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El retorno de Abacú

Hugo H. Padilla Monrroy.

Era una estancia ganadera de hace muchos años atrás, quizá unos cien años y más. Habitada y ubicada a orillas de un río de aguas claras cristalinas, provenientes de la serranía de San Simón, era propiedad de don José Alcibíades Muñoz Salcedo y doña Josefa Cortez Callaú, con tres hijos, Adrián [12], Elena [9] e Ignacio [3], venidos de Portachuelo a estas ubérrimas selvas y pampas de Iténez. Acompañaban en las labores agrícolas y ganaderas los empleados Ernesto Arahuira y María Vaca sin hijos, Rogelio y Carmencita Mocoro con dos niños, Fátima [6] y Madecadel [3].

Por las fiestas de la Santa Patrona del pueblo de Santa María Magdalena, viajaron los dueños de la estancia con su familia, acompañado por Ernesto y María, solo quedó al cuidado de la Estancia LA ESPERANZA DE SAN MARTÍN, el fiel vaquero Rogelio y familia.

Un día a media tarde, mientras Rogelio laboraba en el chaco (1), acompañado de su fiel perro puestero, a distante de la vivienda, Carmencita, lavaba en la profundidad del barranco y la niña Fátima jugueteaba en las orillas del bello río, con su fiel compañero de travesuras el canino Opa, el pequeño Madecadel, solo en la vivienda patronal y en uno de los corredores, enhamacado dormía plácidamente, a quien habían arropado con un mosquitero.

No se dieron cuenta hasta muy tardecita, que la vivienda había sido visitada muy sigilosamente por alguien, llevándose algunos enseres y al niño dormilón, causando alarma e incertidumbre y suponiendo que el juguetón «Duende campechano», se llevó al niño y lo escondió en los barbechos (2) cercanos.

Rápida y angustiosa fue la búsqueda, los llantos y pedidos de auxilio a las estancias circundantes, desde donde se movilizó la búsqueda infructuosa por mucho tiempo, pasaron días, semanas y meses incluso varios años sin noticias del párvulo Madecadelcito, llamado cariñosamente de usanza familiar, Madeca o Madequita.

El tiempo pasó, quizá fue curando en algo la herida de esa ausencia infantil; sin embargo, por las noches la nostalgia y el recuerdo seguía perenne como el calor y brazas del jenecherú(3). El reloj del tiempo marcó distancia.

En esas ubérrimas selvas, pintadas de verdes matices, en medio de esas espesuras vive un pueblo de humanos vestidos de piel morena, convivientes con la naturaleza, vecinos de una fauna salvaje, bella por sus encantos de colores, aromas y cantares diversos, quizás amigos tolerantes del tigre, los troperos, las aves chillonas del entorno, la sicurí de la laguna contigua a un poblado de chozas circulares, solares encantados por la inocencia de sus habitantes, apóstoles de las bondades de la libertad, libres del tiempo, libres de los prejuicios de la civilización, consumidores del aire puro de la Amazonía y discretos vivientes de una vida plena en sencillez, solamente encantados de las cadenas imaginarias que los acomodan en sencilla y franca vida, cuidados por los dioses ancestrales del Reino del Enín.    

En esas entrañas de la selva el cacique Chiripo, llamó al joven Abacú y le transmitió un secreto, en forma discreta, indicándole que el color de su piel era diferente a los humanos de la tribu selvícola que habitaba las serranías de Caparuchs, le informó que él había sido obsequiado por los habitantes de un lugar algo lejano y que era considerado un presente del Sol y la Luna, incluso le indicó el lugar de donde el grupo de «bárbaros» lo habían recogido.

Abacú sintió la necesidad de conocer ese lugar, muy de mañana cogió su arco y flechas y se encaminó al sitio de las referencias, después de unas largas jornadas, en un medio día encontró el lugar, donde habita el hombre blanco, subió a un árbol para observar mejor el sitio, desde su atalaya, observó unas casas, ganado, algunas personas, el río que se hallaba en su máxima amplitud y para sorpresa, se encontró acosado por los perros estancieros, que llamaron la atención de los vivientes ganaderos, quienes acudieron a la emergencia  en la creencia de la presencia de un tigre, grande fue la sorpresa al divisar al «salvaje», presto a defenderse de las asechanzas de los canes y la presencia de don José Alcibíades, y sus fieles acompañantes Ernesto y Rogelio, con sus respectivas carabinas y escopetas, ellos dispuestos a terminar con la asechanza de la presencia extraña, suponían que les merodeaba un pintau (4).

Abacú, fue obligado a bajar a tierra, el desnudo visitante no ofreció resistencia, asustado, indefenso y curioso, por medio de señas hizo el esfuerzo e intención de contar su presencia. Doña Carmencita recordó que su hijo perdido tenía un lunar a la altura del hombro derecho al lado de la espalda, buscó la evidencia por el instinto maternal encontrando que el salvaje Abacú, era su raptado Madeca. Grande fue la algarabía de las gentes de esa escondida estancia ganadera, muy cerca de las vivencias de las tribus salvajes que vivían y asolaban, circunstancialmente esas regiones. Carmencita la  madre natural, fue la más dichosa, entre lágrimas de contenta, ofreció una tutumada (5) de leche que, Abacú probó y recordó los sabores de su vida de párvulo, saboreó un exquisito masaco de yuca y una canecada(6) de guarapo de mil de caña; observaba todo, la fisonomía de su familia, el ambiente de los pahuichis(7) y sus alrededores, de manera sorpresiva, salto al río para demostrar a sus habilidades de natación, además para refrescar la calurosa tarde.

Tener de vuelta al hijo pródigo, fue como volver a verlo nacer, fue vestido, alimentado y acogido como era parte de esas familias, adaptándose a esa nueva vida. Aprendió el idioma español sin ninguna dificultad, aprendió en parte los secretos de las faenas ganaderas, había retornado otra vez la alegría y felicidad al hogar campechano, solamente él por las tardes melancólicas del arrebol, miraba con ojos llorosos los recovecos del monte vecino, por donde había llegado, los padres lo consolaban y le impartían el amor atrasado por el destino.

Pasaron unos meses y nuevamente Abacú, desapareció una noche de luna, dejó su ropa colgada en la tranquera, se llevó sus armas, las que cuidaba con devoción, tristeza nuevamente en LA ESPERANZA DE SAN MARTÍN, ahora sabían el destino «salvaje», del joven integrado sentimentalmente a los Sirionó(8), eso sí, nunca perdieron “la esperanza” de volver a verlo. Así fue, no pasó mucho tiempo cuando una tarde de sur, frío y chilchi(9) retornó Abacú, acompañado del cacique Chiripo, la esposa y posiblemente tres de sus hermanos de crianza, los capitanes Soco, Taya y Pava, fueron recibidos y agasajados por los estancieros, los forasteros agradecieron a su manera las atenciones, los obsequios recibidos, retornando a su selva, a sus bosques, luego de devolver a la civilización a su hijo de crianza Abacú.

“No solo es padre el que regala vida, también quien da amor y valores, pese a las circunstancias del existir.”

Desde algún lugar de las ubérrimas selvas de Yacundá (10), junio de 2023

REFERENCIAS:

  • Chaco: Lugar de siembra de yuca, plátano, arroz, frijól y otros alimentos.
  • Barbecho: Vegetación pequeña y tupida con espinales.
  • Jenecherú: Tizón recio y macizo, generalmente de motacú, que se deja de un día para otro, entre el rescoldo.
  • Pintaú: Tigre americano.
  • Tutumada: Vasija cortada, hecha del fruto del tutumo.
  • Canecada: Recipiente doméstico para servir líquidos.
  • Pahuíchi: Choza de techo de hojas de palma y paredes de barro.
  • Sirionó: Etnia de la región Este de El Beni (Provincia – Itenez) y Santa Cruz (Provincia -Velasco)
  • Chilchi: Lluvia menuda y fina constante por varias horas, generalmente fría.
  • Yacundá: Territorio en la Jurisdicción de la Área de Reserva Kenneth Lee, (Provincia Itenez).

GRAFICOS: Cedidos gentilmente por el artista Belisario Suarez (Belico).

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