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El límite de la democracia

Así sea una proposición de sentido común o simple ilusión que colinda con la ingenuidad, es fundamental exigir que todos los pronósticos y estrategias para conformar la futura coalición de gobierno no dejen de lado un elemento imprescindible: la variable responsabilidad. ¿Cómo medir este concepto que, al mismo tiempo, se convierte en valor ético y carente de beneficios tangibles en términos de poder político?

Cualquier reflexión sobre la responsabilidad debe conducirnos incluso a preguntar ¿cuál es nuestro compromiso con el país más allá de los resultados electorales? ¿Cuáles son las mínimas exigencias profesionales y técnicas para conformar los equipos burocráticos que ejercerán la función pública? Asimismo, ¿cuál es nuestra propia contribución desde la vida cotidiana para fomentar una transformación desde el yo interior y así seguir ejerciendo una permanente ciudadanía política?

La combinación entre responsabilidad y la mejor forma de gobierno es cuento viejo. Desde Platón hasta nuestros días, el problema fundamental era y sigue siendo: ¿quién debe gobernar un Estado? ¿Los mejores, el mejor de todos, es decir, un sabio carismático? ¿Unos cuantos de los que, supuestamente, son mejores, o sea, los aristócratas, o todo el pueblo encarnado en juicio final y razón última de toda legitimidad? ¿Dónde encaja la responsabilidad de los líderes políticos y del propio pueblo si es que se cometieran errores y se pondría en riesgo la existencia misma del país?

Por lo tanto, aún cuando hayamos emitido el voto no debemos preguntar solamente quién debe gobernar, sino ¿cómo debe estar constituido un Estado para que sea posible evitar la llegada de malos gobernantes o coaliciones autoritarias que aplasten cualquier oposición, pero sin violencia, sin derramamiento de sangre y con amplios márgenes de responsabilidad?

La democracia no es solamente una alternativa contra la tiranía del poder arbitrario, sino un método para evitar que un líder elegido por el voto popular sea investido con poderes tiránicos. Es este elemento el que debe aclarar que no es suficiente haber votado y hablado de la voluntad popular, sino también de poner en juego valores como la responsabilidad para proteger todo mecanismo pacífico de resolución de conflictos y actuar con el máximo de racionalidad, evitando caer en una polarización entre coaliciones vencedoras y coaliciones bloqueadoras.

Una vez más, hoy estamos ante la amenaza de reducir las estrategias de gobernabilidad a simples distribuciones de ministerios y sinecuras. ¿Será posible que esta vez puedan ponerse las cosas en su lugar?: una coalición con clara identidad de gobierno, una oposición con capacidad fiscalizadora, legislativa y constructiva; en fin, un país donde tengamos la capacidad de visualizar fortalezas y logros susceptibles de alcanzar. ¿O todo será un vulgar absurdo porque en Bolivia existe una irremediable cultura infestada de irresponsables? ¿Le tenemos tanto miedo a la responsabilidad como país y como sociedad?

Actualmente, la contradicción boliviana radica en apelar a reformas de todo tipo y a la legitimidad popular, pero escondiendo nuestras verdaderas intenciones cuando se trata de acaparar privilegios, obstaculizar políticas y practicar la iniquidad desde las altas esferas estatales a título de maquiavelismo.

Ser responsable significa dejar de lado el cálculo electoral, los intereses estrechos y la distribución indiscriminada de cuotas de poder. Ser responsable con la democracia y la ética personal siempre demandará sacrificios para renunciar a nuestras vanidades e inclusive perder el poder.

Nuestro sistema multipartidista, hasta ahora, no ha limitado la formación de otros partidos porque se llegó a la conclusión de que más partidos podían permitir mayores posibilidades de elección, más crítica, menos rigidez y más derecho de cualquier ciudadano a ser elegido. Aún así, no hemos mejorado para nada el sentido de responsabilidad en el sistema político y en la propia sociedad boliviana.

Hoy día, tanto los líderes de mayorías como el propio electorado, sobre todo cuando algunos partidos crean que la pérdida de votos no fue considerable, tienden a tomar el cambio y la responsabilidad con bastante desinterés. Lo ven como parte del “juego de la gobernabilidad” ya que ninguno de los partidos asumirá responsabilidades claras, porque sólo se trata de capturar cuotas de poder.

Esto ya es inaceptable y, en consecuencia, será crucial reinterpretar la gobernabilidad no solamente como método para conocer al próximo presidente, sino como oportunidad para volver a renacer o reconstruir la institucionalidad; es decir, para destruir aquel odioso límite de nuestra democracia: la irresponsabilidad.

Franco Gamboa Rocabado es sociólogo. 

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