Mirna Echave Mallea / Inmediaciones
El croar se apaga. Los últimos años, un hongo causó la desaparición de al menos siete especies de ranas en Bolivia y ya contagió a la mayoría de las que quedan. El sombrío panorama se repite en todo el mundo. A veces simplemente dejan de verse, en otras, se encuentran alfombras de cuerpos en las orillas de las lagunas. Un reciente descubrimiento, en la piel de una rana gigante preservada en un museo, señala que este parásito asesino ya vivía en el Titicaca hace más de 150 años.
Desde hace tres décadas los biólogos buscan al causante de la repentina y masiva muerte de anfibios. Durante este tiempo y a pesar de hallarlo, el patógeno causó la desaparición de unas 200 especies, algunas de ellas en Bolivia, uno de los países que tiene la mayor diversidad de ranas del mundo, con 270 variedades registradas. Ya se marcó un círculo rojo sobre la península de Corea de donde salió la mortal enfermedad, pero a la vez los expertos lanzaron una alerta por la posible expansión de una nueva cepa, la más mortal, según afirman.
El asesino
Por primera vez en la historia de la tierra un hongo ataca y mata a animales vertebrados. Las ranas lo adquieren en los cuerpos de agua. Se adhiere a ellas y en unos cuatro meses, intoxicadas y casi asfixiadas, mueren por un paro cardíaco.
El herpetólogo boliviano James Aparicio explica que la infección causa un desbalance en el intercambio de electrolitos en la piel de las ranas, perjudicando el proceso químico que les ayuda a eliminar toxinas y a regular la hidratación de su cuerpo. Así, las envenena de a poco.
En la década del 70 se alertó sobre la cuantiosa muerte de anfibios. En 1973 se había tomado nota de una afección dérmica que cundía entre las ranas de África. Recién en 1998 se la describió científicamente en Europa, se trata de un hongo quitridio al que se llamó Batrachochytrium dendrobatidis (Bd), nombre que deriva de batracio, de olla de barro –por la forma del hongo- y del primer anfibio en el que se estudió el mal, una rana de la especie dendrobates, que habita las selvas suramericanas, entre Nicaragua, Colombia, Venezuela y Brasil.
Sin embargo, ya era tarde para algunas. El biólogo Mauricio Ocampo afirma que en Costa Rica se vio la declinación de una especie que era monitoreada cada año, que es el sapo dorado. “Hasta 1987 la población estaba normal. Para el año siguiente solo encontraron ocho machos y dos hembras. Es decir que hubo un descenso amplio, prácticamente en ese año desapareció y para 1989 hubo reuniones de herpetólogos para ver qué estaba pasando. En 1990 se declaró que había una epidemia a nivel global y se empezó a buscar al culpable”.
En Bolivia se tardó en diagnosticar la presencia del hongo. Recién en 2008 se confirmó científicamente su presencia. Hasta entonces ya había causado cientos de víctimas y, según el director y fundador de la Iniciativa Anfibios de Bolivia, del Museo de Historia Natural de Cochabamba, Arturo Muñoz, la desaparición de entre siete y 12 especies de ranas y sapos. “Hay algunas, como el Atelopus tricolor, un sapito de colores negro y naranja que desapareció; también la Telmatobius de los Yungas, chau, ya no se la vio”, afirmó.
Según Aparicio, “el primer reporte de la presencia del hongo en el país fue dado en una publicación sobre el sapo Rhinella quechua, que habita el Parque Nacional Carrasco en Cochabamba. Los investigadores encontraron la afección en los renacuajos de esa especie de sapo”. El daño era evidente alrededor de la boca. La quitridiomicosis les deformaba esta parte del cuerpo y les impedía alimentarse. Muchos morían de hambre.
Una «Rana Gigante» del Lago Titicaca – Bolivia
Iniciativa Anfibios de Bolivia
Víctimas
“Lo más preocupantes es que, prácticamente, todas las especies son susceptibles de infectarse y de sufrir consecuencias negativas, aunque no lleguen a producir mortalidad. Las especies que más riesgo sufren son aquellas con distribuciones reducidas y de regiones relativamente frías, por ejemplo especies endémicas de zonas altas de montaña o de zonas altas tropicales de todo el planeta”, explica Jaime Bosch, experto en anfibios y miembro del Museo Nacional de Ciencia Natural de España, quien desde hace años trabaja en la investigación de este microorganismo.
En 1990, en un congreso internacional, los científicos coincidieron en informar que los anfibios de sus respectivos países estaban mermando. “Ya no habrá un príncipe tras un beso porque las ranas están desapareciendo”, dramatizó entonces el periódico El País, de España, cuando se hizo pública esta preocupación.
Miles desaparecieron de un día para otro, incluso en espacios protegidos, como en Australia y Costa Rica. En este país centroamericano, por ejemplo, más de 70 especies de ranas arlequín fueron reportadas como extintas entre 1980 y el año 2000.
En Bolivia, en las incursiones de los últimos 10 años, los biólogos no encontraron varias especies; no obstante aún faltan investigaciones específicas para confirmar la pérdida de estos y otros tipos de anfibios.
La tesis de Gabriel Callapa, de 2017, realizada en tres locaciones en el lago Titicaca: la Isla de la Luna, Chachapaya y Chicharra, afirma que, en promedio, el 29 por ciento de los anfibios que habitan este espejo acuático, cargan con el quitridio. “En algunos lugares encontramos mayor población de ranas y en otras menos, esto también tiene que ver con las condiciones de su medio ambiente”, dijo el investigador.
En otro esfuerzo por conocer sobre el tema, los herpetólogos Patricia Burrowes, de la Universidad de Puerto Rico, e Ignacio de la Riva, del Museo Nacional de Ciencias Naturales de España, hicieron un estudio en ocho comunidades, en 2017, en áreas montañosas y templadas de Oruro, Potosí y La Paz. Allí dedujeron que, de 54 ranas halladas, 44 presentaban el hongo, es decir un 81 por ciento. Según Ocampo, eran parte de ocho especies de anfibios, siete de ellas tenían miembros infectados.
Cómplices
Diferentes investigaciones se enfocaron en saber cómo el quitridio se esparció de forma tan rápida por el mundo. En 2004 surgió una teoría. Una tesis realizada por Ché Weldon, Louis H. du Preez y otros, señala que la mano del hombre originó la expansión de esta afección. ¿Cómo?
Durante el siglo pasado, la rana Xenopus laevis era ampliamente utilizada para experimentos de laboratorio. Desde 1934, según la tesis, esta rana fue usada como “test” de embarazo. Se tomaba la primera orina de la mujer y se la inyectaba al animal, si en 24 horas la hembra ponía huevos, por efecto de las hormonas, se confirmaba la gestación. Con ese fin, millones de especímenes se exportaron desde África a todo el planeta. Su uso duró hasta los años 60 y 70, cuando Margaret Crane inventó y patentó el test usado hasta hoy, y que aquél entonces reemplazó rápidamente a estos animales en el mercado.
Según Mauricio Ocampo, aquellas ranas dejaron de tener una función en los laboratorios y pasaron a ser vendidas en los pet shops. Los investigadores “vieron que esta mascota era la que estaba más extendida en el mundo y que tenía el hongo, entonces se la culpó de ser la transmisora de la quitridiomicosis”, explicó. Eso es porque estas ranas no quedaron en cautiverio, muchas escaparon o fueron liberadas.
Pasaron años para que la ciencia señale a otro portador. En 2012, una investigación de la Universidad del Sur, de la Florida, confirmó que el cangrejo de río podía llevar el parásito en su cuerpo. En los estanques, donde el hongo había matado a todas las ranas, aún se registraba la enfermedad cuando llegaban nuevos habitantes. Este informe, cuyos resultados se publicaron en la revista Proceedings, de la Academia Nacional de Ciencias norteamericana, revela que los cangrejos eran también víctimas del hongo, ya que más de un tercio de los expuestos a la enfermedad moría en siete semanas. Los sobrevivientes la portaban y, al ser puestos junto a renacuajos sanos, los infectaban.
Un elemento que tienen en común ranas y cangrejos es la queratina, una proteína que poseen en la piel y de la que el hongo se alimenta. El ser humano también la lleva en el cabello, las manos y uñas, aunque en poca cantidad. De ahí que algunos científicos señalaran que la mala manipulación de especímenes, en laboratorios, sin medidas de seguridad, también tendría que ver con la reacción del Bd en estos animales.
En 2013, se encontró a otro portador: las ranas toro norteamericanas (Lithobates catesbeianus). También utilizadas en laboratorios, desde antes eran consideradas una especie invasiva por su resistencia —incluso al quitridio—, agresividad y adaptabilidad. Fueron ampliamente exportadas y llevan el hongo en el cuerpo.
La certeza de que otros animales podían ser portadores, amplió la búsqueda de los herpetólogos, quienes luego pusieron sus ojos en las aves migratorias. En 2017, un grupo de investigadores emprendió la búsqueda en Sudamérica y determinó que, por lo menos en el sector de los Andes, “un vector o agente propagador involuntario de este hongo podían ser las aves”. Cinco años antes, un investigador de apellido Garmin, de Bélgica, había hecho un estudio similar, sin embargo, como sólo analizó las plumas, no halló al parásito.
El estudio se centró en Bolivia. Burrowes y de la Riva buscaron el quitridio en 48 ejemplares de aves acuáticas andinas, colectadas entre 1977 y 1997, en la región. Según datos del Museo español, se tomaron muestras de patas de ejemplares de diferentes especies de aves acuáticas bolivianas en las colecciones científicas de la Estación Biológica de Doñana, España, y de la Colección Boliviana de Fauna.
De la Riva explicó que, con técnicas de amplificación y secuenciación de ADN, se confirmó la presencia del hongo en el 42 por ciento de las aves muestreadas. Los resultados de la investigación afirman que las aves acuáticas pueden actuar como vectores de la quitridiomicosis, al mover el patógeno de unos cuerpos de agua a otros, “lo que explicaría el patrón errático y no direccional de la dispersión de la enfermedad en los Andes”.
Sin embargo, esta también sólo era parte de la respuesta. Bosch afirma que “con total seguridad, por los estudios genéticos realizados el último año, el ser humano ha sido el responsable de la expansión de estos hongos por todo el mundo ya que de otra forma es imposible explicar su evolución. La migración de las aves, al igual que otros movimientos de animales, sólo sería responsables de la expansión de estos hongos a cortas distancias, y nunca a nivel de continentes”.
El origen
En 2018, una investigación publicada en la revista Science, afirma que el hongo tiene su origen en la península de Corea. Científicos de 37 instituciones internacionales participaron en la secuenciación genética de más de 230 cultivos de hongos de diferentes orígenes y llegaron a esa y a otras conclusiones. Por ejemplo, que la última de las cuatro cepas que hay en el mundo aún no se ha expandido, es la más peligrosa y su mortalidad podría devastar muchas más especies, por ello, aseguraron, se debe evitar su diseminación.
“Lo recomendable sería prohibir el comercio internacional de anfibios. El sureste asiático y probablemente la misma Corea sean el origen del segundo tipo de hongo quitridio conocido en la actualidad (Bsal), que es aún más peligroso que el que ya está distribuido por todo el mundo (Bd), ya que tiene formas de resistencia que lo hacen prácticamente indestructible y es mucho más virulento para la rana y la mayoría de especies de anfibios con cola”, afirmó Bosch. Esta cepa ya habría eliminado a al menos dos especies de tritones hasta 2017, las nuevas víctimas del patógeno.
El momento del golpe
El análisis de especímenes preservados llevó a los científicos a descubrir que el hongo existió desde mucho antes de su mortal golpe. Por ejemplo, algunos anfibios llevaban el quitridio desde principios del siglo pasado. Entre ellos una rana de la Isla de la Ascensión, en el Reino Unido, que data de 1938; otra de Estados Unidos, preservada desde 1944 y una más recogida en Chile, en 1962. La pregunta es ¿por qué entonces el hongo no fue tan letal como lo es ahora?
No fue difícil sospecharlo. “Sabemos que el calentamiento global está exacerbando la infección del hongo quitridio en zonas altas de montaña de latitudes templadas y en algunas zonas tropicales. Pero, además, también sabemos que los ejemplares en peor condición física son los más proclives a morir con Bd, por lo que cualquier efecto negativo sobre el medio actúa de forma sinérgica con la infección fúngica”, señaló Jaime Bosch.
Las ranas eran cada vez más débiles, fue el momento propicio para la expansión mortal del hongo. James Aparicio asegura que la degradación del medio ambiente tiene mucho que ver con la situación. “La destrucción de los hábitats naturales ha incrementado el estrés de estos animales, así como la contaminación de los cuerpos de agua con residuos agrícolas, mineros y domiciliares, también el incremento de ruido y de la temperatura que está ocasionando el cambio climático. El estrés disminuye las defensas de estos animales y son atacados por las enfermedades”.
Actualmente, según Bosch, hay varios frentes abiertos para evitar la extinción de especies y poblaciones de anfibios afectados, como el establecer colonias cautivas de las más amenazadas o diseñar protocolos de mitigación de la enfermedad y aplicarlos al medio donde habitan. Tampoco se descarta la búsqueda de una vacuna.
Sin embargo, hace falta inversión y compromiso para iniciar estas acciones. Muñoz acota que en Bolivia no hay una política de conservación nacional y que a pesar de que se analiza la posibilidad de dar un apoyo a los trabajos de preservación, los proyectos se plantean con años de intervención. “Si se genera un proyecto a siete años, tal vez sea tarde para algunas ranas, tenemos que ver que se están muriendo ahora, en uno o dos años habrá otras especies que habrán desparecido. Será tarde”.
Los biólogos, asimismo, puntualizan la importancia que tienen estos animales en el mundo, ya que no sólo son parte de la cadena alimenticia de muchas especies, sino son importantes controladores de insectos. Se sospecha, por lo tanto, que la reducción de algunas especies podría explicar la aparición de plagas, que obligan al hombre a usar más insecticidas y, consecuentemente, causar mayor contaminación.
“Por desgracia, esperamos que la enfermedad se extienda aún más por todo el planeta y acabe afectando a la totalidad de las regiones, mientras que, probablemente, la obtención de un método de control en condiciones naturales tardará aún muchos años en llegar”, sentenció Bosch.
Esperanzas
Los herpetólogos actualmente utilizan fungicidas comunes para tratar a las ranas con quitridiomicosis. Según Callapa, por lo general, disuelven un par de tabletas en una fuente de agua y allí las sumergen una vez por día. El tratamiento puede durar hasta tres meses. Después de esta cuarentena, las ranas sanas son normalmente criadas en cautiverio. Pocas veces se las devolvió a su hábitat, por la presencia del hongo.
Sin embargo, como asegura Mauricio Ocampo, no se puede tratar a todas las afectadas por el Bd por su condición de vida silvestre, el costo del tratamiento y la falta de personas interesadas en ayudar a salvar a estas especies. “No se las puede agarrar y vacunar, es imposible”.
Pero, entre las certezas y la resignación, también surgieron esperanzas, ya que en 2015, un equipo de científicos halló en Ecuador especímenes vivos del sapo Atelopus bomolochos, que se creyó habían desaparecido hace 15 años. Lo extraño es que no muestran indicios de quitridio. No es el único caso. Una ranita de cañón, uno de los pocos anfibios que puede “solearse” en rocas en el desierto de Norteamérica a más de 40 grados centígrados durante el día, ha demostrado que tolera las esporas del quitridio. Asimismo, la Sachatamia albomaculata, una ranita de cristal de actividad nocturna mostró también resistencia, pese a que habita a lo largo de los arroyos del bosque, donde coloca sus masas de huevos en la vegetación.
El mencionado tratamiento, además, podría salvar a muchas. Por ejemplo, esta semana, el Museo de Historia Natural de Cochabamba informó que se aplicará en las cinco ranas de Sehuencas, Telmatobius Yuracare, halladas recientemente tras una campaña mundial y una expedición que tenía el único propósito de encontrar a una “Julieta” para Romeo, un anfibio de esta especie hallado hace 10 años en una rivera de Bolivia, de donde es endémica. Están consideradas en peligro de extinción, según el Libro Rojo de los Vertebrados del país.
Finalmente, el trabajo de Bourroues y De la Riva, en Bolivia, muestra que los sapos y ranas que habitan las regiones estudiadas en 2017, si bien llevan el patógeno en la piel también mostraron “buena salud”. Es decir que tenían comportamientos de vida normales, ya que generalmente las ranas enfermas con el hongo suelen quedar aletargadas, no se mueven mucho e incluso dejan de comer.
Lo alentador, en todos los casos, es que existe la posibilidad de que hayan desarrollado resistencia a la enfermedad.
El último hallazgo, que también involucra a Bolivia, podría verter más luces sobre el tema. En un estudio complementario, los mismos investigadores descubrieron, en el cuerpo de una rana gigante del Titicaca, Telmatobius culeus, la muestra más antigua del mundo, del microorganismo.
Estaba en la piel de un espécimen preservado hace 155 años. “Nuestros estudios han demostrado que el Bd ya estaba presente en este país al menos desde 1863, cuando obviamente no causaba ningún problema, indicando que este hongo probablemente ha estado siempre ahí, y la cepa patogénica fue introducida en los años 90”, señala la investigación de Burrowes y Bosch.
“Se está jugando con varias teorías —señaló Ocampo—, como que no es que se haya diseminado el hongo, sino que estaba ya esparcido y que por el cambio climático, la mutación del Bd empezó a dispararse por todo el mundo”.
El quitridio está presente. En el mundo, un puñado de científicos y biólogos sigue luchando por salvar las especies que sean posibles y hacen frente a este hongo asesino en las selvas tropicales, montañas, ríos, a nivel del mar y en el lago más alto del mundo, donde surgió el vestigio más antiguo. Mientras, ante la mirada indiferente de la gente y de las autoridades, el silencio de las ranas seguirá creciendo, y como ya está confirmado, arrastrando las voces de otros animales.