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“El Mariscal de los Blatodeos”

Jaime Gonzales Humpire

Capítulo I

El inicio de todo lo demás

La vida de Luigi Diaz hubiera transcurrido plácidamente como el de cualquier chico de barriada de los setenta sino hubiese experimentado esos extraños sucesos que turbaron su cándida visión de las cosas, se instalaron en lo más íntimo de su ser y durante los siguientes días fueron manifestándose mediante una vocecilla interna que le recordaba con insistencia acerca de una rara misión que debía cumplir en este mundo.   

Todo empezó cuando sus padres le pidieron trasladarse por unos días a una casa que tenían en el otro extremo de la ciudad mientras hacían refacciones para recibir a los nuevos inquilinos. Las emociones se le arremolinaron de un solo golpe. Este chico de doce años recién cumplidos sintió una libertad de canario, aguantó todas las recomendaciones de su madre, el uso del baño, la cocina y ni bien recibió las llaves metió un par de mudadas en su mochila y se fue “volando” a su “nueva casa”.

Capítulo II

La primera derrota

Un ruidoso y viejo bus lo transportó por medio de las estrechas calles de la ciudad hasta desembocar en el torrente de una avenida que la gente llamaba “Segundo Anillo”. Claro, Luigi vivía en la “Ciudad de los Anillos”. El colectivo se adentró en una barriada de la zona sur cruzando caminos arenosos y al detenerse en una esquina cualquiera levantó una gran polvareda. El vehículo arrancó nuevamente y al alejarse dejó estampada la figura de este adolescente todo flacucho, melena despeinada, polera ajustada, cinturón de gran hebilla, pantalón jean de bota ancha y zapatos suecos.

Se paró en el ingreso principal de la reja y reconoció la pequeña casa por la descripción de su madre: Un extenso jardín, a un costado el cuartito rústico como baño y al fondo, una sala, cocina, dos habitaciones y las despensas.

Una vez instalado en la nueva casa las horas transcurrieron rápidamente y se hizo la noche. Apagó el televisor, se estiró a lo largo de la colchoneta mirando la luna a través de la ventana y se dispuso a dejarse atrapar por el sueño.

De pronto, las ganas de orinar reclamaron su atención. – No ahora… se dijo en tono suplicante y mantuvo los ojos cerrados. Enseguida, su vejiga hinchada con la jarra de limonada que se había vaciado en la cena le lanzó la primera advertencia con un chorrito que fue detenido en medio camino – Sin problemas – se dijo ysonrió mentalmente dejando que el sueño vuelva y le recuerde placenteramente la serie televisiva de la noche.

Sin embargo, la vejiga joven y testaruda le envió esta vez un tremendo chorro que vapuleó su incipiente esfínter, corrió por el conducto de la uretra y milagrosamente fue retenida en la boquilla de su glande que se mantuvo estoicamente fruncida dejando colapsado todo el sistema urinario y a punto de explotar. Algo así como cuando la boca detiene el vómito en el segundo reflujo. Era una situación de vida o muerte. Abrió desmesuradamente los ojos en la oscuridad de la habitación y no vio nada.

¡Mierda! – se maldijo a sí mismo juramentando no volverlo hacer. Se levantó a tientas, abrió la puerta, cruzó el patio delantero, empujó la puerta del baño y prendió el interruptor.

¡Que carajo! – gritó espantado. Lo que vio en ese momento, lo dejó paranoico en los siguientes días.

Literalmente era una alfombra de color marrón que se ondulaba por el piso y subía las paredes. Pestañeó un par de veces y recién pudo reconocer que eran ¡cucarachas! en cantidades incalculables corriendo alocadamente para desaparecer en el desagüe de la ducha y otro tanto se escabullía subiendo a las calaminas del techo. Paralizado por el terror sintió el goteo de un sudor frío bajando por su espalda. Sabía que debía controlarse. Suspiró hondo intentando controlar sus emociones hasta que una docena de ellas comenzaron a treparse por sus pies. Saltó hacía atrás como un resorte y brincó en el patio tantas veces como pudo hasta no sentir las espinosas patas de esos repugnantes insectos.

Las señales de urgencia volvieron, pero no se animó a regresar. Orinó debajo del árbol.

Capítulo III

De la humillación al plan macabro

Recostado en su cama no podía conciliar el sueño. Sentía frustración por lo que él creía haber sido derrotado por unos miserables insectos. Para ser más preciso ¡Millones de cucarachas que salieron de sus madrigueras!

– ¿Qué debo hacer?, ¿Olvidarlos?, ¿Resignarme a no utilizar ese baño porque está soberanamente ocupado por estos miserables insectos? – Se decía a sí mismo.

– Seguro tienen un Rey cucaracha que ahora debe estar riéndose, pidiendo que le repitieran el chiste sobre como salté como un saltamontes y escapé como un maldito gusano – Se reprochaba. 

Así se sentía, como un gusano, indigno y humillado por un cucarachón quien se comportaba como un verdadero Rey, no solamente porque estaba al mando de un incontable ejército de aguerridas cucarachas; sino y, sobre todo, porque se había atrevido ganarle en batalla nada menos que a uno de esa especie que presumía ser la más inteligente del planeta.

De tanto pensar y repensar creyó haber descubierto algo importante. No se trataba de una mera repugnancia y repulsión contra unos insectos. Tampoco era una simple cuestión de orgullo frente a una derrota. Era mucho más que eso. Entendió que lo sucedido era algo trascendental y muy complicado de razonarlo. Entonces descifró, en lo intrincado de lo sucedido, como si se tratase de un grave problema de sobrevivencia entre dos especies que ahora estaban seriamente confrontadas.

– No es suficiente matar las cucarachas – Se dijo como una grave conclusión. Entonces comprendió que debía concebir un verdadero plan de exterminio de esta colonia por haberse apoderado del baño y declarado la guerra. Después seguiría con las demás colonias. El objetivo no podía ser otro que destruir la guarida y, sobre todo: buscar, encontrar y liquidar a Rey Cucarachón.

Las peores ideas sobre exterminio que escuchó en sus clases de historia desfilaron por su cabeza. Soltó su imaginación sin freno y sin culpa que no se dio cuenta en qué momento fueron atrapados e hilvanados en un profundo y fantástico sueño. Ahora se veía transformado en un Mariscal en el campo de batalla. Claro, nadie tendría que enterarse sobre el estrepitoso fracaso de la primera escaramuza y mucho menos del lugar de retirada. Más bien, este suceso nunca se escribiría, por tanto, nunca había existido. La gran batalla estaría por suceder y se libraría en un campo más decoroso donde no solamente saldría victorioso; sino, aniquilaría a los repugnantes insectos e ingresaría a la historia como el “Mariscal de los Blatodeos”.

Al día siguiente amaneció más animado y se dispuso a preparar los pertrechos, los materiales y las armas con las que libraría esta épica batalla entre las dos especies que se encontraban al borde de una guerra fratricida y solo sería resuelta con la pervivencia de una sola en la supremacía planetaria y; tanto así eran las cosas, que fue despertando la curiosidad de toda la constelación estelar que ahora miraba a este pequeño astro azul y se asombraba de las ocurrencias de estos insignificantes pero resueltos moradores.

Capitulo IV

Había llegado la hora

Los operarios se despidieron de Luigi al concluir su primera jornada de pintado. Dejó que las horas de la noche transcurrieran mirando sus series favoritas como “La caldera del diablo”, “El auto fantástico” y “El hombre nuclear” hasta que leyó el mensaje de finalizado de la transmisión televisiva.

Se levantó de la colchoneta y con imperceptibles pasos de felino se dirigió a su objetivo persiguiendo el zigzagueo del haz de luz de la linterna que iluminó el pasillo interno hasta toparse con el reloj de pared que le indicó: una y cinco de la madrugada. No debía distraerse.

– Todo está preparado. Va a salir bien – Luigi acostumbraba a hablarse a sí mismo cuando se encontraba indeciso. Pero ahora estaba muy decidido.

Se detuvo frente al perchero. La tenue luz de la luna se filtró por la ventana y dibujó la silueta del abultado ropaje que había colgado el día anterior. Era la indumentaria impermeable de su padre. Sigilosamente se puso el saco, el pantalón, los guantes y las botas de agua. Sujetó las botas y mangas con elástico para impedir el ingreso de cualquier elemento indeseable. Finalmente, se puso el casco de motocicleta de su hermano mayor, se cubrió la parte de la garganta y el cuello con la pañoleta de su hermana. Su mano derecha sujetó un ladrillo para obstruir el desagüe y con la otra mano agarró una escoba. Estaba listo.

Cruzó el patio resueltamente. Se detuvo frente a la puerta del baño, cerró el visor del casco y suspiró hondamente. Ya no había marcha atrás. Había llegado la hora.

Capitulo V

La gran batalla contra los Blatodeos

Luigi dio una fuerte patada a la puerta del baño y encendió la bombilla de luz al presionar el interruptor.

Veía borroso, casi nada. La pantalla del casco se había empañado por su acelerada respiración, pero sí pudo escuchar con nitidez el vuelo feroz de cientos de cucarachas a su alrededor, un tanto fue posándose en sus mangas y piernas desplazándose con rapidez tratando de ubicar un lugar de ingreso. Luigi se dijo a sí mismo que no debía perder el control. A tientas soltó el ladrillo y taponeo el desagüe de la ducha, cubrió el espacio debajo de la puerta con la ropa de los pintores y con la escoba a tientas comenzó a barrer las paredes tumbando a centenares que porfiaban volver a subirse por los muros. Luigi saltaba frenéticamente aplastando a los insectos que corrían por el piso o los aplastaba con la mano enguantada explotando su abdomen en aquella blanca pared que fue tiñéndose de múltiples salpicaduras verduzcas. Algunas volaban asentándose en su casco y otras subían por sus botas buscando una hendija para ocultarse.

Después de varios minutos de rabiosa matanza, Luigi destapó el visor del casco y se detuvo jadeante al ver unos cuantos insectos escondidos detrás del lavabo. Estaba cansado, pero concluyó su faena aplastando a las últimas.

Las paredes, el piso y el mobiliario estaban completamente manchados de salpicaduras. El intenso olor emanado por el ácido oleico de los intestinos reventados de miles de cucarachas saturó todos los rincones del pequeño baño. Estaba impactado. Tenía una mirada perdida en esta escena de furia que el mismo había provocado y ahora trataba de encontrarle algún sentido.

Capitulo VI

Durmiendo con las estrellas

Regresó a la pequeña casa. Se sacó las botas, el saco y el pantalón impermeable dejando la pañoleta y el casco sobre una silla de la sala. Agotado y con lo último de sus energías se dirigió a la cocina para mojarse la cabeza y ver si así podía reanimarse y olvidar ese mal momento. Prendió la luz.

¡No puede ser! ¡Mierda! –

Los mesones de la cocina estaban repletos de cucarachas muy ocupadas en devorarse las sobras de comida que había dejado en esos días. La luz interrumpió su festín y empezaron a correr alocadamente en toda dirección. Luigi abrió los ojos como un par de reflectores cuando divisó a cientos de ellas dirigirse resueltamente hacia la puerta donde él se encontraba petrificado.

No lo pensó dos veces. Corrió y salió de la casa como un maldito gusano.

Esa noche durmió en el patio acurrucado en una hamaca que colgó entre dos árboles y acompañado de toda la constelación estelar que, incluso hoy, podrían atestiguar acerca de aquella épica batalla que ahora se encuentra escondida entre una de esas magníficas noches de los años setenta.

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