La reciente muerte de Eduardo Pérez Iribarne nos invita a reflexionar sobre su vida y el rol que él, como sacerdote jesuita, desempeñó en Bolivia durante los últimos 50 años. Además, nos trae la necesidad de explorar el sentido y el papel que los miembros de la Compañía de Jesús han jugado en la construcción del socialismo y el ascenso del Movimiento al Socialismo (MAS) al poder en Bolivia.
Si bien esto sería una tarea digna de una profunda investigación de cientistas sociales y políticos, me limitaré a destacar algunos puntos que marcaron mi amistad con Eduardo a lo largo de los años.
La primera memoria que tengo de él data de julio de 1978, durante la elección presidencial que siguió a años de regímenes militares. Hasta entonces, la tradición política estuvo fuertemente marcada por el MNR y el fraude electoral era una constante. Esa elección no fue la excepción. Todavía por entonces se usaban papeletas de diferentes colores y signos para cada una de las candidaturas. Fue a altas horas de esa noche –mientras en el sótano de la Biblioteca Municipal de La Paz la candidatura opositora ya tenía montada una operación de llenado de ánforas y en paralelo el régimen de turno hacía lo propio en instalaciones militares de El Alto– que en las puertas de ese histórico edificio se dio lugar a un pugilato entre algunos jóvenes, por así decir de derecha, y otros igualmente jóvenes españoles, de izquierda. En la trifulca, uno resultó siendo Eduardo Pérez, probablemente recién llegado a Bolivia. Así fue cómo lo conocí.
Años después, nos reencontramos. Él como joven periodista de radio Fides y yo como candidato a la alcaldía de La Paz. Eduardo tenía una personalidad magnética y carismática. Recuerdo su lucha frontal contra José Gramunt de Moragas, otro sacerdote jesuita muy respetado a quien le hizo una guerra sin tregua, hasta sustituirlo en la dirección de Radio Fides. Gramunt, fundador de la Agencia de Noticias Fides en 1963, fue un referente de rectitud y sobriedad. Las diferencias entre ambos no solo se notaban en su estilo periodístico, sino en sus posturas ideológicas. Mientras Gramunt se mantenía al margen de la política, Eduardo, aunque no abiertamente, apoyaba las opciones de izquierda, inclinándose finalmente hacia el MAS y Evo Morales.
Durante años busqué su consejo y, a veces, hasta su guía espiritual. Eduardo bautizó a varios de mis hijos y yo creí que éramos amigos hasta que comprobé lo contrario: durante la campaña municipal de 1999, habiendo sido él mi asesor, apoyó la traición de Guido Capra y Roberto Moscoso, quienes voltearon su voto a favor de Juan Del Granado, contradiciendo el compromiso a mi candidatura de Gonzalo Sánchez de Lozada. Estábamos a solo un voto para decidir la alcaldía y Eduardo Pérez y Carlos Mesa inclinaron la balanza del voto decisorio de Cristina Corrales a favor de Del Granado del movimiento socialista MSM. Tiempo después, Cristina dijo que ése fue el mayor error de su vida política.
En 2019, tras 11 años de autoexilio, volví a Bolivia y, después de una entrevista que me hizo John Arandia en Radio Fides, muy emotiva por estar yo aún muy afectado emocionalmente luego de estar tanto tiempo fuera y viendo el deterioro tan grande de Bolivia en todo sentido, decidí visitar a Eduardo. Me encontré con un hombre distinto. Me despedí desconcertado por verlo así.
Tras su muerte, circuló por las redes su mensaje de despedida a los medios que él grabó a fines de 2017. El hombre austero y adusto que siempre vestía de oscuro se despidió con una chaqueta amarilla, brillante y ese último mensaje público prácticamente puede resumirse a una sola palabra: libertad.
En el ocaso de su vida, Eduardo abrazó el liberalismo más puro, defendiendo la libertad como su último legado. La verdad, me sorprendió, yo esperaba un contenido sobre solidaridad, humildad o comunidad. Pero no. Fue en libertad en lo que él pensó y a lo que se aferró en sus últimos años.
Días después, Nicolás Sanabria, un antiguo colaborador suyo, relató cómo Evo Morales y el MAS habían prácticamente destrozado el sueño de Eduardo de convertir a Fides en un gigante de la comunicación, llevándola prácticamente a la quiebra.
Adiós, Eduardo. Tu fe y tu dedicación a los pobres no impidió que tomes el camino equivocado y fueras traicionado como muchos que abrazaron al socialismo de buena fe. Afortunadamente, tus colaboradores leales están dando testimonio y enmendando el rumbo. Han escuchado tu mensaje: la libertad es esencial.
Ronald MacLean Abaroa es catedrático; fue alcalde de La Paz y ministro de Estado.