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El látigo de la ignorancia y la codicia

Estoy bastante seguro que en abril de 2020, cuando acababa de ordenarse el cierre de fronteras, con una severa limitación de movimientos y actividades, al mismo tiempo que empezaban a presentarse a gotas los primeros casos, no podíamos siquiera figurarnos que un año después la situación de alarma e incertidumbre se extendería sin cambios decisivos y ante nuestros ojos continuaría desplegándose un horizonte preñado de incógnitas sin respuesta.

Cuando finalizaba el pasado invierno y los políticos profesionales disputaban con ánimos de guerra la fecha de elecciones, había empezado a imponerse en el mundo la noción de que el aterrizaje de vacunas, elaboradas en plazos inauditos, bajo el estímulo de mil millonarias inversiones y las más ardorosas presiones políticas, inauguraría la época en que se despejaría el panorama y la enfermedad empezaría a quedar apenas como un mal y vago recuerdo. 

Pero ocurre que ahora, cuando tenemos no una, sino varias vacunas y la perspectiva de muchas otras más, las posibilidades ciertas de ganar batallas decisivas a la enfermedad del coronavirus continúan mostrándose esquivas y difusas. 

La pandemia ha disuelto, de la más extraña manera, algunas diferencias clásicas entre países “avanzados” y “rezagados” porque, así sea transitoriamente, los ritmos de sus olas, picos y valles resultan de tan caprichosos, inextricables, de modo que todos los supuestos referidos a las bondades e intrínseca superioridad de los sistemas sanitarios fuertes y ordenados no parecen impedir que se presenten crisis idénticas a los de sistemas paupérrimos y anárquicos.

En medio de tal confusión, aquí suponemos que estamos atravesando la transición entre la segunda y la tercera ola, mientas al norte, hay países que estarían ingresando a una cuarta ola, no obstante el avance de las vacunaciones. Como quiera que sea, finalmente empezamos a estar conscientes de que nuestras cifras oficiales sobre infecciones y muertes reflejan, con suerte, un tercio, si es que no un quinto, de lo que verdaderamente está ocurriendo.

Lo que pasa con la epidemiología se aplica a cualquier otro campo que se relacione con el virus, ya que en el tiempo transcurrido toda la ciencia y tecnología disponibles poco han avanzado en conocerlo mejor. 

Si al principio pensábamos que se comportaría como agente de infecciones respiratorias, hoy se acerca al centenar el número de manifestaciones que se le atribuyen casi en todos los órganos y sistemas; al mismo tiempo que ignoramos casi todo sobre nuestra respuesta inmunológica y el tiempo que verdaderamente pueden protegernos las vacunas, mientras nos revelan inesperadas variedades de larga o indefinida duración.

Con tantas interrogantes y ante el inmenso y casi universal atraso de las inmunizaciones, para no hablar de la multiplicación de problemas económicos, hace un año habría sido casi imposible adivinar que los políticos estarían hoy consumiendo su tiempo y nuestra paciencia y energías, discutiendo sobre la importancia de volver a  legalizar  el uso de dinamita en manifestaciones pacíficas, el incremento de los presupuestos de propaganda o las justificaciones para explicar las sonadas y rotundas derrotas electorales, conducidas y forjadas por el jefe de campaña y amo de la única formación política, con apariencia de partido, que existe en nuestro país.

No son menos desoladoras las propuestas, debates y planes estatales y empresariales para una recuperación económica, siempre basada en el esquema de “ordeño” de recursos hidrocarburíferos, minerales y de tráfico de tierras.

El esforzado exvicepresidente, de más largo y poderoso mandato, quiere convencer de que saldremos adelante aplicando nuevos o viejos impuestos, al mismo tiempo que su endiosado jefe supone que un crecimiento del PIB del 4% es idéntico a cualquier otro, aunque el año previo el retroceso haya rozado el 10%.

Tanta acumulación de ignorancia, real o pretendida, sumada a la genuina codicia de poder, dejan claro que el reencuentro y la conciliación que requerimos para salir al frente de los que se están convirtiendo rápidamente en los mayores desafíos de nuestra historia, están librados a la iniciativa y capacidad social y, de ninguna manera, a la dinámica de jefes, caudillos y organizaciones políticas -sea que tengan apariencia partidista, sindical o corporativa- porque están completamente ensimismadas en el abismo de sus más mezquinos intereses.

Roger Cortez es director del Instituto Alternativo.

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