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El populismo: Entre  evo, el caudillo indomable y Andrónico, el verdadero huevo de la serpiente

José Luis Mollinedo De La Quintana

Nadie que tenga sentido común y una formación política mínima puede negar que los fenómenos políticos más importantes del siglo XX y de esta fase del siglo XXI han sido el MNR (en todas sus variantes y divisiones) y el MAS (con todas sus contradicciones y conflictos internos).

Tanto el MNR como el MAS, con sus propias gestaciones y sus particulares bagajes ideológicos, se convirtieron en portavoces y abanderados de los intereses nacionales y del conjunto mayoritario de las clases sociales.

No es objetivo de este pequeño ensayo analizar las similitudes y diferencias entre el MNR y el MAS, pero es pertinente puntualizar que, cuando el MAS emerge como alternativa nacional, lo hace desplazando y derrotando al MNR para ocupar su lugar.

Muchas veces Jaime Paz Zamora enfatizó que había que construir una Nueva Mayoría que desplace a la “vieja” que había construido el MNR. Incluso Paz Zamora agregó al MIR las palabras «Nueva Mayoría», quedando como resultado la sigla MIR-Nueva Mayoría. Empero, la Nueva Mayoría que desplazó a la “vieja” mayoría movimientista la construyó el Movimiento al Socialismo.

Por ello, el MNR y el MAS son, en la historia del país, instrumentos políticos fundacionales. Esto no quiere decir que no haya habido en nuestro desarrollo histórico partidos políticos importantes: los hubo y cumplieron destacada e interesante labor política. Ahí están la ADN de Banzer, el MIR de Jaime Paz, el PS-1 de Marcelo Quiroga, pero que no tenían ni cubrían el manto global de nuestra sociedad. Eran, más bien, expresiones que reflejaban parcialidades de la bolivianidad.

Rescatando una de las afirmaciones que ha emitido el candidato presidencial Rodrigo Paz al sostener que la mayoría del país es nacional-popular y que él quiere reflejar electoralmente lo nacional-popular democrático (lo de “democrático” es de su propia cosecha), para buscar colocarse en el supuesto “centro político”, distante del MAS y de la oposición tradicional encarnada en Samuel, Tuto y Manfred, entendiendo que el Movimiento al Socialismo, en todas sus fracciones, es en nuestro país la principal concentración política de la fuerza nacional-popular, vamos a intentar hacer una mirada imparcial de lo que ocurre en su interior.                                             

Símbolo del MNR

Símbolo del MAS

De la implosión interna a la pérdida de la hegemonía

La historia demuestra con creces que los movimientos populistas que logran una hegemonía en la sociedad sólo son derrotados por dos causas:

  1. Movimientos armados, nos referimos a golpes de Estado, guerras civiles o intervenciones militares extranjeras.
  2. Implosiones internas que se producen por diferentes factores que van desde la pugna por el liderazgo hasta las peleas por discrepancias, concepciones y posturas políticas.

Pero ojo, que los movimientos nacional-populares pierdan una elección no significa su desaparición. Hay fenómenos como el peronismo y el MNR en nuestro país que pasan de ser partidos hegemónicos a partidos mayoritarios dentro de un esquema democrático.

La crisis interna del MAS no escapa a esta constante histórica. Su actual situación se debe, básicamente, a una implosión interna que se expresa en varios factores, siendo el más importante su pugna por el liderazgo y la conducción del mismo, obviamente dentro de las condiciones que genera la actual situación política, económica y social que vive nuestro país.

Evo Morales: el caudillo indomable

Las sociedades como la nuestra, donde el grueso de nuestra formación social está compuesto por mayorías empobrecidas y con un desarrollo institucional endeble y frágil, generan una relación de las masas populares con la política a través de una identidad y una fidelidad con el conductor político. Esto se profundiza cuando el proceso político tiene un principal actor hegemónico.

Ese fue el rasgo principal que encarnó el MAS al ser el instrumento de la emergencia campesina, que ingresó a paso firme en la arena política. Dicha emergencia se identificó con la figura de su jefe, Evo Morales.

Evo Morales adquirió las dimensiones de un caudillo, con todas las características que ello supone.

El caudillo, por lo general, es autoritario; considera que la sociedad debe gobernarse a través de un esquema fuerte y de dominio, basado en un poder político rígido y en un control significativo sobre los actores sociales, sean estos grupos corporativos, clases sociales o protagonistas regionales. También debe tener el control de los tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Para el caudillo, su palabra y acción son ley, y deben ser lo que guíe la vida de los ciudadanos. El caudillo ama la concentración del poder.

Por lo general, el caudillo sale de las entrañas del pueblo. Por ello, tiene más empatía y le es más fácil conectarse con los sentimientos y aspiraciones de las masas. Al caudillo no le gustan las intermediaciones; prefiere mantener una relación directa con la gente, mejor si es fraccionada y sectorializada. Otra característica es que tiene empuje para enfrentar y superar obstáculos.

La historia demuestra que los caudillos seducen y enamoran a los pueblos, crean un nivel de fidelidad que llega al fanatismo. Por ello, es muy difícil desplazar a un caudillo de la política. Generalmente, los caudillos nunca se resignan a estar fuera del poder. Y cuando están fuera, hacen lo posible por volver contra viento y marea, incluso sin importarles si la correlación de fuerzas está a su favor o en su contra.

Los caudillos no tienen cultura democrática; para ellos, el desarrollo de la violencia es una de las maneras de hacer política. Está dentro de sus métodos. Hay que destacar que grandes caudillos de la humanidad han conducido a sus pueblos a una etapa de esplendor, para luego pasar a una fase de dolor, sacrificio, frustración y derrota. Tal es el caso de Hitler y Mussolini.

Sin embargo, en nuestro país, los principales logros de lo nacional-popular se han conseguido bajo la conducción de caudillos que, en términos generales, han mejorado la vida de las masas con medidas que, a través de los años, se vuelven irreversibles.

Los primeros años de la Revolución del 9 de abril, con la Reforma Agraria, la nacionalización de las minas y el voto universal, bajo la dirección de Víctor Paz.

Durante la emergencia del llamado “Proceso de Cambio”, con la impronta campesina aymara y quechua como principales protagonistas, la revalorización de las culturas y nacionalidades originarias, el poderío de lo corporativo, la inclusión social y el fortalecimiento del rol estatal en la economía. Todo ello bajo la batuta de Evo Morales. Ese fue el motivo por el cual, en sus momentos de gloria, Víctor Paz fue llamado por sus correligionarios “JEFE” y Evo Morales, “JEFAZO”. No es una mera coincidencia: es el reflejo del culto a la personalidad que despiertan los caudillos.

Sobre Evo y el evismo

Partamos del hecho contundente de que Evo y el evismo son un fenómeno estructural, no sólo de la política, sino de la sociedad boliviana. Tiene un acto fundacional y una razón de existir, abanderando el tema indígena y las necesidades de grandes sectores de las capas medias urbanas. Motivo por el cual logró obtener victorias electorales con más del 50%. Empero, esa fuerza hegemónica lo llevó también a tomar actitudes autoritarias.

No vaciló en destruir a sus enemigos internos —dentro del MAS— y en doblegar a los externos, atrincherados en las filas opositoras, durante los casi 15 años que fue presidente.

Evidentemente, hoy Evo no es el mismo de antes. Su desgaste —y las causas del mismo— son conocidas por la población. Sin embargo, pese a tal situación, Evo sigue siendo, en la política boliviana, un referente muy serio; tal vez el más importante. Su voto lo sigue colocando como el líder de mayor adhesión personal, porque es un voto que, en el plano individual, ningún otro político tiene. Siempre hemos sostenido que se puede hablar de evismo, pero no de tutismo ni de samuelismo. Estos últimos políticos son actores sin acto fundacional, producto del desarrollo de la democracia más que de una emergencia estructural. En otras palabras, su presencia en la política es volátil y gelatinosa.

Como Evo tiene mucho olfato político, induce a que los sectores campesinos y pobres asimilen que su proscripción política es también la de ellos, situación que, en alguna medida, es cierta.

Como todo caudillo, no le importa transgredir las leyes de la democracia formal. Se siente con el derecho de volver a pelear la presidencia, persistiendo en la búsqueda de tal objetivo contra cualquier impedimento. Considera que su habilitación como candidato es un derecho que nadie le puede negar.

En esa línea, está dispuesto a aplicar cualquier medida y estrategia para demostrar que, sin él, la democracia corre riesgo. Con cierta astucia, utiliza la actual crisis económica para llevar agua a su molino. Si bien su primer intento de “patear el tablero” y sacar del gobierno a Luis Arce fracasó —no porque su estrategia de bloqueos fuera mala, sino porque se manchó con sangre—, el líder chapareño seguirá insistiendo en su afán desestabilizador.

Todavía puede realizar algunas acciones duras. Puede sabotear y desvirtuar la realización del plebiscito del próximo 17 de agosto. Los más fervientes seguidores de Evo aseguran que su convocatoria al voto nulo tendrá un éxito sin precedentes.

Paralelamente, Evo ha decidido, desde el Chapare, desarrollar una lucha tenaz contra el próximo gobierno —sea el que sea—, buscando reposicionarse como la opción popular en un escenario donde se prevé que la crisis económica continuará. En este sentido, sostenemos que Evo es un caudillo indomable que, incluso, en un momento, puede optar por recurrir a tácticas “senderistas” para derrumbar todo el endeble y corrupto sistema institucional del país.

Por ello, es un análisis político débil considerar que Evo está muerto en política. Evo sigue vivito y coleando, y todavía representa a un sector importante de nuestra sociedad. Lo correcto era introducir a Evo al sistema político y, dentro del mismo, derrotarlo. Empero, los dirigentes políticos de hoy, amparados en la legalidad (actitud correcta desde el punto de vista jurídico), buscan desconocer la legitimidad social que tiene Evo. Olvidan que, cuando la legalidad entra en conflicto con la legitimidad, se crea el escenario preciso para que la sociedad viva constantemente en tensión y no pueda resolver sus problemas. Cuando se margina a sectores sociales de la democracia formal, estos estamentos eligen como forma de participación y reconocimiento social métodos de lucha que interpelan, y en algunos casos son antidemocráticos, pero legítimos.

Usando una figura: si no te dejan entrar a tu casa por la puerta, es justo que quieras entrar por la ventana.

Sociológicamente, lo correcto es que legitimidad y legalidad vayan juntas, como pareja indisoluble, del brazo y por la calle.

Empero, existe otro elemento subjetivo que la denominada “oposición democrática” tiene respecto a la habilitación de Evo: su temor a ser derrotados en las urnas por el mandamás del Chapare, ya que los actuales postulantes a la presidencia no pudieron vencerlo en anteriores plebiscitos.

Evo considera que  su retorno al poder es una demanda popular

La ausencia de liderazgos, de partidos políticos y la proliferación de candidatos favorece el caudillismo de Evo Morales

Liderazgo y partido político: unidad indispensable

Uno de los elementos que la superestructura política debe tener para consolidar la democracia moderna de pesos y contrapesos es contar con liderazgos políticos que encarnen las aspiraciones ciudadanas; sólo así se puede acabar con el caudillismo.

Revisando a algunos autores y estudiosos del tema de liderazgo político, entre ellos Isaac Hernández en su célebre libro Maestro de Sombras, podemos decir que un líder político debe ser un guía, tener una visión que absorba las aspiraciones de la gente y las combine con lo que en realidad se puede lograr. Es decir, debe tener una visión clara y una solución a los problemas sin apasionamientos ni poses demagógicas. Debe poseer empatía, capacidad de entender y de conectarse con los sentimientos de los diferentes grupos y clases que componen determinada formación social.

Es imprescindible que tenga carisma y que su presencia atraiga y motive a las personas. No hay liderazgo si no se tiene autoridad nacional, determinación en la toma de decisiones, capacidad de persuasión y flexibilidad para adecuarse a los cambios y desafíos de cada coyuntura. El auténtico líder construye equipos de trabajo y delega responsabilidades. Por último, la credibilidad de un líder está en su entereza para enfrentar y superar problemas, pero sobre todo en su integridad, ética y transparencia.

A estos requisitos personales que debe tener un líder se suman factores estructurales. Un líder tiene que irrumpir como consecuencia de una realidad social. En ese sentido, debe tener «ishu político»; es decir, ser la expresión política necesaria de un grupo o sector social. Pero además del ishu político, debe tener un acto fundacional, lo que significa haber realizado un hecho o una cadena de acciones que lo catapulten socialmente como líder.

Pero para ser líder, se requiere formar parte de un sistema político, donde la política se haga a través de intermediaciones que por lo general son los partidos políticos, organizaciones sociales o factores de poder como las FF.AA.

Los últimos líderes de la política boliviana fueron:

Gonzalo Sánchez de Lozada, que fue la renovación liberal del MNR;

Jaime Paz, que fue el conductor de la generación influida por los valores guerrilleros y que la llevó hacia los valores democráticos, siendo un actor central, junto a Siles Zuazo, de la recuperación de la democracia;

Y el general Banzer, que, partiendo del militarismo golpista, se convierte en expresión de una derecha democrática, sin cuya participación no se habría consolidado el proceso democrático.

Hubo proyectos de liderazgo que quedaron a medio camino por su desaparición física. Uno fue Marcelo Quiroga, con todo su perfil nacionalista en tránsito hacia una propuesta socialista de izquierda nacional; el proyecto de Max Fernández, con una propuesta populista-paternalista basada en la solidaridad; y Carlos Palenque, la voz de los sin voz, aunque su figura se acomoda más al perfil de un caudillo que al de un líder.

En la actualidad no hay líderes políticos, en parte porque el hegemonismo del MAS se encargó de impedir y bloquear la irrupción de partidos y líderes políticos. Las siglas que cobijan a Tuto, Samuel, Manfred y otros no son partidos políticos en sentido estricto (es decir, como intermediación entre propuesta política y sociedad), sino básicamente instrumentos electorales.

También se debe a que los actuales actores políticos no cumplen los requisitos necesarios. Su nacimiento político no tiene perfil propio; son desgajes que tienen como origen un riñón que no les pertenece. Tuto y Manfred vienen del riñón adenista. Ni siquiera fueron fundadores del partido de Banzer. Manfred cobró rápida independencia, mientras que Tuto liquidó la sigla de ADN porque no quiso cargar con la etapa dictatorial del general, teniendo incluso una pésima relación con la familia de quien lo introdujo en la política.

El caso de Doria Medina es similar. Viene del riñón mirista, tampoco fue fundador del MIR ni cuadro histórico del partido fundado por Chichi Ríos Dalenz. En vez de realizar una pelea interna por la jefatura y conducción del MIR, prefirió desmarcarse y crear Unidad Nacional (UN), bajo el argumento de no cargar la mochila de los mentados “narco-vínculos”.

Jaime Paz dijo irónicamente que Tuto y Samuel no son políticos, sino buenos técnicos, y que fueron buenos ministros. De Manfred sostuvo que es “candidato del pasado”.

Pero no hay nada de malo en ser candidato sin ser líder. Hay líderes que nunca han podido llegar al poder, por diferentes causas. El ejemplo más emblemático es Raúl Haya de la Torre, líder fundador del APRA peruano, cuyo pensamiento tuvo influencia continental. Jamás pudo ser presidente del Perú, pese a ganar elecciones. Pero su peso histórico fue tan grande que transmitió su fuerza política a su delfín, Alan García, quien llegó dos veces al poder. A partir de una buena candidatura se puede llegar al poder y construir liderazgo.

Los ejemplos de Zelenski y de Bukele son los más categóricos. El primero, siendo comediante, llegó a la presidencia de Ucrania y, al plantarse y defender la soberanía de su país ante Rusia, se convirtió en el líder indiscutible de Ucrania. El segundo es Bukele, cuya llegada al poder en El Salvador fue fruto del rechazo a los partidos tradicionales. Se convierte en líder querido y hegemónico cuando acaba con el mayor problema que vivían los salvadoreños: las famosas pandillas delincuenciales encarnadas en las terribles Maras, que generaron el mayor conflicto de inseguridad soportado por un país centroamericano. Bukele fue reelecto con una votación inédita que bordeó el 70%.

Lo que sucede con nuestros candidatos presidenciales de la denominada “oposición democrática” es que no tienen un candidato eje. Son figuras que se disputan el mismo espacio electoral, pero ninguno tiene el potencial de ganar en primera vuelta. Sus propuestas no enamoran a la gente, sobre todo al votante de las clases populares.

Algunos “analistas” hablan del voto identitario que tiene el masismo por su raíz campesina. Pero no mencionan que también hay un voto “identitario” en las tiendas opositoras, basado en el rechazo al indígena y en el racismo, obviamente con diferentes tonalidades, hecho que pone límites al crecimiento electoral de los aspirantes a la presidencia desde la “oposición democrática”.

Sus propuestas económicas para resolver la crisis en 100 días o, en su defecto, asegurar que se conseguirán 12.000 millones de dólares del extranjero, son, para quien tenga un poco de sentido común, fantasiosas y aparecen, simplemente, como promesas electorales.

Lo evidente es que, matiz más matiz menos, la propuesta económica de los candidatos opositores se basa en cumplir el plan de ajuste que, en escenarios como el que vive hoy Bolivia, plantea el FMI. Es un planteamiento duro y realista, pero que necesita de un protagonista con espalda política:

Primero, para lograr el control parlamentario que permita imponer sus medidas.

Segundo, para tener la capacidad de consensuar o enfrentar a los distintos actores sociales.

Avizorando la disparidad de la próxima Asamblea Plurinacional, sólo quien articule una alianza no sólo con las fuerzas “democráticas”, sino incluso con sectores populistas, podrá materializar un programa de reajuste económico.

Ningún candidato opositor, por sí solo, logrará tal objetivo. Por ello, el único camino que les queda es tener como piso un pacto de unidad. Pacto que, antes de la contienda electoral del 17 de agosto, no se dio. Falta saber si después tendrá algún auspicio.

La preocupación actual de cada uno de los candidatos de la llamada “oposición democrática” es entrar a la segunda vuelta (si es que la hay). El que no entre ya no tendrá en el futuro posibilidades de ser presidente. Si gana el populismo en primera vuelta, será la confirmación de que Tuto, Samuel y Manfred ya no llegarán al Palacio Quemado, aunque sigan haciendo política. Esta elección es la última oportunidad de ocupar la silla presidencial.

Otro elemento que conspira contra los actuales candidatos para que se conviertan en líderes es la ausencia de partidos políticos.

Desde la óptica marxista, el partido político es la vanguardia de una clase social que se convierte en el instrumento para la toma del poder. En esta línea, los partidos representan intereses de clase. Por ello, los proletarios debían construir su propio partido, que, al frente de una alianza de las clases oprimidas, conduzca a los pobres hacia el disfrute del poder.

Obviamente, el partido debe tener como ideología el marxismo, tiene como axioma la lucha de clases y, como estructura orgánica, la célula como base, y en la cúspide el Comité Central y el Buró Político. Las decisiones se toman en base al centralismo democrático. Esto quiere decir que las líneas de acción las marca el Comité Central y bajan hacia las bases, que las aprueban y ejecutan.

Se sostiene que, como enriquecimiento ideológico y de propuestas, el debate interno de ideas debe ser permanente. Cada cierto tiempo se debe realizar un congreso para actualizar la concepción ideológica y renovar las direcciones. Aun cuando se sostiene que para llegar a ser dirigente del partido hay que empezar desde las bases, no se descarta la cooptación. La cooptación es incluir a personas destacadas directamente en los niveles altos de conducción partidaria.

Pero el partido debe tener liderazgo y militantes. El líder es el conductor y el militante es la piedra angular del instrumento político. Debe tener lealtad e identificarse con las aspiraciones y planteamientos ideológicos y políticos. Tener un sentido de pertenencia partidaria que le permita luchar por su partido en épocas democráticas y de dictadura. Por último, el partido debe tener expansión y presencia territorial, y debe tener la dirección de la clase proletaria.

En nuestro país, los auténticos partidos, si bien siguieron las ideas y estructuras de la concepción marxista, tuvieron sus características particulares. Tal vez el ejemplo más claro es el MNR. Nació con una ideología nacionalista, con el objetivo de crear una alianza de clases para acabar con el poder minero-feudal y construir el Estado nacional. Su estructura orgánica se realizó en base a comandos zonales, regionales y sectoriales. Su alta dirección era el Comité Político, bajo la conducción de un jefe y un subjefe. Su máximo evento para tomar decisiones y renovar sus dirigentes era la Convención Nacional, donde delegados de todas las regiones y sectores movimientistas trazaban su ruta crítica a seguir según la coyuntura política.

El MNR se movió durante su historia usando tácticas variadas para llegar al poder: desde la contienda electoral, la insurrección popular, hasta el golpismo cívico-militar. Su presencia fue nacional, a lo largo y ancho del país. Su conducción fue policlasista. Hoy es sólo un grupo político residual.

A su manera y estilo, el MIR, la FSB, el PIR e incluso CONDEPA, en la medida en que han tenido ideología, han desarrollado sus propias estructuras orgánicas en coincidencia con sus objetivos políticos.

Hoy, los actores políticos no tienen estructura partidaria; tienen agrupaciones que, a partir de una sigla, son meros instrumentos electorales, cuya única finalidad es participar en las elecciones y derrotar al MAS, pero nadie muestra un proyecto nítido de país que señale un camino. No tienen estados mayores con políticos de primer nivel. Son más bien círculos de confianza alrededor de un candidato para competir. El hombre común no conoce qué principios ni qué modelo de país quieren realizar si llegan al poder. Sólo sabe que quieren acabar con el MAS y con el estatismo.

El propio populismo no es un partido. Tiene características propias que más adelante tocaremos. Hay quienes sostienen que es positivo que no haya partidos, porque permite una participación directa del ciudadano. Puede ser que, en algún sentido, esa afirmación sea cierta. Pero el desarrollo de una sociedad hacia la modernidad democrática requiere de un sistema político con partidos y líderes.

La ausencia de partidos da cabida a la mediocridad y al transfuguismo político. Una expresión de esta situación es, por ejemplo, la mala imagen que tiene el hombre común de la mayoría de los parlamentarios.

Evo Morales: el vellocino de oro

Por ello, los candidatos opositores, para convertirse en líderes, prometen a su electorado entregarle el vellocino de oro: la cabeza del caudillo Evo Morales.

La competencia en ese sentido es abierta. Los principales candidatos prometen que, en menos de lo que canta un gallo, pondrán a Evo en la cárcel, incluso que lo extraditarán a los Estados Unidos por narcotraficante.

Manfred dice que a él no le temblará la mano y que, como militar, ingresará al Chapare para agarrar al expresidente. Tuto ha dicho que Evo es un cobarde y que sólo le queda la cárcel o escaparse a Cuba o Venezuela. Samuel afirma que lo pondrá ante la justicia. Incluso el ex aspirante a la presidencia, Dun, afirmó que si llegaba al poder, apenas estuviera jurando, Evo ya estaría detenido. Sin descartar que el propio Andrónico sostuvo que, si el hermano Evo tiene problemas con la justicia, es el poder judicial —con su autonomía— quien debería encarar el tema. Sólo hubo la voz discordante del exministro Lima, quien sostuvo que el apresamiento del líder cocalero sólo traería convulsión social y lo convertiría en un mártir.

Lo cierto es que son sólo posiciones electorales. Que quede claro: no estamos defendiendo a Evo. Si tiene que rendir cuentas a la justicia, tiene que hacerlo. Pero, al margen de tener pruebas sólidas y contundentes, se requiere tener espalda política. No es un tema de voluntarismo, sino, como todo en la política, un tema de correlación de fuerzas.

Se tiene que entender que Evo está agazapado no sólo en un fortín político, sino que tiene el control territorial y social del trópico cochabambino. Todos intuyen que en el Chapare se produce cocaína, y que la dirigencia de las federaciones sindicales del Chapare está comprometida con la producción del polvo blanco en un acuerdo con carteles mexicanos y colombianos que operarían en la zona. En consecuencia, Evo estaría comprometido en el narcotráfico.

Durante el primer gobierno de Evo Morales, tuvimos la ocasión de asistir a un seminario en Lima sobre narcotráfico y política. Ahí nos enteramos de que la DEA había hecho un seguimiento para ver si, como personas, Evo Morales, Álvaro García Linera y Juan Ramón Quintana tenían ligazones con el narcotráfico. La conclusión fue que nunca encontraron evidencias sobre el tema. Por ello, el expresidente Morales y sus principales colaboradores nunca han tenido, ni tienen, pedido de extradición por parte de la justicia o del gobierno norteamericano, como sí ocurre con Maduro y Diosdado Cabello —este último acusado de ser jefe del cartel de Los Soles.

Por eso, cuando algún candidato dice que va a extraditar a Evo a EE.UU., está mintiendo. Que pueda ser acusado por otros delitos que haya cometido y sea juzgado por la justicia boliviana es otra cuestión. Pero usar la extradición de Evo como bandera electoral es simplemente una impostura.

Para los norteamericanos y la DEA, el delito de narcotráfico es intuito personae y debe estar respaldado con pruebas categóricas. Los norteamericanos, en este tema —como en otros delitos, como el lavado de dinero—, son serios. La persona acusada debe haber conspirado y perjudicado directamente al gobierno de EE.UU. y al ciudadano estadounidense. No se inventan pruebas. Quien afirma lo contrario es un personaje que no tiene la menor idea de cómo actúan los gringos.

Pero más peligroso aún es decir que se entrará al Chapare y se acabará con los cocaleros. Eso ya es demencial. Tal posición sólo se puede lograr sobre un baño de sangre, donde morirán militares y campesinos. Con seguridad, quien ordene esa acción será juzgado —más temprano que tarde— de manera internacional, por matar campesinos y provocar la muerte de soldados.

Hablando con un actual jefe militar, me decía:
“Yo quiero ver a Tuto, a Samuel, a Manfred o a Rodrigo Paz encabezar la toma del Chapare… a ver si no se orinan en los pantalones. Fácil es hablar, cuando la mayoría de ellos no ha hecho ni el servicio militar. Además, ningún oficial lo hará si no tiene una orden escrita y cuenta con una adecuada dotación y armamento. Hoy, las Fuerzas Armadas no tienen ni munición. Los militares después somos los que pagamos el pato y acabamos en la justicia ordinaria, mientras los políticos se protegen entre ellos. Además, hay oficiales de origen campesino al igual que la inmensa mayoría de los soldados que también tienen raíz campesina, no van a querer disparar contra los de su raza. Ya se vio en la toma de Senkata: los soldados no querían disparar contra los alteños, porque veían que eran de su misma extracción social”.

Por ello, quien busque anular a Evo debe, primero, doblegarlo políticamente.

Evo Morales

Evo: la espada de samurái, Andrónico: el verdadero huevo de la serpiente

El enemigo principal de Evo Morales es Andrónico, porque cuestiona su liderazgo desde su núcleo central: el mundo cocalero. Evo, el político con más intuición, sabe que una buena elección —mucho más si es victoriosa— de Andrónico le compite en el liderazgo campesino y popular, y eso es algo que un caudillo como Evo, jefe histórico de la emergencia campesina en este siglo XXI, no puede permitir. Por eso, como samurái, amenaza con cortarle la cabeza al actual presidente del Senado. Quiere hacerle sentir a Andrónico su fuerza y advertirle que, si puede liquidarlo, no dudará en hacerlo.

La historia registra que no hay batallas más sangrientas que las internas. La Guerra Civil de España es el ejemplo más emblemático. Pero este tipo de conflictos, que ocurren en una nación, también se dan dentro de un partido político. Generalmente, surgen por disputas de liderazgo. Dentro de la sociedad, las propias familias no son ajenas a los conflictos internos. ¿Quién no conoce el caso de familiares que llegan a confrontaciones irreversibles por la distribución de una herencia?

Andrónico sabe de los riesgos y peligros que implica enfrentarse a Evo. Por ello, no lo ataca directamente; mantiene la ilusión de que, en un momento de lucidez, el líder del Chapare entienda que el mejor camino para preservar el llamado “proceso de cambio”, mantener su vigencia política e incluso asegurar su seguridad personal, es la llegada de Andrónico a la Casa del Pueblo.

Sin embargo, el joven candidato a la presidencia no es ingenuo. Sabe que es difícil conseguir el apoyo de Evo, por lo que paralelamente mueve sus fichas. Lo primero que intenta hacer es vaciarle al evismo gran parte de su base social y electoral, dando a entender que si no se construye una alternativa con opción de victoria, no sólo puede volver al poder la “derecha”, sino que los indígenas pueden perder no sólo las conquistas sociales que lograron, sino todos los beneficios, placeres y disfrutes que el control de la Casa del Pueblo permite.

En ese sentido, hay que entender su proselitismo electoral. Poco le interesa el electorado de las otras opciones políticas que se autodenominan democráticas. Entiende que ahí no cosechará votos. Empero, le alegra su fragmentación en varias alternativas electorales, porque es consciente de que eso lo beneficia.

Por eso, es coherente que no vaya a debates ni se exponga públicamente en escenarios que no le favorecen. Prefiere competirle a Evo y a las demás expresiones populistas con las prácticas que han utilizado estos últimos 20 años.

Esas prácticas consisten en recurrir a la verticalidad del voto corporativo de los llamados movimientos sociales, para convertirse en el “voto útil” del populismo.

Andrónico forma parte del poco espacio de renovación que se ha producido en el espectro político del país.

Lo irónico es que el proceso de renovación política sólo se está dando dentro de las filas del populismo. No sólo está Andrónico. Está también la figura de la alcaldesa alteña Eva Copa, que con buen criterio se bajó de la contienda presidencial, porque era una decisión prematura y sin sentido. Eva Copa debe buscar primero su reproducción como alcaldesa. Empero, conviene puntualizar que junto a Luisa Nayar son las figuras femeninas con más fuerza emergente.

Otra figura interesante y joven en el panorama político es Eduardo del Castillo, que en otro contexto favorable a la sigla del MAS, hubiera sido un gran candidato.

Nos hemos referido tangencialmente al tema generacional porque, siendo una demanda de la sociedad, ha sido ignorado por los candidatos de la denominada oposición democrática, que prefieren tener en sus estados mayores a gente cercana a la tercera edad. Incluso los propios líderes del bloque democrático son personas que ya pasaron los 60 años. Y aun cuando no se quiera admitir, el tema generacional jugará un rol en el próximo plebiscito nacional.

Otro elemento interesante es la actitud de Andrónico, que, pese a todo, decidió seguir un camino de confrontación, no sólo contra el jefe del Chapare, sino contra el líder indígena más potente: Evo. Aun admitiendo que el líder cocalero no tiene la fuerza de antes, es imposible pensar que Tuto o Manfred se hubieran enfrentado a Banzer cuando el general tenía fuerza política. Goni buscó el camino de la continuidad y heredar al MNR; jamás pensó en enfrentar a Víctor Paz. Samuel, mientras Jaime tuvo fuerza externa y su liderazgo era indiscutible dentro del MIR, nunca se atrevió a enfrentar a Paz Zamora. Doria Medina se aleja del MIR cuando empieza el desplome de dicho partido.

Lo que quiero significar es que la actitud de valentía de Andrónico, al enfrentarse internamente a un caudillo como Evo —que ha resuelto usar el poder que mantiene para demolerlo—, es notable. Pero esta conducta de Evo con Andrónico es típica de todos los caudillos con rasgos mesiánicos. Basta recordar la furia y el odio con que reaccionó Carlos Palenque cuando Mónica Medina resolvió seguir un camino político autónomo y propio al de quien en ese momento era su esposo.

Por todo ello, las perspectivas políticas de Andrónico pueden tener muchos desenlaces. Veamos los más importantes:

A) Que su candidatura logre ser el condensador del voto nacional-popular y, ante el riesgo de perder el poder, se imponga el “voto útil” dentro del Bloque Nacional Popular, y las corporaciones favorezcan al presidente del Senado, quien logre el 40% en primera vuelta y gane la elección.

B) Que entre a disputar la segunda vuelta y, aun cuando la pierda, tenga una bancada parlamentaria que le permita, en la Asamblea Plurinacional, ser la expresión del voto nacional-popular, jugando un rol interesante.

C) Que quede tercero, muy cerca de la votación de los dos primeros, y logre un posicionamiento político que le abra una perspectiva futura. No hay que olvidar que Andrónico tiene 36 años, mientras que los principales candidatos de la oposición tienen un mínimo de 65 años. Biológicamente, podrían ser sus padres. Por ello, la demanda generacional es vital, porque la mayoría de los dirigentes políticos actuales son parte de una gerontocracia que no quiere ser desplazada del escenario político.

Pero ninguno tiene la convocatoria de masas de Hernán Siles Zuazo, la inteligencia de Walter Guevara Arce, la habilidad de Juan Lechín Oquendo o la visión y espalda histórica de Víctor Paz Estenssoro. Son aprendices comparados con los líderes de la Revolución Nacional de 1952.

Si se cumplen los escenarios A, B o C, Andrónico podría convertirse en auténtico huevo de la serpiente. Sería la serpiente joven que se devora a la que le dio la existencia. En este caso, nos referimos a Evo Morales.

También puede ocurrir que la ofensiva de Evo contra él sea tan fuerte que lo reduzca a su mínima expresión. Mientras tanto, si el máximo líder de los campesinos y del Chapare consigue que el voto nulo alcance un porcentaje mayor al 20%, habrá logrado su objetivo de deslegitimar el actual proceso electoral, y se dará un primer paso en la gestación de la conflictividad social, generando un cuadro posprimera vuelta de imprevisible pronóstico.

Evo, en el fondo de su corazón, quiere que suba la derecha. En su óptica está la lectura de que ningún candidato resolverá la crisis ni podrá meterlo preso. Entonces, como ladrón en la noche, los esperará desde su guarida del trópico de Cochabamba para brincar sobre la yugular de sus adversarios y posicionar entre las masas populares que sólo él puede resolver la crisis y que su retorno al poder es una necesidad.

Hay una posibilidad muy remota de que Evo y Andrónico lleguen a un acuerdo y que Evo sea el soporte de la candidatura de Andrónico, pero es muy difícil que se dé tal situación, fundamentalmente por la ambición de Evo.

Conclusión

En el actual escenario electoral, Evo representa la interpelación de las elecciones. Andrónico quiere ser la nueva opción democrática del populismo, en el marco de un sistema de partidos. Lo cual no quiere decir que cuestione la actual ruta del llamado “proceso de cambio”; lo que aspira es a darle unos retoques.

Los otros actores del “Proceso de Cambio” tienen sus propios intereses:

Eva Copa quiere preservarse.

Del Castillo busca quedarse con la sigla del MAS para seguir un camino propio en el futuro.

Dependiendo del lugar que ocupe Andrónico, podrían acercarse a él para conformar una alianza.

Luis Arce quiere salvar los muebles, evitar que lo juzguen y, si las cosas se complican, irse del país.

Es inevitable que, si la oposición toma el poder, desde el campo populista se señale a Luis Arce como el enterrador del “proceso de cambio”.

Muchos consideran que el populismo está muerto y que su derrota es inevitable, amparados en la sintomatología de las encuestas. Se limpian la boca antes de comer. No quieren aprender del pasado. Habría que recordarles la frase de la telenovela Pablo Escobar, el Patrón del Mal:

“Quien no conoce su historia, está condenado a repetirla.”

Estamos a pocos días de conocer la realidad que dejarán las urnas. Pero lo que sí se puede afirmar es que el gobierno que venga tendrá una gran fragilidad.

Andrónico Rodríguez, ¿renovador o huevo de la serpiente?

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