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El regalo

Eliana Soza Martínez

Cuando Andrés recibió como regalo anónimo aquel extraño libro, intuía que algo en su vida nunca más sería igual. Abrió el paquete cuidadosamente envuelto. La tapa era de cuero genuino, sobre este material elegante y lustroso, repujado en letras doradas se leía el título: Antología de cuentos fantásticos: “Vidas Ajenas”. La persona que se lo envió sabía de su inclinación por este género. Le pareció un ejemplar maravilloso, además del título no había otra información de editorial, año, ni nada. Después de una hoja en blanco venían los cuentos desnudos.

Al tenerlo sobre sus manos cayó en la tentación de acariciar su lomo y sentir el aroma de sus hojas. Claramente era un tomo antiguo porque tenía textura apergaminada en su interior. No quiso leerlo de inmediato. Quería que la primera vez fuese un exquisito rito, un momento ideal para su encuentro.

Pasaron unos días, para encontrar ese espacio. Fue una tarde nublada, al calor de su chimenea. Acomodado en su sillón favorito se dispuso a leer el primer cuento titulado “Viaje al fin del Mundo”. Cuando estaba solo y podía disfrutar de sus lecturas lo hacía en voz alta. Así que al pronunciar la primera palabra del texto sintió un mareo y vio como una luz enceguecedora salía de las páginas.

Experimentó tanto frío que no podía respirar. Cerró los ojos para que aquel resplandor no le lastimara, cuando los abrió estaba en el fin del mundo, uno de los polos, no sabía si norte o sur. Estaba ataviado con ropa gruesa y abrigada e iba en un trineo tirado por huskys siberianos. Sintió miedo, no entendía lo que había pasado, supuso que tenía que ver con el extraño libro.

Trató de parar como pudo a los perros que corrían a través de la nieve sin esfuerzo. Después de una lucha con ellos logró que fueran más lento. Llegó a un pueblo y descubrió pieles para la venta detrás del trineo. Intentó venderlas para conseguir comida. Pero en una taberna, unos hombres lo persiguieron. Mientras huía, sintió en uno de los bolsillos de su abrigo algo duro. Pudo sacar el libro, al abrirlo pasó lo mismo que en su casa. Esta vez volvió a su escritorio. Cerró el libro y lo tiró en una mesa cercana.

No supo, cuánto tiempo pasó, solo quería dormir, se fue a su recámara a descansar. Eran esos momentos en los que se arrepentía de varias decisiones en su vida. Los negocios que le dejó su padre habían tenido una época de prosperidad pero como no era tan hábil como su progenitor estaba enfrentando una crisis. Cuando se sentía inútil se reprochaba nunca haber encontrado una mujer que lo amara y a quien amar.

La única persona realmente cercana era su ama de llaves, Corina que se encargaba de la casa como podía, a veces incluso haciendo magia para conseguir la comida del mes. Ella era de su edad, mas su madures la hacía ver algo mayor. A él le pareció bonita desde que su padre la contrató cuando era muy joven. Por el tamaño de la casona en la que vivían ambos no se veían mucho a penas para las comidas, e incluso ni eso porque Andrés acostumbrado a su soledad comía en horas poco comunes por lo que Corina debía dejar comida servida siempre y solo en ocasiones se topaba con su patrón.

Pasó una noche agitada en su cama, tuvo pesadillas en las que se veía muriendo en medio de la nieve quemado por el frío. No pudo dormir más. Hace años que no admiraba un amanecer. Después de disfrutar el espectáculo y los cálidos rayos del sol por una hora sintió hambre y bajó a comer algo.

En la cocina se topó con su ama de llaves. La saludó y aprovechó para pedirle un café y algunas tostadas con mermelada. Ella le dio los buenos días y se puso  preparar el pedido. Mientras, él fue a buscar el periódico, cuando lo encontró y vio la fecha enloqueció. Volvió a la cocina a preguntar a Corina la fecha, podía ser un error del impreso. Ella le contestó lo mismo. Andrés corrió a la calle en pijamas a buscar otro diario. Todo en la ciudad estaba algo diferente. Encontró un nuevo quiosco cerca a su casa y pudo comprobar que habían pasado diez meses, desde ayer que abrió el maldito libro.

También encontró un montón de cartas afiladas sin leer en su mesita a la entrada de la puerta de calle. La mayoría, avisos de desahucio del banco, de corte de luz y agua. Corina se acercó y apenada le dijo que ella había tratado de evitar que les quitaran los servicios pagando lo que pudo con sus ahorros, y que ahora ya no tenía ni un solo centavo.

La vida de Andrés se desmoronaba. Pronto vendría la policía para desalojarlo de su casa y llevarse todo embargado por el banco. No le quedaba nada, más que la fiel empleada, a la que había arruinado también. Se sintió desesperado. ¿Cómo viviría en la calle? no tenía a quien recurrir y Corina tampoco. Se dio cuenta que eran muy parecidos, que habían vivido años juntos y que era su única familia. La vergüenza y la tristeza lo invadieron.

Como una luz, recordó al extraño libro esperándolo en su escritorio. Pidió a Corina que se arreglara para un viaje. — ¿A dónde iremos señor? preguntó la mujer algo preocupada. Él le respondió que ya no importaba, que ambos no tenían a nadie allá. Que donde fuera, lo importante era seguir juntos.

Cambiados y con maletas pequeñas entraron al escritorio. Corina estaba todavía más confundida. Cuando Andrés le mostró el libro, ella sintió un extraño escalofrío. La tomó del brazo y abrió una hoja. Sabía que estaba marcando así el destino de los dos, pronunció la primera palabra del cuento en voz alta y ambos desaparecieron en medio de una luz brillante.

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