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El presente apesta, pero se escribe igual: Emilio Losada y la poesía como resistencia

Inmediaciones

Hay libros que no se leen, se sobreviven. Este es uno de ellos.

Cómo no superar el presente se instala en el corazón del desencanto contemporáneo, pero lo hace con una voz poética que no se resigna ni se victimiza. Emilio Losada construye un libro que es, al mismo tiempo, una confesión, una crónica emocional, un manifiesto punk y canto lírico. No hay una historia que seguir, ni personajes que evolucionan, ni una trama que se resuelva. Lo que se encuentra es una sucesión de textos que se enfrentan al presente con la única herramienta que queda: la palabra. Y esa palabra, lejos de buscar consuelo, se convierte en un acto de resistencia.

El libro inicia con una cita de Borges y se pasea por los ecos de Parra, Ginsberg, Bolaño, Dickinson, Hierro y Gil de Biedma. No se trata de una colección de homenajes: Losada los convoca como compañeros de ruta, como voces que también supieron que el presente no se supera, se habita. La poesía aquí no es ornamento ni refugio. Es un espacio donde se dice lo que no cabe en la conversación cotidiana, lo que no se publica en redes, lo que no puede explicarse sin perder algo esencial.

Losada escribe desde la urgencia, desde la necesidad de decir incluso cuando no hay forma de hacerlo. En ese gesto se hermana con Allen Ginsberg, el poeta beat que también escribió desde la intemperie, desde el cuerpo, desde la ciudad como escenario de la caída. Como él, mezcla géneros, rompe la métrica, se entrega a la emoción sin filtros. Ambos escriben desde el vértigo, desde la pulsión, desde el impulso de narrar lo innombrable.

La cita de Ginsberg que aparece en El fino grueso —“I wanted, I always wanted, to return to the body where I was born”— funciona como clave de lectura para todo el libro. El cuerpo, el origen, el deseo, el miedo: todo está ahí, latiendo en cada página. La narrativa de Losada no es lineal ni cerrada: es fragmentaria, híbrida, impura. Se mueve entre el poema, la canción, la crónica urbana y el monólogo interior. Hay momentos de lirismo desbordado, como en La faena (Tibidabo baby), donde la infancia se convierte en un paisaje mítico y doloroso. Otros, como El alcohol, revelan una confesión brutal en la que el yo poético se enfrenta a su adicción con sarcasmo y ternura.

Uno de los textos más conmovedores es El ático franco, donde la memoria de un espacio compartido se transforma en símbolo de una época perdida. Aquí, la nostalgia no es decorativa: es política. El desalojo del ático representa también el desalojo de una forma de vivir, de una comunidad, de una resistencia. “Igual algún que otro drama sobrevenido quedó atrapado entre sus gruesas paredes y algún día se le manifiesta a un futuro inquilino como fantasmagórica remembranza.”

Los textos oscilan entre el lirismo sucio y la precisión emocional. Hay poemas que son canciones, otros que son monólogos interiores, algunos parecen escenas arrancadas de una novela que nunca se escribió. El cuerpo aparece como territorio de deseo, enfermedad y memoria. La ciudad es ruido, amenaza, escenario. El alcohol, la música, el sexo, la fiesta, la adolescencia, la precariedad, el miedo y la belleza se entremezclan en una escritura que no busca agradar, sino golpear.

Losada escribe desde la intemperie, desde la lucidez, desde un amor sin promesas. Hay ternura en su mirada, pero también rabia. Hay humor, pero también dolor. Hay una conciencia clara de que el tiempo no es oro, sino sangre. Y, sin embargo, en medio de ese paisaje de ruinas, el libro encuentra momentos de belleza que no se pueden explicar, solo sentir. Como cuando evoca el ático donde acababan todas las fiestas, la lluvia de San Cristóbal o el deseo adolescente frente a las chicas del panal.

Cómo no superar el presente no es un libro para quien busca respuestas, sino para quien necesita saber que no está solo en la pregunta. Es una obra que acompaña, incomoda y abraza sin prometer nada. En ese gesto se convierte en una forma de resistencia, en arte impuro, en una manera de estar en el mundo.

Losada no busca épica ni redención. Busca verdad. Y la encuentra en los márgenes, en los colgados, en quienes no tienen lugar en la narrativa oficial. Su escritura es radical, impura, emocional. Evoca a Parra en su antipoesía, a Bolaño en su melancolía punk, a Valente en su desolación fecal del ser. Pero no imita: se apropia de esas voces para construir la suya, que se mueve entre la rabia y la ternura, entre la lucidez y el delirio.

El prólogo de Claudio Ferrufino-Coqueugniot no presenta el libro, lo acompaña como un eco lírico, como una voz que se suma al coro de Losada. Ferrufino no analiza, evoca. Desde Denver hasta San Cristóbal de las Casas, desde Kerouac hasta Lou Reed, su texto es un viaje emocional que refleja el espíritu del libro. “Preferiría no escribir sino apurar el vino. El ron penetra según fuego al interior de las tripas, no se escribe con el dedo sino con el sexo.” Su lectura es febril, visceral, sin concesiones. Y en ese tono se convierte en el mejor umbral para entrar a esta obra que no busca respuestas, sino preguntas que arden.

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