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El juego del futbol era también sudor y canillas estropeadas

“A Gianfranco que me contó esta historia mientras nos tomábamos un buen vino del Trentino”

“Che posso dire 
che è meglio aver amato e perso, 
piuttosto che mettere linoleum nei vostri salotti?” 
-Leroi Jones/Amiri Baraka-

Palmese-Banco Di Roma, partido de campeonato de C2, Girone C, 1981-1982. Aquel dirigente con la pistola, lo de la Palmese Calcio, entre el primero y el segundo tiempo entra en los camarines y, sin extraer el arma, solo un leve movimiento que permita mostrar, adentro de su tabarro, el caño de la Beretta, y con unas pocas palabras que claramente invitan perder aquel partido: “¡La Palmese no debe retroceder!”

Palma Campania es periferia, una mirada al Vesuvio y otra al sueño napolitano…hoy podras encontrar varios letreros, hechos instalar por su Alcalde, y leer:”Atención, zona romántica. Deténgase y bésense”. Romanticismo de otras épocas, pensando en Cyrano de Bergerac, el que definió el beso como «…un juramento un poco más cercano, una confesión que busca confirmación, un secreto que se sopla en la boca en lugar que en el oído, una comunión que sabe a flor, una forma de respirar el corazón e intercambiar en los labios el sabor del alma”. Palma Campania es también unas de las miles cruces y delicias del sur de Italia, bellezas que pagan aeternum su parto, una paz feroz tatuada en su destino.

El juego del futbol era también sudor y canilleras, era fango y escupitajos, un chicle siempre en movimiento dentro la boca, como lo de Romeo Benetti en Argentina 78, eran 11 caballeros que se sacaban la mugre como bestias, en canchas insoportables, en terrenos de arenas y fuegos, en céspedes siempre mal cortados, en cuadriláteros polvorientos e infames; domingos por la tarde de proletarios que beben muchos los sábados por la noche y no soportan los deberes familiares, domingos que adelantan la semana, los días, todos los días, hasta el último día. Periferias, hinterland, banlieu, favelas o villas miserias, provincia italiana y provincias de todo el mundo. Un cuento de Osvaldo Soriano, una novela de Manlio Cancogni o un artículo de Gianni Mura, el juego del futbol es miseria y nobleza, el caño, la pirueta, un dribbling, un gol metido directamente desde el corner. Los lunes serán menos duros, la vuelta al trabajo menos dramática. Aquella vez fue una pistola de bajo del tabarro, y tanto miedo. “Yo tengo familia…”dijo el entrenador, entre los suplentes se encontraba uno del norte, estaba sentado a su lado, cachos aun desamarrados y mirada fija hacia la otra panca. Mejor perder y volver a Roma vivos. El Banco di Roma era un equipo joven, un meteoro del futbol italiano, ida y vuelta sin gloria y sin infamia, pero el día de aquel partido con mucho miedo, sí, una solución a la calabresa nadie la quería. Afuera del estadio, Gomorra y scugnizzi, una vida violenta por naturaleza, o matas o mueres.

El juego del futbol fue una poesía, cuando los shorts que nos poníamos eran del tamaño de los calzones piyama que usamos ahora, era poesía por las poleras de los titulares y por las poleras de los suplentes – ¡una vez se armó un lio feroz, debido a que Ugo y Sgarbossa no querían la polera con el número 14, los dos insinuaban que la con el numero 13 daba derecho a entrar a la cancha antes! – y los cachos en invierno eran de cuero o mejor de aluminio, intercambiables, con aquella llave inglesa de aluminio también, y en primavera se cambiaban con cachos de plástico, míticos eran los zapatos La Ascolana y La pantofola d’oro, marcas marchigiana de grandes manufacturas, luego invadieron nuestros imaginarios y nuestros pies las Adidas, las Puma, las Nike y todas estas muchas marcas importadas.

El juego del futbol era también sudor y canillas estropeadas, pregunten al jugador que aquel domingo del 1981-82, sentado en una panca del estadio de Palma Campania, pensó más en la familia, en su vida, en el futuro, no importaba ganarle a la Palmese Calcio. En la vida como en el futbol no está permitida alguna revancha. Aquel domingo fue así, un retrato de la provincia italiana de los años ochenta y tal vez de siempre.

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