El boliviano y Bolivia van terminando un año más, acercándose al del bicentenario, que será en dos años y medio. En todo este tiempo, ninguna transformación positiva se ha dado en el poder público (el cual, de hecho, crece y crece burocratizando más el estado), y los logros que esta sociedad ha cosechado (aquellas alegrías con las que se contrarresta el perene lamento boliviano) se deben a la labor autónoma, tozuda y disciplinada de personas que trabajan al margen de la actividad política, por sus propios medios: Conrrado Moscoso, Vladimir Suárez y Alejandro Loayza, por ejemplo. (A ellos, podemos agregar escritores, pequeños, medianos y grandes empresarios, periodistas y cultores del arte en general). Sin embargo, la sociedad sigue en un letargo, en un sopor: las mentalidades siguen siendo reacias a la crítica porque la educación no se ha dinamizado.
El Parlamento es un cero a la izquierda que anualmente cobra millones por hacer bien poca cosa. ¿Para qué sirven un diputado, un senador? Para verter palabras (muchas veces sin sentido o directamente cínicas) frente a la cámara y el micrófono que un pobre reportero de algún medio está obligado a ponerles frente a sí. Tanto unos (izquierdistas) como otros (derechistas) demuestran cada día, con ahínco, que no pueden proponer. Tomando las palabras de Octavio Paz, podríamos decir que “el Senado y la Cámara de Diputados han sido y son dos cuerpos parlanchines y aduladores que jamás han ejercitado crítica alguna; el Poder Judicial es mudo e impotente; la libertad de prensa es más formal que real; la radio y la televisión están en manos de dos o tres familias más interesadas en ganar dinero anestesiando al público con sus programas que en analizar con honradez y objetividad los problemas del país”. (Para ser justos, diremos que en nuestro medio existen políticos que piensan y que podrían incluso proponer ideas si otra fuera nuestra realidad, pero lamentablemente son los menos, tan escasos que la mediocridad ambiente termina por comérselos vivos).
Bolivia termina su año dividida y confrontada, sin pena ni gloria. Fueron los medios de información los que estimularon el arraigo de este lamentable maniqueísmo (enemigo del pensamiento) en el imaginario colectivo: la dialéctica masismo/pitismo. Aunque no menos culpa tienen los escritores e intelectuales que, por convicción o interés, se alinearon en alguno de los dos relatos que durante estos últimos treinta y ocho meses han estado segregando profundamente la opinión pública boliviana.
Hace un poco más de cuatro años perdimos en La Haya el litigio por una salida soberana al mar y ahora el pleito por el Silala, ambos juicios liderados por la Dirección de Reivindicación Marítima (aunque, eso sí, respaldados también por muchos políticos e intelectuales opositores), una institución para la cual se presupuestó más de 16.000.000 de bolivianos para 2023. También perdemos frecuentemente los arbitrajes internacionales, todos llevados a cabo por la Procuraduría General (otra de las instituciones ineficientes, pero que sirven, y muy eficazmente, para pagar jugosos salarios a quienes trabajan en ellas).
El Órgano Judicial, esa institución que en Bolivia, desde antes de su fundación incluso, nunca ha funcionado lo que se dice bien, sino solamente no tan desastrosamente en ciertas épocas, permanece secuestrada por el régimen de turno. Todo en ella es chicana, burocracia, soborno. Lo mismo ocurre en la Policía. Si tomamos en cuenta lo que sucedió recientemente en la vecina Argentina, con la acusación de un fiscal a Cristina Fernández, o en el Perú, con la detención del expresidente Castillo (un político que, dicho sea de paso, debe ser el primero que dejó el cargo por incapaz), nos damos cuenta de que incluso en estos dos países (actualmente en relativa decadencia por el populismo de izquierdas) existe más institucionalidad que en el nuestro, pues pedir que en Bolivia un fiscal acuse al presidente o que este, si quiere dar golpe, como en el caso de Castillo, sea tomado preso o condenado por un juez, sería como pedir peras al olmo.
Cuando hago artículos, trato de no escribir nunca desde el sentimiento, sino desde la razón. Es por eso que no puedo terminar estas palabras con pronósticos felices o palabras de satisfacción, como le gustaría a la mayor parte de nuestra sociedad. Pero quiero animar a quienes laboran día a día desde otros espacios que no son tan vistosos como el de un ministro o un embajador, que no son muy lucrativos o que no son tan visibilizados por la prensa: escritores, profesores, empresarios, cineastas, deportistas, artesanos, periodistas, médicos y enfermeras. Porque es con el desempeño de tales obreros que Bolivia, aunque muy de a poquito, está avanzando.
Ignacio Vera de Rada es profesor universitario