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El miedo contra el pánico

¿Cómo se sostiene una estructura tan carcomida como la que domina hoy al país? Que el expresidente Evo Morales Ayma brinque al ruedo a defender, desafiante, a su amigo y seguidor, el gobernador de Potosí, por haber sido detenido acusado de delitos, es apenas una de las señas del agrietamiento de nuestra sociedad.

Cuando el candidato no cuida, en su eterna campaña, que se lo asocie con alguien contra quien se suman pruebas de asociación criminal, está expresando que no espera consecuencia alguna de sus actos.

La ruda bronca de los masistas se desarrolla, mientras expertos económicos diariamente recitan la lista de graves heridas de nuestra economía, sólidamente probadas inclusive ante los más incrédulos, sin que aparezcan siquiera chispazos de rebeldía social, ante el deterioro del encarecimiento de la vida y la reagudización de la pobreza. Por encima de las discusiones de expertos y las teorías monetarias, los consumidores perciben que el impulso ascendente de los precios está por encima de lo que publica el Estado.

La ferocidad de las acusaciones entre los que se alinean con una u otra franja del MAS -que pueden ser más de dos- indica que los enfrentados asumen que no tendrán consecuencias. Por lo menos, en lo que verdaderamente les importa, que es el saber o sentir que, pese a todo, la cabeza del próximo gobierno será un masista, aunque vayan divididos. Y, por lo pronto, no hay motivo para dudarlo.

Eso explica que no teman lanzar importantes y tremendas denuncias, empezando con la mutua responsabilización del temible avance del tráfico de cocaína, al mismo ritmo con que nuestro territorio nacional se convierte en nido y refugio de ejecutivos y personal jerárquico de las empresas transnacionales del tráfico de drogas ilegales.

Las denuncias, usadas como armas en la lucha interna del MAS, superan las palabras, desde el momento en que el Ministerio de Gobierno, responsable directo de la Policía y jefe efectivo de fiscales y jueces, ahora los pone tras la pista no solo de opositores ajenos, sino de “hermanos” de cuna.

Lo que no explica es por qué la sociedad parece observar indiferente lo que ocurre. Da la impresión que, más allá de las explicaciones económicas, la red de seguridad que está protegiendo a los gobernantes es una forma excepcional de profundo miedo colectivo, a que una rebeldía frontal contra las mentiras, fraudes y abusos genere un salto hacia atrás, que haga retornar la época de la hiperinflación.

Quienes pasaron por aquella experiencia, con cierta capacidad de comprenderla en ese momento, sobrepasan hoy los cincuenta años; una franja minoritaria, pero decisiva, de la población, cuya influencia se amplifica, al ser madres, padres, abuelos de los más jóvenes y ocupar mayoritariamente puestos de mando en casi todas las áreas. Esa vivencia, guardada en el recuerdo de los mayores, impregna al conjunto, inflama el temor de que estemos demasiado cerca del abismo, donde reina el pánico, como ocurre con vecinos próximos, como Argentina, o algo más lejanos, como Venezuela.

La instalación del pánico, y mucho más si se acompaña de bronca y frustraciones, se anuncia por colas en las puertas de los bancos, acaparamiento desbocado, saqueos o multiplicación de sublevaciones. En esas condiciones aparece el ascenso de “sorpresas” como las de Bukele, Bolsonaro o Milei.

En Bolivia no se ven hoy corridas bancarias y las manifestaciones del sentimiento de expropiación de los que tienen cuentas o depósitos en dólares, pero que carecen de protección para manejar sus recursos, no trascienden las quejas.

Pero, no vayan a confundirse, por favor. El miedo puede frenar los estallidos, apañar los embustes y los juegos de los políticos, pero, ya sea por sí sólo y, peor, sumado a las decepciones, es el gatillo del pánico y, con él, a estallidos que rompen cualquier escala de medición.

El miope juego de los políticos, que nace del oficialismo y abarca a sus opositores, está ignorando que necesitemos un profundo viraje que debe partir de una sincera y auténtica sensibilidad y empatía con las necesidades, temores y esperanzas colectivas. Sin ello, el arribo del pánico y todas sus funestas consecuencias está garantizado.

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