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El secuestro de Siles

Aquella mañana de invierno  todo apuntaba a que la catástrofe danzaría sobre los escombros de la democracia. A las cinco de la madrugada del sábado 30 de junio de 1984, un grupo de uniformados irrumpió en la residencia presidencial de San Jorge. La puerta se abrió de prisa, porque desde adentro, el teniente Celso Campos Pinto hacía parte del complot. Hernán Siles Zuazo, presidente constitucional, salía de allí en calidad de rehén de sus custodios. 

El vehículo con la primera autoridad frenó entre las calles Honduras y Estados Unidos, en el barrio de Miraflores. Siles permanecería ahí vigilado por seis civiles hasta las tres de la tarde. El secuestro terminó sin un disparo, porque en esas diez horas Siles fue persuadiendo a sus celadores de que aquello no tenía porvenir. La falta de respaldo sedicioso en las Fuerzas Armadas y la huida de los impulsores del derrocamiento terminaron de configurar el cuadro. Siles regresaba a Palacio entre los aplausos de la gente. 

Una semana antes de aquel ataque, el 23 de junio, el vicepresidente Jaime Paz Zamora tomaba un avión hacia España, donde lo esperaba Felipe González. Cuando la noticia del secuestro inundó los teletipos, Paz Zamora estaba exponiendo sus ideas en Lisboa, dentro de la conferencia El desafío democrático en América Latina.  

El vicepresidente boliviano conoció de los tristes sucesos cuando Europa se acercaba al mediodía. Tenía cámaras y reflectores a sus pies para incendiar titulares. No los usó. Cuando se le puso un avión que lo regresara de inmediato, prefirió esperar. Tres días antes, desde Madrid, Paz Zamora había calificado como “un grueso error” ratificar al general Simón Sejas Tordoya como comandante del Ejército. 

Para muchos aquel era un claro revés contra Siles, quien acababa de proteger a Sejas frente a un motín de la Escuela de Comando y Estado Mayor de Cochabamba. Esa rebelión interna había sido el primer detonante del golpe en curso. Sejas reaccionó despachando a Cobija al coronel Rolando Saravia Ortuño, quien, enojado, adelantó la orden de invadir la residencia presidencial. ¿No advirtió Paz Zamora que con esas declaraciones se colocaba del lado de los conspiradores?

Cuando la conjura se caía a pedazos, el país supo que el jefe de edecanes de la Vicepresidencia, el capitán Luis Ardaya, no estaba acompañando a Paz Zamora en el viaje, sino que formaba parte de la asonada. El coronel Germán Linares Iturralde, comandante de los “Leopardos”, policías con entrenamiento antidrogas, también resultó siendo autor connotado del secuestro. 

Él, junto a cuatro de sus secuaces, se asiló en la Embajada de España, país al que llegaron en noviembre de ese año. 

Dos datos clave se suman a este recuento. En 1983, cuando el MIR vio que “reconducir” el gobierno ya no era viable, aprobó la idea de la “sucesión constitucional”; es decir, buscar que Siles decline y ceda la silla a Paz Zamora. La decisión fue expuesta en diversos foros, entre ellos, un congreso universitario realizado en septiembre de ese año. La llamada “solución Jaime” fue coreada en todos los pasillos.  

Vamos ahora al dato más explosivo: en una entrevista realizada en 2013, en Quito, a Antonio Araníbar, número dos del MIR en esos tiempos lejanos, éste afirma lo que sigue: “Jaime (Paz Zamora) se vio envuelto, como actor principal en un intento de golpe de Estado contra el presidente Siles Zuazo por un grupo de militares armados que lo sacaron de la residencia presidencial de San Jorge (…) y que estaba destinado a sustituir al presidente Siles por el vicepresidente Paz Zamora en el momento en que éste se encontraba, y así fue planeada la acción, en una reunión internacional en Lisboa”. La entrevista ha sido destapada por Testimonio y legado, libro escrito por Alfonso Camacho, Fredy Camacho y Hans Möller, el año pasado.

Según Araníbar, la segunda fase del plan consistía en que el Congreso nombrara a Paz Zamora como el sucesor constitucional de un desaparecido presidente Siles. 

Añado acá el ladrillo final de esta pared histórica: Germán Linares Iturralde, uno de los secuestradores confesos de Siles, encabezó en 1990, bajo la presidencia de Paz Zamora, una unidad de élite de la Policía (el CEIP), encargada de enfrentar al terrorismo. ¿Dónde quedó su baja definitiva decidida en 1984?, ¿por qué fue readmitido en la institución?, ¿por qué Paz Zamora permitió que el secuestrador Linares encabezara nada menos que el operativo para “liberar” al secuestrado Jorge Lonsdale? Así, con sigilo, esta madeja comienza a soltarse.

Rafael Archondo es periodista.

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