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El poemario sobre la mesa de noche

“Amo tener mis fantasmas,
 y amo tener mis recuerdos”
Debbie Reynolds

Márcia Batista Ramos

Recordé que desde que estoy aquí, siempre es domingo, a pesar de que ningún día se repite. Ni las noches, nunca son iguales. Es como las palabras unidas en versos, por más iguales que parezcan, nunca se repiten o por más que se repitan no son iguales. Porque el dolor de ahora, no es el mismo que fue o la alegría siempre será nueva y no se igualará a la alegría pasada.

Me gustaría ser libre como la lluvia…Poder mojar los domingos amarillos, éstos que tienen un silencio mustio, que saben más que a pereza, saben a melancolía…Y cuando nos percatamos ponemos las manos en los bolsillos, buscando algo para mascar, como frutas secas, por ejemplo, para tratar de disimular el desconsuelo…

En un domingo cualquiera, vi que seguía allí sobre la mesa de noche, el poemario que arropaba los secretos que el poeta se cansó de cobijar y decidió gritar al mundo. Todo lo que no calló y con contundencia lo gritó en versos, como lo hacen quienes no tienen a dónde arribar y no quieren, por nada del mundo, someterse al silencio.

A mí, el mundo me causa este sentimiento que ahueca mi vientre y no sé explicar… Tal vez, si fuera poeta, pudiera escribir sobre lo socialmente establecido y la ilimitada impresión que me causa el mundo, además, todo lo que, lentamente, columpia en mi mente (mezcla de trenes, vacas y ladridos con hierba fresca).

Lo que pasa, es que no volví a tocar el poemario, apenas lo dejé allí y lo miré como el albacea del dolor e impotencia del poeta. Creo que los versos son la mejor manera de dejar rebalsar el alma, por eso, sin querer uno se hace poeta. Porque no debe ser una decisión personal hacer hablar a las palabras, en forma de versos.

En un verso, es muy interesante lo que ocurre: ¡la palabra, simplemente, explota! Así, sin ninguna invitación para formar una ronda, con otras palabras… Como si el viento las hubiera llamado. Las palabras vienen, se unen de las manos en una ronda, cantan, gritan, se desahogan y se entregan al mundo, abandonando al poeta; después que “el poeta tocó lo impalpable y escuchó la marea del silencio cubriendo un paisaje devastado por el insomnio” dijo Octavio Paz.

El insomnio alarga la noche y trae los fantasmas del pasado, no deja la mente en paz y uno piensa todo y siente angustia, cansancio, miedo… Pero, si todos fuéramos poetas, escucharíamos las olas del silencio de la noche y dejaríamos escurrir un verso por la pluma, tomaríamos las palabras, nos apoderaríamos de ellas y podríamos poseer el verso, mismo a sabiendas que sería apenas por un momento fugaz, porque ningún poeta posee para siempre su verso.

Verdad. Ningún poeta, posee su verso, después que su pluma vierte las palabras en un papel, ellas ya no son suyas. Porque la voz del poeta se calla cuando su verso toca otros ojos y otras voces del mundo; en el espacio se escucha a lo lejos, mismo después de muchos años, el eco de su voz y todo lo que dijo, en su confesión echa poema. Empero, en ese momento, el universo se apropia de las palabras, para, tal vez, prestarlas a otro poeta ahogado, que quiera gritar su dolor en versos al mundo, para así formar una poesía que “(…) es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse y que forman algo así como un misterio”, nos dijo Lorca.

El misterio de la arena en el desierto en un domingo soleado, no es el mismo misterio del domingo soleado en la ciudad, ni el misterio de un domingo soleado cualquiera, en cualquier lugar.

No conozco muchos lugares, normalmente, estoy resguardada por las paredes rosadas de mi habitación, aquí o allá, siempre las paredes son rosadas y los cristales de las ventanas dejan traspasar el cielo de domingo. Por las noches, mis ventanas son iluminadas por las luces de otras ventanas que brillan mucho, como estrellas de neón y no dejan que yo vea el cielo desde los cristales de mi ventana, pero puedo escuchar la voz interminable del viento.

El viento sabe todo porque todo lo oye, por eso es quien más se engalana con la belleza de las palabras que arrastra y descubre historias y secretos cuando remueve la arena; el viento carga la musicalidad de las palabras de todas las geografías; cuando cierro mis ojos, escucho y me conecto con el viento y escucho lo que dijeron en otros países, eso me hace sentir muy cómoda mismo sin entender. En esas horas siento añoranza de las caminatas por la playa y recoger poemas como quien recoge caracolas en la arena. ¿Eso es lo que hacíamos o me equivoco?

A menudo uno se equivoca, porque los recuerdos tienen un nivel físico y uno energético, a veces no sabemos se hicimos todo lo que dijimos que haríamos o si nuestros planes se frustraron. O si lo que recordamos fue apenas un proyecto… Total, añoro las caminatas por la playa, allá donde el silencio siempre está interrumpido por matices del silencio: cuando la ola revienta, cuando la ola llega a la playa y cuando el reflujo marino la absorbe otra vez para el interior del mar, dejando la arena mojada, borrando las palabras escritas en la arena.

Las palabras escritas en la arena, nunca van más allá del ancho mar, son como los versos que el poeta no se atreve a confesar; son los poemas que no transitaran caminos, porque duelen mucho, tanto así, que no deben ser pronunciados, entonces se los aborta, para que no desnuden, con crudeza, los rebeldes vaivenes de la vida; representan ciertas palabras que nunca se las fundirá en hermosos versos; es doloroso, lo sé, pero aprendí que no adelanta evadir la oscuridad y soñar con el alba.  Ya que siempre sonará en la cabeza una voz secreta, que hará imaginar lo que la cordura no se atreve a pensar o escribir en versos.

Recordé que desde que estoy aquí, siempre es domingo, a pesar de que ningún día se repite, especialmente aquí, donde no hay rutina porque ya no volverán los inviernos, ni se repetirá algún verano, siempre será domingo y me arreglaré al despertar, por si acaso vengas a visitarme y recoger el poemario que sigue inmóvil sobre la mesa de noche.

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