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El naufragio de las artesanas

Martha Irene Mamani 

Bolivia está sumida en una crisis profunda que no se avizora su fin. La economía no es el único problema, pero es el que está ahogando a las mujeres artesanas.

En una mezcla de sobrevivencia y creatividad, cada domingo, en la feria de El Alto, Marta Paredes rastrea con una destreza única pedazos de bisutería entremezclada con la ropa usada. Dice que allí encuentra las piezas que le hacen faltan para crear aretes, collares y manillas que son el corazón de su emprendimiento: Mia Bellezza. Mary Rojas, en cambio, está a punto de hacer un viaje de no retorno y asiste a las ferias populares del centro de la ciudad de La Paz para dar adiós a sus últimos tejidos. Su experiencia y experticia de más de 25 años como tejedora artesanal está a punto de desvanecerse.

Marta y Mari son el rostro de cientos de mujeres textileras, joyeras, carpinteras, metaleras, zapateras y otros rubros productivos que por años y décadas se han empeñado en montar su propia unidad económica. No son comercializadoras o reparteras de mercancías importadas, sino creadoras nacionales. Las artesanas, también conocidas como emprendedoras y microempresarias, además de asegurar comida diaria para sus hijos, generan empleos para terceros y pagan impuestos bajo la figura de régimen simplificado. Además, para muchas de ellas, su emprendimiento es más que una fuente de billetes, sino un espacio de autorrealización económica.

Hoy, mientras se desfigura la Bolivia de la “industrialización del litio y de biocombustibles”, también los sueños y los esfuerzos de las mujeres emprendedoras se desvanecen como arena de la mano. Sus aspiraciones de exportar sus creaciones cada vez quedan reducidas a lo mínimo: no perder la inversión. De acuerdo con la Confederación Nacional de la Micro y Pequeña Empresa (Conamype), donde el 70 % de sus integrantes son mujeres, el sector se encuentra totalmente estancado. En 2024, han remado contracorriente, pero en lo que va de 2025, subsistir ya no es una opción, sino una tortura. De los más de 600 mil emprendimientos a nivel nacional, casi el 90% han paralizado sus operaciones.  

Arte de protesta elaborado por CONAMYPE

Las artesanas no cuentan con quien les proporcione materia prima. Mientras se instaló el mercado negro del dólar, el precio de la materia prima se disparó. Marta se ha quedado sin perlas, alambres, piedras y demás insumos para decorar el catálogo de sus collares y aretes. Al igual que ella, las zapateras quedaron sin clefa ni cuero; las tejedoras, sin ovillos de lana y botones; las carpinteras sin pintura ni barniz. La crisis económica que recorre Bolivia reveló un hecho incomodo: el rentismo caló tan fuerte en la matriz económica por lo que hoy, los bolivianos tienen una dependencia extrema del mercado internacional de insumos.

“Lo hecho en Bolivia está de luto (…). Antes, un rollo de tela importada costaba 15 mil bolivianos. Hoy cuesta 30 mil bolivianos”, declaró Helen Ribero, la máxima representante de los microempresarios bolivianos.

Marta, la artesana de bisutería, sabe de memoria cómo sus costos de operación han subido. Dice que antes compraba la docena de fierros de 100 gramos para los aretes con 25 bolivianos. Ese mismo material hoy cuesta 45 bolivianos. Las bolsitas para empaquetar los productos finales antes costaban 10 bolivianos. Ahora el costo se ha duplicado a 25 bolivianos.  El tema de fondo es que las empresas importadoras no solo transfieren todos los costos elevados de importación a los productores, sino que también comenten agio y usura. En medio del caos y la desregulación del dólar, no hay quien controle las reglas de juego de la importación de materia prima, denuncian las artesanas.

A simple vista, la puerta de solución de las artesanas sería aumentar los precios de sus productos, es decir traspasar los costos a los usuarios, pero Marta, la dueña de Mia Bellezza, dice que el asunto es más complejo y que tienen que ver incluso con cuestiones éticas. En tiempos duros la gente no está para vestirse ni comprar decoraciones, sino asegurar el estómago. Marta es una mujer que busca equilibrios. Sin bajar la calidad de sus productos, aumentó el valor de venta de sus creaciones de forma moderada: no más de 50%. Un collar con perlas coloridas que antes vendía a 40 bs, hoy oferta a 60 bs. Aun así, no logra recaudar los ingresos como solía antes. En periodos previos a la crisis, en un lapso de dos a tres días, Marta generaba alrededor de 500 bs y con eso comía bien y cubría todos los costos de operación e inversión, pero hoy apenas colecta 100 bs y hay días en que nadie se asoma a su punto de venta.

“Hoy vendí 3 aretes, con eso ya son 30 pesos, con eso por lo menos voy a cubrir mi almuerzo”, sonríe la artesana, mientras muestra un dije del collar (relicario) turquesa que antes habría sido parte de un arete pomposo.

Marta, creadora y promotora del emprendimiento Mia Bellezza.

La falta de materia prima y la falta de compradores es solo la punta del iceberg. Los apuros económicos en realidad son una afección profunda muchas veces invisible y difícil de discernir.  Mari, la tejedora, no debe ni un peso al banco y Marta montó Mia bellezza con ahorros propios, pero el 97% de los microempresarios trabaja con préstamos bancarios. Cada microempresario al menos necesita de cinco mil dólares para empezar cualquier negocio o emprendimiento. Hoy todos ellos “están a punto del suicidio colectivo”, señala Helen Ribero.

“Los bancos están haciendo anatocismo a los microempresarios”, agrega la representante de los emprendedores, quien considera que las entidades financieras están aplicando medidas arbitrarias.

Estas prácticas no son recientes. Se establecieron ya desde la pandemia, cuando los bancos comenzaron a cobrar a los emprendedores prestatarios interés sobre interés. Por ejemplo, los que han pedido un préstamo de 10 mil dólares, hoy deben 35 mil o 38 mil dólares. “¿Cómo sucedió esto?” cuestiona Ribero. La Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero (ASFI), instancia estatal que debería fiscalizar y controlar a los bancos, en realidad asfixia a los pequeños productores al no tomar acciones, añade.

Los artesanos están cansados de esperar acciones del gobierno, al cual consideran que les ha dado la espalda. Si bien hace tres y cuatro años les facilitaron préstamos con un 0,5% de tasas interés y habilitaron la billetera móvil para que se consuman los productores nacionales, después llegó el olvido, recapitula la presidenta de Conamype.  

En ese contexto, la Conamipe elaboró una propuesta de ley, que acompañó con un decreto para la condonación de deudas, pero ambas iniciativas fueron rechazadas. El desaire a los artesanos, en parte, tiene que ver con el letargo existente dentro del Viceministerio de la Micro, Pequeña Empresa y Artesanía, según la Conamype.

La resiliencia autogestionaria

La resiliencia en tiempo crisis no siempre funciona. A medida que se profundizan las dificultades, los nervios de las artesanas también acrecientan. Entonces, muchas optan por pausar, o en extremo, abandonar, sus emprendimientos. Mari Rojas, experimentada tejedora, antes de dar fin a su emprendimiento, dio varios gritos de socoro. Ha ido a los colegios cargada de sus tejidos escolares. Entró al mundo virtual y colgó fotos de sus tejidos en maketplace, Facebook. También visitó Tik Tok. Tampoco ha dudado en ir a las ferias dominicales de El Prado. Aun así, las ganancias no superaron las perdidas, entonces un día de 2025 dejó de tejer.

“Antes recibía giros hasta de 1.800 bolivianos fuera de mi capital, se ganaba. Los tejidos a mano eran buscados y apreciados. Ahora, en un día se gana 40 o 50 bolivianos. Ayer en todo el día no vendí nada. Yo lo único que quiero es terminar todo lo que tengo, por eso estoy bajando los precios”, señala Mari.

Pese a todo este oscuro panorama, Mari no está triste. No siente que está desahuciada del todo. Dice que venderá perfumes y hará pasteles.  Vio que la comida siempre es buscada en todo lado. Además, ante la falta del pan, la gente compra casi de forma obligada masitas y empanadas.  Mari, en su larga vida haciendo suma y resta de ganancias y pérdidas, aprendió que no todos los huevos se ponen en la misma canasta. Por ello, años atrás empezó a vender perfumes y tiene estudios en gastronomía. Mari dejará de tejer suéters, pero no de emprender.

En cambio, la reacción frente a la crisis de Marta Paredes es distinta. La creadora de bisutería se aferra a su emprendimiento con una convicción obstinada notoria, aunque su decisión parece no cernirse a un mero cálculo económico. Dice que la artesanía le ha salvado del problema de los nervios. Un doctor le dijo que tenía que tener las manos ocupadas y la artesanía fue la respuesta a su salud mental. De cuando en cuando, Marta suele preguntarse si vale la pena cargar un negocio con magras cosechas, y sus respuestas tienden a ser la misma: no traicionar la bisutería. Entonces, Marta se ha convertido en la artesana de adaptaciones contantes. Visita la feria de El Alto no solo a recolectar collares made in USA para después desmembrar, sino busca contactos por internet y hace pedidos de materiales alternativos. También hace peripecias para estar en todas las ferias posibles aun así no venda ni un collar.

“Todo está más caro, entonces yo ya tengo que ver maneras de cómo crear otras cosas donde se utilicen menos esas piedrecitas… El nácar he adaptado, he cambiado las piedras naturales por las más menuditas que son económicas, pero igual se ven bonitas”, señala la artesana.

No todas las artesanas tienen la misma fuerza de Marta para sostener sus negocios ni aguantar la mala hora de Bolivia a nombre de resiliencia. Muchos abandonan sus negocios por completo y se van del país. Helen Ribero recuenta que en los últimos tres meses han organizado una “fiesta” de despedida para 15 mujeres emprendedoras que se dirigían a Argentina. Helen narra con cierta nostalgia que la gente que había aportado con valor agregado a la economía nacional, hoy abandona su tierra para convertirse en empleados y dependientes de trabajos temporales e informales. “Una familia de zapateros que hacía lindísimos zapatos se está yendo a Chile a cosechar fruta”, apunta Helen.

Puestos de venta cerrados y compradores ausentes en las ferias populares de La Paz.

No se sabe con certeza hasta cuando el país permanecerá en la larga noche de crisis. La mayoría de las mujeres emprendedoras no ve un fin cercano a su naufragio, pero Marta cree que agosto puede traer luces, quizá sea la válvula que explote para que Bolivia de artesanos cambie.

Martha Irene Mamani es investigadora de la Fundación TIERRA.

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