“Toda la tierra (Gaza) que tome Israel quedará en nuestras manos”, declaró Israel Katz, ministro de Defensa del gobierno de Benjamín Netanyahu.
La Franja de Gaza, con una extensión de 362 kilómetros cuadrados, estaba habitada por unos 2,2 millones de personas, no todas vinculadas a Hamás. Tras 18 meses de ofensiva militar, las cifras son devastadoras: más de 15 mil niños huérfanos y un 85 % de las viviendas completamente destruidas.
Si bien Israel se retiró formalmente de Gaza en 2005, continuó ejerciendo control sobre el espacio aéreo, marítimo y terrestre. Así lo afirma el economista gazatí Omar Shaban, fundador del centro de estudios Pal Think, quien reside actualmente en Egipto y es considerado una de las voces palestinas más equilibradas. En una entrevista reciente con un medio europeo, advirtió: “Hay crisis de liderazgo en ambos lados”.
En el Israel de Netanyahu no quedan figuras como Shimon Peres o Yitzhak Rabin, antiguos ganadores del Nobel de la Paz. El actual primer ministro gobierna con representantes del ala más extrema del espectro político-religioso, como Itamar Ben Gvir, Bezalel Smotrich e Israel Katz, quienes defienden sin ambigüedades la limpieza étnica como parte de su visión ideológica y religiosa.
Del lado palestino, tampoco hay liderazgos comparables a los que acompañaron a Yasser Arafat en los Acuerdos de Oslo. El conflicto no se reduce a Hamás, sino que incluye a otras facciones, incluso al ala militar de Al-Fatah.
Según Shaban, una salida viable debe partir del reconocimiento palestino al Estado de Israel, y del retiro de las fuerzas israelíes de los territorios ocupados. En su opinión, tanto los militaristas israelíes como los grupos armados palestinos utilizan la ocupación como justificación para sostenerse como “libertadores” de una tierra históricamente habitada por una diversidad de etnias y credos.
“No podemos perder la fe en la comunidad internacional —afirma—, porque el silencio también es complicidad”.
En Israel, Yair Lapid, líder de la oposición israelí, ha advertido que prolongar la guerra solo fortalecerá a los sectores más radicales: “Hay que frenar a quienes pretenden anexionar Gaza”.
En una de las operaciones más controvertidas de los últimos meses, el bombardeo sobre un hospital europeo en Khan Yunis, donde presuntamente se ocultaban los líderes de Hamás Mohammad Sinwar y el portavoz Abu Obeida, provocó la muerte de 60 civiles gazatíes y dejó decenas de heridos. Ambos dirigentes fueron abatidos por las fuerzas israelíes, según el servicio de inteligencia Shabak.
La negativa del gobierno de Netanyahu a permitir la entrada de ayuda humanitaria, con el argumento de que esta fortalece a Hamás “al mostrarse como humanitarios”, ha sido criticada por diversos sectores como una excusa para avanzar en una política de limpieza étnica. Las cifras oficiales señalan más de 53.000 palestinos muertos —el 2,4 % de la población— y más de 120.000 heridos desde el inicio de la ofensiva.
El diario Haaretz fue categórico: “La cuestión de la ayuda humanitaria a Gaza evidencia la negligencia del gobierno, que ha marchado directo hacia una catástrofe diplomática, desperdiciando los logros de las agencias de seguridad”.
La pregunta resuena con fuerza en múltiples foros internacionales: ¿quién puede frenar a Netanyahu? Las respuestas, coinciden varios analistas, no están en Bruselas, sino en Washington.
El endurecimiento del discurso por parte de Francia, Canadá y Reino Unido, que han advertido sobre posibles sanciones si continúa la ofensiva, podría tener mayor impacto en la opinión pública israelí que en el gobierno de Tel Aviv, donde Netanyahu aún se siente respaldado por Donald Trump.
Según fuentes árabes, Estados Unidos habría iniciado conversaciones con Libia para reubicar a parte de la población desplazada de Gaza. El escenario es complejo: Libia cuenta con dos gobiernos —uno en Trípoli, respaldado por Turquía, y otro en Bengasi, controlado por el general Khalifa Haftar y apoyado por Egipto—, ambos interesados en acceder a los fondos libios congelados en bancos estadounidenses desde la caída de Muamar el Gadafi. A cambio, estarían dispuestos a aceptar acuerdos con Washington, a pesar de su cercanía histórica con la causa palestina.
Sin embargo, esas mismas fuentes advierten que Libia, con una población de apenas siete millones de habitantes y graves problemas de abastecimiento, no está en condiciones de acoger a un millón de gazatíes sin una crisis humanitaria mayor.
Por otro lado, una fuente diplomática francesa sugiere que se ha producido un distanciamiento entre Trump y Netanyahu. El motivo: el diálogo abierto por el expresidente estadounidense con Irán, gesto que no cayó bien en el entorno del primer ministro israelí.
Según esa misma fuente, Netanyahu tenía en mente una expansión más ambiciosa que incluía la anexión del sur de Siria y un posible enfrentamiento con Irán. “Trump comenzó a distinguir entre los intereses personales de Netanyahu y los del Estado de Israel”, asegura. Como ejemplo, menciona el reciente acuerdo negociado por Trump con Ansar Allah, el movimiento yemenita que atacó el aeropuerto Ben Gurión en Tel Aviv.
Trump, concluye la fuente, está decidido a pasar a la historia como el presidente que puso fin a todas las guerras, sin importar si fueron justas o no.