 14 largos meses de encierro y soledad— para volver los ojos a las cosas que de verdad importan en la vida, a saber, la Palabra de Dios y el amor.
Las injusticias que el hombre perpetra día a día son, al menos yo lo creo así, parte de un plan global que no podemos entender desde nuestra limitada perspectiva: tarde o temprano, no hay nada que quede impune bajo el sol. En realidad, ni los más grandes institutos, fundaciones o gobiernos que se dedican a elaborar estadísticas sobre el asunto, y proponen reformas políticas o judiciales en consecuencia, pueden hacerlo. Lo que sí podemos hacer es ver que luego de aquellos infiernos de aparente injusticia humana, hay la posibilidad de la conversión, del testimonio y de ver la vida desde otra perspectiva, con lo cual todo tiene sentido: todo lo viejo quedó atrás y queda predicar la esperanza, dando testimonio.
Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social